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El otro bloqueo

13 de octubre de 2016

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Precisamente por las empedradas calles del centro histórico de La Habana, me encontré con una pareja de académicos norteamericanos que, como tales, fueron autorizados a viajar a la Isla siempre y cuando no lo hagan como turistas.
Ellos participaban en un intercambio con instituciones educacionales cubanas y por lo que me dijeron, se “robaron un poquito de tiempo del programa para, al menos, disfrutar de esa bella Habana”.
Tal confesión, además de satisfacerme por sus halagos para con la ciudad maravilla, me hizo reflexionar, con ellos primero y con mi pensamiento después, sobre este “otro bloqueo”, el de no permitir que los ciudadanos de Estados Unidos, a poca distancia de la Isla antillana, puedan disfrutar en toda su plenitud de la Cuba que admiran pero que desconocen.
¿O es que de lo que se trata es de eso: prohibir a los ciudadanos estadounidenses que conozcan a Cuba, a los cubanos, a nuestras realidades, dificultades, defectos y virtudes?
¿Cuál es el temor del gobierno y el Congreso de la potencia económica más grande del planeta?
¿Será porque aquí no van a encontrar a policías que maten negros?
¿O temen que aquel país, culto como el nuestro, haga comparaciones, cuando conversan con algún cubano de a pié y este le cuente sobre nuestra realidad, y también sobre la seguridad que se tiente a lo largo y ancho de la Isla?
Aquí el turista norteamericano, ese al que no dejan viajar y disfrutar de nuestras playas, de la diversidad cultural, del aire limpio de nuestros campos, nunca va a encontrar discriminación porque sean negros, blancos o chinos, católicos o musulmanes, republicanos o demócratas.
Aquí las palabras libertad y derechos humanos tienen un verdadero sentido, no el de la manipulación enajenada de quienes quieren destruirnos.
Por todo eso, creo que ese otro bloqueo, el que el gobierno norteamericano ha impuesto a sus propios ciudadanos para que no viajen y conozcan a Cuba, es una aberración más de políticas vencidas por la inercia y el ostracismo.
La administración que ocupa la Casa Blanca, es decir Barack Obama, ha prometido usar sus facultades como Presidente para cambiar muchas de estas medidas que pueden aliviar el bloqueo, el que se hace contra Cuba y el otro, el que se practica con los ciudadanos de ese país a los que se le prohíbe visitarnos o comerciar con la nación vecina.
Podemos preguntarnos entonces, cuándo Estados Unidos pondrá en práctica la libertad verdadera a la que tienen derecho los norteamericanos.
¿Cuándo la arrogancia y la prepotencia, darán paso a la racionalidad y el sentido común, esos atributos que claman por el fin de una política cruel, injusta, aberrante, contra los cubanos y contra los norteamericanos?
Los dos académicos con los que conversé en La Habana Vieja, no ocultaron la satisfacción de visitarnos, a la par que añoraban volver, ya como turistas, para no perderse ninguna de las bellezas de la Isla.
Nuestro informal encuentro se produjo, mientras oíamos a unos trovadores del patio que sonaban sus instrumentos y levantaban su voz, teniendo como testigos a dos bellos e históricos escenarios: el Colegio Universitario San Gerónimo de La Habana y el Hotel Ambos Mundos, este último muy identificado con aquel gran norteamericano que fue su huésped, Ernest Hemingway.

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