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Egipto: Entre la pared y la espada

30 de agosto de 2013

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La injerencia extranjera en el conflicto que hoy divide a los egipcios entre partidarios y detractores del defenestrado presidente Mohamed Mursi hará muy difícil el establecimiento de un gobierno que mantenga un clima de paz, máxime si el cisma se ahonda, por la intervención desaforada de un ejército que responde a los intereses de Estados Unidos contra miles de manifestantes desarmados.
Si Estados Unidos santificó el golpe militar contra Mursi, aunque no lo reconoció como tal, si no como un ajuste en el poder, para el vecino Israel la continuidad de la colaboración entre las fuerzas armadas egipcias e israelíes es vital para la seguridad del Estado judío y es política oficial desde la paz de Camp David, que firmó con el ex presidente El Sadat en 1979.
Irán ya alertó acerca de que la actual situación que vive Egipto beneficia a Estados Unidos y el régimen de Israel, lamentó los sucesos que ocurren en el importante país islámico, tras su movimiento revolucionario y el posterior derrocamiento del régimen dictatorial de Hosni Mubarak en el 2011, mientras expresó la preocupación por la posibilidad de una guerra civil entre la Hermandad Musulmana (del derrocado presidente Mohamed Mursi) y el Gobierno interino.
Hay un viejo adagio  que dice que “Quien paga, manda”, por lo que es bueno recordar que EE.UU. ayuda militar y económicamente al ejército egipcio con unos 1 500 millones de dólares al año, lo cual lo convierte en el segundo receptor de ese tipo de apoyo después de Israel. Los  también reciben dinero de Arabia Saudita y controlan el 25% de la economía del país.
Washington, a cambio, espera que los gobernantes del país africano, a nivel interno, sean capaces de dar estabilidad al sistema, con represión o sin ella, y a nivel externo, lealtad a los intereses estratégicos de EE.UU. y, sobre todo, no molestar al vecino israelí.
En el 2011 Obama, ante la caída de Mubarak, tenía tres alternativas. el ejército, favorito de Israel y Arabia Saudíta; su opción casi personal, Mohamed al Baradei, como él, Premio Nóbel de la Paz, aunque menos dudoso; y los Hermanos Musulmanes, con los que EE.UU. tiene relaciones desde 1940.
La primera era imposible, por las exigencias democráticas de un pueblo sublevado. La segunda encontró resistencia entre los israelíes, quienes le tachaban de  “agente de Irán”, por insistir en el carácter civil del programa nuclear de Teherán, cuando fue director de la Organización Internacional de la Energía Atómica, y por afirmar que se debería revisar el acuerdo de Camp David.
Quedaban los Hermanos Musulmanes, con los que Obama ya había tenido un primer y plácido contacto en la Universidad Al Azhar, donde pronunció un discurso que iba a poner fin a la política de la anterior administración de George W. Bush de invadir con recursos a los países musulmanes (promesa incumplida).
Al final instó a los militares a cohabitar con los islámicos, cuestión que ahora se pone fin -por el momento-, luego de la sangrienta y desproporcionada acción contra los manifestantes. Ahora, la prioridad para Estados Unidos es impedir una guerra civil en las fronteras de Israel y encontrar un rostro afable al gobierno que se pueda instalar en El Cairo, militar o no.
Es decir, que mediante los militares, Washington ha vuelto a controlar a un país, donde, reconocen analistas, actúan varios miles de agentes de la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos y de otros servicios de inteligencia occidental, incluso dentro del palacio presidencial de Heliópolis.
La amenaza del golpe militar fue uno de los instrumentos de Obama para presionar a Mursi, junto con impedir que el Fondo Monetario Internacional le prestase los 4 800 millones prometidos y otros 5 000 millones de euros de la Unión Europea. Ahora, puede abrir la cartera y soltar los millones de dólares que hagan falta para empujar el desarrollo en su “nuevo Egipto”.
Mucha manipulación de este pueblo que se halla entre la pared y la espada, con unos militares culpables de la muerte de inocentes y la dependencia de fuerzas religiosas que también han utilizado métodos autoritarios y excluyentes.

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