Entre la ultraderecha y la redención
23 de agosto de 2018
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El candidato de la ultraderecha para ganar las elecciones presidenciales de Brasil, Jair Bolsonaro, sólo atinó a decir que eran comunistas los miembros de la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas que exigieron al gobierno de Brasil que dejará participar en los comicios al favorito con gran ventaja en todas las encuestas, Luiz Inácio Lula da Silva, o estos serían descalificados.
Lula fue condenado a 12 años de prisión sin tener pruebas fehaciente en su contra, y hoy permanece virtualmente incomunicado, sí que se le haya permitido asistir a debates televisivos entre los aspirantes presidenciales.
Sergio Moro y otros jueces vendidos al Imperio han hecho omiso caso de que no hay nada real que pueda condenar a Lula, sino simples delaciones de individuos que sí tienen delitos y que esperan la benevolencia oficial.
Lo cierto es que no pueden dejar libre a un hombre que de inmediato cortaría los ilegales negocios ligados a las reservas petroleras de Brasil, por lo cual han tenido que “sacrificar” a algunos de sus cómplices en aras de que Lula no sea liberado.
Y aunque existen dudas de que se le permita participar en el evento de noviembre, ya el Partido de los Trabajadores (PT) lo inscribió hace unos días, en una ceremonia que contó con la asistencia de miles de Trabajadores Sin Tierras y otras organizaciones que siempre han apoyado a los gobiernos petistas, que durante 15 años y medio gobernaron al gigante suramericano.
Los dirigentes del PT entraron al recinto del Tribunal Superior Electoral en Sao Paulo, donde registraron la fórmula Lula da Silva-Fernando Haddad como candidatos a presidente y vice en las elecciones del 7 de octubre próximo.
Esta vez, lo novedoso y desafiante es que el postulante al cargo máximo es un ex jefe de Estado, preso desde el 7 de abril último por el fabricado caso de un departamento de su presunta propiedad adquirido en forma non sancta. Eso le valió dos sentencias condenatorias: una de primera instancia, emitida por el juez de Curitiba Sergio Moro -el artífice leguleyesco del complot- y otra de segunda instancia resuelta por un tribunal federal de Porto Alegre.
Por otra de esas peculiaridades brasileñas, el ex mandatario fue anotado como un aspirante libre de toda sospecha de delito. Hay una explicación: Lula tiene su domicilio en Sao Paulo, donde carece de antecedentes. En las calles de la Explanada de los Ministerios, que da acceso al mundo político gubernamental, millares de brasileños de los movimientos sociales y sindicales marcharon en columnas junto a los dirigentes del PT con la consigna: “Lula libre”.
En la práctica, al no incluir su “pasado penal”, la candidatura de Lula se encuadra en principio dentro de la ley de “ficha limpia”. Los abogados defensores del ex presidente dijeron que esa formalidad fue adoptada en “total correspondencia” con la ley que estableció las limitaciones de un individuo para postularse a un cargo electivo. La estrategia adoptada por la cúpula petista, de mantener a Lula como postulante a un nuevo período presidencial, permitirá extender su permanencia en el asunto al menos hasta la primera semana de septiembre.
El rechazo a la candidatura debe ser decidido por la corte electoral, en un procedimiento que podría extenderse aún más tiempo, si los abogados de Lula decidan apelar ante la Corte Suprema. Es ese máximo organismo judicial el que tendrá la última palabra.
Lula divulgó un nuevo comunicado desde su celda, donde afirmó: “Sólo no seré candidato si muero o soy arrancado por la Justicia Electoral. No pretendo morir, ni me imagino una renuncia. Voy a luchar hasta el final por el registro de mi postulación”.
De todas maneras, lleva a como candidato a la vicepresidencia a Fernando Haddad, ex alcalde de Sao Paulo, quien podría sustituirlo si por fin los neofascistas llegan a impugnarlo. Haddad tiene como eventual compañera de fórmula a la legisladora comunista Manuela D’Ávila, de 36 años, quienaseguró que “Haddad y yo estamos preparados para vencer en cualquier escenario”. Con ese objetivo, renunció a su candidatura presidencial por el Partido Comunista de Brasil (PCdoB).
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