Dilma marca la diferencia
24 de junio de 2013
|Enfrentada a su primer gran desafío como gobernante, la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, ha demostrado que se puede aprender de las masas, independientemente de cómo estas hayan expresado en las calles su rechazo a las políticas económicas que marginan o no contemplan en su magnitud los reales problemas sociales.
Así, reconoce el derecho a manifestar sin violencia la inconformidad, llama a la paz y se entrevista con dirigentes de los distintos movimientos sociales que encabezaron las recientes protestas en gran parte del país suramericano, con el fin de atender cada una de las justas demandas, quitándole bazas a quienes desde las sombras, interna y externamente, aprovechan el descontento en una nación donde aún prima el capitalismo, independientemente de que el anterior gobierno de Inácio Lula da Silva y el actual hayan enfrentado y logrado avances indudables en el desarrollo sostenible de la nación.
Lo peculiar e importante de la actitud de la Presidenta es la forma como aborda una situación que para muchos otros gobernantes resultaría embarazosa, si recordamos las continuadas y cada vez más violentas protestas que cunden en naciones de la región, principalmente en Chile, y en la mayor parte de Europa, donde se reprime con violencia las demostraciones pacíficas o no de rechazo al catastrófico resultado del capitalismo salvaje, encabezado por su concepción neoliberal.
Es más, la mandataria brasileña pretende, con una mezcla de justicia e inteligencia, aprovechar el descontento para obligar a entes retardatarios e inmovilistas, principalmente en el Congreso, a aceptar que las ganancias derivadas de los recursos energéticos se inviertan para mejorar principalmente la educación.
Además, pretende llevar a Brasil a médicos de otras partes del planeta para atender los graves problemas de salud, presionó a las diferentes compañías de transporte a fin de que invalidaran el aumento de la tarifa y coadyuvó al respaldo a la parafernalia resultante de los preparativos de futuros eventos internacionales de fútbol, así como preparó las condiciones para impulsar la lucha contra el burocratismo y la corrosiva corrupción.
PREOCUPACIÓN PARA EE.UU.
El aprovechamiento de estas manifestaciones para desbarrar contra el gobierno brasileño por los medíos al servicio del imperialismo no debe extrañar, por cuanto Brasil se ha convertido en una potencia emergente que ya dicta pautas a nivel internacional, fuera de la esfera de influencia norteamericana.
Cuando hace algunos años se empezó a hablar de cómo naciones emergentes se podían unir y crear un frente que frenara los abusos de las potencias capitalistas más desarrolladas y enfrentar la actual crisis financiera mundial, incoada por Estados Unidos, muchos pensaron que era una entelequia o utopía irrealizable, debido a la disimilitud de gobiernos, economías y quehacer en diversos sectores de desarrollo.
Sin embargo, Brasil creó con Rusia, la India y China, el BRIC (la letra inicial de cada uno de los integrantes), al que se unió posteriormente Sudáfrica, con el anunciado fin de impulsar un frente común para ocupar más espacio en el mundo, combatir la crisis económica global y crear una alternativa al dominio del dólar en las finanzas.
Tal es así que Brasil comenzó a realizar sus transacciones con China en sus monedas respectivas, empezó a dar pasos en la cooperación energética y propició la ayuda en diversas áreas sociales, como la ciencia y la educación, a fin de realizar investigaciones fundamentales y desarrollar tecnologías avanzadas.
Antes de la creación de la entidad, Brasil se había expresado -y reafirmó actualmente- por el diálogo y la cooperación, en una forma creciente, activa, pragmática, abierta y transparente, benéfica no solo para los intereses comunes de las economías de mercados emergentes y de los países en desarrollo, sino también para construir un mundo armonioso de paz duradera y de prosperidad común.
Esto, por supuesto, no le granjeó las simpatías del imperialismo, como tampoco que haya expresado su apoyo a un orden mundial más democrático y multipolar, basado en el régimen de la ley internacional, en la igualdad, el respeto mutuo, la cooperación, la coordinación y la toma de decisiones colectivas de todos los estados y su apoyo a los esfuerzos políticos y diplomáticos para resolver pacíficamente las disputas en las relaciones internacionales.
Condenó el terrorismo en todas sus formas y expresó su gran compromiso con la diplomacia multilateral y el papel central de la ONU para enfrentar los desafíos y amenazas nucleares, además de luchar por la integración regional en todas sus formas y estrechar lazos de todo orden con gobiernos que practican una política antimperialista y encaminan sus pasos por el camino de la construcción del socialismo, como Cuba y Venezuela.
Este es el programa de Dilma Rousseff, nada exenta de la conspiración de la reacción interna y externa, a la que puede neutralizar con el estilo de gobernante que acaba de asumir ante las manifestaciones de protesta y que hoy en Brasil marca la diferencia.
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