Dolor con nombre y apellidos
16 de agosto de 2014
|Con la cabeza entre en sus manos como para no ver y creer lo que ya era una realidad, Alla el Masri, el padre de la niña Mariam, en la sufrida y masacrada Gaza, describía el dolor, con nombre y apellidos, provocado por los bombardeos israelíes.
Es un caso, pero pueden relatarse miles, porque miles son los muertos y heridos y casi la mitad de ellos son niños apenas venidos a un mundo lleno de secuelas provocadas por la acción perversa de un pequeño Estado encaprichado en borrar de la tierra a la población palestina.
Ella era el centro de nuestra vida. Era la cosa más preciada en el mundo para nosotros. Habíamos esperado mucho tiempo por ella, describió el adolorido padre.
El matrimonio había logrado tener la niña a través de una técnica de fecundación in vitro. Ella, como hija única, era la felicidad de sus progenitores y abuelos que le decían siempre que no se alejara de su hogar en estos tiempos convulsos.
Pero, en un momento en que la pequeña jugaba en el jardín de la casa, ocurrió lo peor, cuando aviones israelíes lanzaron su metralla que hirió a la menor en la cabeza.
Era una víctima más en medio de una verdadera carnicería humana que todavía no para.
El director del hospital donde fue atendida Mariam, doctor Asraf al Qadri, lamentó el efecto catastrófico sobre los niños y jóvenes. “Somos médicos pero también seres humanos, así que ver los traumas de los niños es algo angustiante. Mariam ha sufrido daños cerebrales. Primero habrá que esperar que sobreviva y luego comprobaremos si puede hablar, caminar o ver otra vez. Desgraciadamente tenemos muchos más casos similares aquí en el hospital, lamentó el galeno.
Otro de esos casos, mostrado por el médico en una foto, es el de un niño de diez años llevado al quirófano porque las bombas le destrozaron sus dos brazos y una pierna. Estaba plenamente consciente, relata el director del centro hospitalario, “y me pidió por favor que detuviera el dolor que sentía. Pero había poco que pudiéramos hacer. Falleció momentos después.”
Otro dramático relato es el de Yasmin Dawass, de 22 años, una estudiante de medicina. Estaba preocupada por un colega que estaba viajando en su moto cuando fue alcanzado por un ataque aéreo. La acción criminal le había arrancado sus dos piernas. Era un buen muchacho, quería ser doctor para ayudar a las personas, dijo entre sollozos su amiga.
En la propia instalación hospitalaria se escucha el relato de otro galeno que describe cómo un drone israelí acabó con la vida de siete miembros de una misma familia en el distrito Beit Hanun.
Las vivencias terribles de sobrevivientes y médicos están a la orden del día en la vida de la población de Gaza.
Algunos medios han dicho que la casi totalidad de las familias palestinas en la región ha perdido a alguno de sus familiares. Las viviendas destruidas suman decenas de miles. Más de 10 centros de salud han quedado aplastados por la metralla israelí.
Mientras todo esto sucede en Gaza, a la vista de una comunidad internacional que aun no despierta ante semejante genocidio; en Washington se aprueba más ayuda para el gobierno de Israel y en Naciones Unidas se culpa a Israel y al grupo palestino Hamas, en igualdad de condiciones.
El dolor que viven las familias palestinas en Gaza es una realidad dura, y la indiferencia o contubernio en muchos casos de Estados Unidos con lo que allí sucede, es la otra cara de esta moneda letal que no parece conocer de soluciones.
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