Dilema europeo
29 de febrero de 2016
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De norte a sur y de este a oeste, Europa vibra bajo la parafernalia de problemas no fáciles de resolver, debido al clásico abuso de los poderosos sobre los débiles en ese mundo denominado de “primer” en el neoliberalismo.
Tal como se demostró en Irlanda, Portugal y más recientemente en Grecia, donde un gobierno con un amplio respaldo lo perdió rápidamente, las autoridades a cargo incurren en inconsecuencias e incumplimientos y son víctimas del clásico miedo a salir de la zona euro.
Por otra parte, Gran Bretaña, siempre con más recursos que la mayoría, es incapaz de cualquier sacrificio en aras del bien común, y sus ciudadanos ya decidirán en tiempos cercanos si se quedan o no en la Unión Europea.
En los años iniciales del grupo todo parecía muy bonito, debido a ventajas generales, cierta ayuda a los más atrasados o menos adelantados y una política común alejada de afanes guerreristas y no tan cercana subordinación a los intereses de Estados Unidos.
Pero la crisis económica y financiera mundial insuflada por el sistema bancario estadounidense dañó seriamente lo que se consideraba la unidad europea, y empezaron a atisbos de independencia o separatismo regional, así como la represión a quienes disentían del sistema.
España fue todo un ejemplo, hasta que el pueblo pudo castigar a un ultraderechista Partido Popular, sin que encontrase aun la fórmula conveniente de gobierno, en el que seudo socialistas, mas bien socialdemócratas, han preferido aliarse a una derecha menos tremebunda, con el fin de no casarse con un movimiento más popular como Podemos, que tolera afanes de disensión, como ocurre con Cataluña.
Pero esto es solo un ejemplo, porque trasciende el temor, el desencanto y la desilusión sobre quienes estuvieron enamorados de una Unión Europea en sus comienzos.
Lo cierto es que se ha estado creando una Europa de dos niveles, quienes tienen y quienes no tienen, sin que se llegue, por supuesto, al terrible modo de vivir de pueblos víctimas de la guerra, el hambre y la represión.
Precisamente, las guerras creadas por el imperialismo han desatado un millonario flujo de emigrantes que han puesto en ascuas la “unidad”, tan cacareada y hoy abandonada en Europa.
Pero no solo es este el problema principal, sino el que anteriormente nos referimos, el desnivel.
Hasta el multimillonario y, sin dudas, muy conocedor del capitalismo en sus variados vericuetos, George Soros, reconocía que había fracasado su sueño de una Unión Europea como encarnación de una sociedad abierta y voluntaria de estados iguales que cedieron parte de su soberanía por el bien común.
La crisis del euro está convirtiendo ahora a la Unión Europea en algo fundamentalmente diferente. Los países miembros están divididos en dos clases –acreedores y deudores–, y los acreedores son los que mandan, como habíamos indicado antes.
Alemania es el principal acreedor. Conforme a las políticas actuales, los países deudores pagan primas de riesgo cuantiosas para financiar su deuda estatal, lo que se refleja en el costo de su financiación en general, que los ha llevado a la depresión y colocado en una gran desventaja competitiva que amenaza con volverse permanente.
No es el resultado de un plan deliberado, sino de una serie de errores en la formulación de políticas que comenzaron cuando se introdujo el euro, una moneda incompleta, con un banco central, pero no un tesoro público.
Los países miembros no advirtieron que, al renunciar al derecho a imprimir su propia moneda, se exponían al riesgo de suspensión de pagos. Los mercados financieros no lo comprendieron hasta el comienzo de la crisis griega. Las autoridades financieras no entendieron el problema y menos aún vieron una solución. Así, pues, intentaron ganar tiempo, pero, en lugar de mejorar, la situación se deterioró.
No hay que pensar como Soros para advertir que ese problema se podría haber detenido e invertido esa evolución de los acontecimientos, pero para ello habría sido necesario un plan acordado y abundantes recursos financieros con los que ejecutarlo.
Alemania, como mayor país acreedor, dirigía, pero era reacia a aceptar más responsabilidades; a consecuencia de ello, se desaprovecharon todas las oportunidades de resolver la crisis. Ésta se propagó de Grecia a otros países con déficit y más adelante la propia supervivencia del euro quedó en entredicho. Como una ruptura del euro causaría un daño inmenso a todos los países miembros y en particular a Alemania, esta seguirá haciendo el mínimo necesario para mantener su integridad.
Pero no creo que, a pesar de la fortaleza alemana y el apoyo francés, esto dure mucho, y ahí está Gran Bretaña, uno de los fuertes, pensando en zafarse de la situación.
Ello demuestra, subrayo, que hay una permanente división de la Unión Europea entre países acreedores y deudores, los primeros de los cuales dictan las condiciones. Todo esto es políticamente inaceptable por lo cual una ruptura hará que Europa se encuentre en una situación peor que la que tenía cuando se inició la operación de unirse, porque dejará una herencia de desconfianza y hostilidad mutuas.
Habría que ver si los neoliberales tratan de imponer el dólar a toda costa –está pasando-, o se mantiene el ascenso lento, pero ascenso, del yuan chino, que, al parecer, va teniendo un papel más importante de los que muchos pensaban.
Con el fin de evitar la irrupción china, los defensores del neoliberalismo tratan de convencer a Alemania para que dirija la situación o, por lo menos, no maltrate tanto a quienes menos fuerza tienen y se ahogan en este dilema europeo.
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