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Educación: realidad y utopía

5 de septiembre de 2016

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No tengo dudas de que en las universidades privadas de Estados Unidos se forman profesionales de alta valía.
De muchas de sus aulas y laboratorios salen grandes aportes a la ciencia y la técnica, la biotecnología y la cibernética, por solo mencionar algunas disciplinas.
Pero en ese contexto hay una enfermedad mayor que no ha encontrado respuesta en esos recintos de altos estudios y más bien constituye un reto que jamás el sistema capitalista podrá vencer. Me refiero a la gran masa de jóvenes —inteligentes, con buena preparación de pregrado— que no pueden llegar a las universidades por no contar con recursos monetarios para ello.
Hay estudios comparativos que muestran que en ningún lugar del mundo cuesta tanto ir a la universidad como en Estados Unidos.
Resulta que en varios de esos centros privados el costo solo de la matrícula, supera los 50 000 dólares al año.
Vale aclarar que esa cifra no cubre el valor de los libros, el hospedaje, la alimentación y otros.
Dejemos que sea la BBC, cuya oficina en la capital norteamericana está muy cerca de la universidad George Washington, quien nos ilustre parte de esa realidad.
Señala un despacho de la citada agencia que “el alto costo de las matrículas crea una clara división entre los estudiantes que tienen y los que no tienen y, de hecho, en el país como un todo”.
En el centro docente de referencia, cada alumno trabaja por lo menos en un empleo a tiempo parcial para pagar sus matrículas universitarias, y cada educando adquiere cierto nivel de deuda, refiere.
Luego cita el caso de Cindy Zhang, quien estaba estudiando asuntos internacionales y para costear su carrera trabajaba en dos empleos a tiempo parcial para sobrevivir. Sus padres ayudan un poco, pero no lo suficiente y recibe préstamos de 10 000 dólares por año. Eso, lógicamente, acumula adeudos.
Otro ejemplo: Shanil Jiwani, con una carga de 60 000 dólares en préstamos, cree que la cifra se duplicará al graduarse. Para cuando se enfrente al mundo real deberá alrededor de 120 000 dólares.
En el caso de Silvia Zenteno, al concluir sus días en la universidad, acumulaba una deuda de 40 000 dólares en préstamos, aunque para poder estudiar tuvo que trabajar no menos de 30 horas a la semana.
La universidad George Washington publicó sus costos de matrícula para el nuevo curso, que ahora son de 50 367 dólares por año, un incremento de 3,4% en relación con el anterior.
Para muchos, la deuda que contraen estudiando en las mejores universidades norteamericanas, se recompensa con la calidad con que egresan de las mismas. Y esto puede ser verdad, pero solo para esa cantidad de estudiantes provenientes de las familias ricas o muy ricas. Pero los pobres, esos que solo pueden lograr ser universitarios en centros públicos o adquiriendo alguna beca, es una gran utopía.
Ahora, cuando estamos al comienzo de un nuevo curso escolar en nuestro país, vale la pena hacer un ejercicio de reflexión y preguntarnos y respondernos a la vez, cómo puede ser gratuita la educación general y en especial la universitaria en Cuba; y cómo de esos centros se gradúan verdaderos profesionales luego devenidos en científicos que inventan vacunas para salvar vidas humanas o hacen aportes trascendentes en muchas de las especialidades que han estudiado.
La respuesta tiene que ver con una realidad totalmente opuesta a la del sistema capitalista: la Revolución educacional basada en el pensamiento martiano y llevada a la práctica por Fidel Castro. Ambos hicieron de la educación un derecho de todos, sin que medie el dinero.

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