Donde se globaliza la indiferencia
3 de agosto de 2015
|Leo estupefacto que el Ministerio de Desarrollo Social de México se felicita, porque ha hecho disminuir la pobreza extrema, y al respecto indicó que la política del gobierno de Peña Nieto está dando resultados, al dar prioridad “al núcleo duro de la pobreza, a los más pobres entre los pobres, a los olvidados de siempre, así como a la focalización en la población que realmente lo necesita”.
Pero se obvia que la pobreza golpeó cruelmente al 46,2%, unas 55,3 millones de los 119,4 millones de los habitantes del país en el 2014, dos millones más que el 2012.
Es decir, sigue siendo abundante y variado el caldo de cultivo de tanto malestar en una nación tan querida por nosotros como México, donde poco se hace, y cuando se hace es contraproducente, para evitar que tanta miseria haga olvidar sus raíces a quienes la padecen, y son víctimas de tanto narcotráfico y de los “coyotes” que llegan a asesinar en el sucio negocio de la inmigración ilegal, todo lo cual abarca no solo la parte norte fronteriza con Estados Unidos, sino también el sur del país.
Precisamente, por estos días se cumplió el segundo aniversario de la puesta en marcha del Programa Frontera Sur, el cual, según Peña Nieto, debía poner orden al flujo migratorio en el sur y proteger los derechos humanos de las personas migrantes que ingresan por la frontera meridional.
Pero solo en su primer año el número de deportaciones de México hacia Centroamérica llegó a 60 000, lo que convierte a México en el brazo principal de Estados Unidos para impedir que la gente llegue a esa nación. Así, hipócritamente, se afirma que la extensión de la frontera sur de ese país a la meridional mexicana es una “frontera vertical”.
Los delitos cometidos en contra de las personas migrantes por la delincuencia común, el crimen organizado y las autoridades han aumentado. Ello se ha documentado fehacientemente por decenas de denunciantes ante la Fiscalía especializada en delitos contra migrantes de Tabasco y ante la delegación de la policía en Tenosique; pero hasta ahora nada se ha hecho.
Solo este año la policía admitió que dio muerte a 10 personas, mientras los albergues son ahora de facto campos de refugiados, donde la gente está atrapada en condiciones de verdadera desesperación, pues les es casi imposible continuar su camino.
El acceso al tren ahora es mortal, pues los trabajadores, en colusión con las autoridades migratorias, ponen en peligro la vida de los pocos que alcanzan a subir, al aumentar la velocidad, o realizar operativos donde los observadores de derechos humanos no pueden tener acceso.
Y hace poco más de un año, el 8 de julio del 2014, el Papa Francisco, presente en la Isla de Lampedusa, Italia, puso en evidencia el drama, no solo de las personas migrantes que cruzan el Mediterráneo en búsqueda de una vida digna en Europa, sino del terror de todo viaje que emprende el ser humano en condiciones de migración forzada en el mundo.
Denunció además que “la globalización de la indiferencia nos ha quitado la capacidad de llorar”. Pero el llamado del Papa, su denuncia sigue ignorada.
Y hoy tratamos el caso de México, como pudiera ser el de tantos países. Pero es que, a pesar de sus leyes, contra toda su historia milenaria de acogida, de protección, sus autoridades se han convertido en carniceras de los pueblos en movimiento, en especial de los centroamericanos.
Pero qué se puede esperar de un sistema político y económico que catapulta seres humanos hacia países receptores inhumanos.
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