Difícil logro
5 de enero de 2017
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Una de mis nietas, la mayor, acaba de matricular Biología en una de las universidades del estado norteamericano de Georgia, donde aspira a estudiar Medicina después de cuatro años, aunque confiesa que su principal deseo es desarrollar cultivos resistentes, no dañinos al seres humano y que contribuya a la pureza del medioambiente.
No quise desilusionarla, porque el ser humano debe aspirar al bienestar ajeno, de todos, en un mundo de tanta infelicidad, provocado por un sistema que antepone la guerra a la paz y que sostiene compañías que desarrollan transgénicos y acumulan desastre tras desastre y se bañan en las aguas de la impunidad.
Y es que han tecnificado a la biología de tal forma que actúa de forma piratesca, mostrándose como la salvadora, llevando a los gobiernos y el público a creer que, de no ser por ellas, no habrá semillas resistentes al cambio climático.
En este contexto descuellan cuatro empresas: la alemana BASF Bayer, la suiza Syngenta y las estadounidenses Monsanto y DuPont, todas líderes en el juego de monopolizar los genes que permiten a los cultivos soportar efectos del cambio climático, como inundaciones, sequías, invasiones de agua salada, calor y radiaciones ultravioletas más fuertes.
Por supuesto que nada de esto es la panacea, porque lo que necesita realmente la mayor parte del mundo, que vive o malvive en forma subdesarrollada, para su agricultura y su medicina, es liberarse de todos estos monopolios y tener libertad para fabricar medicamentos sin pagarle a las multinacionales.
El hecho no es nuevo, recuerda el investigado norteamericano Richard Hallman. Durante decenios, se han venido descubriendo nuevos fármacos a partir de animales y de plantas exóticos. Hoy día, genes de especies y de subespecies raras son también útiles para producir nuevas especies, ya sea por ingeniería genética o por hibridación ordinaria. Los medicamentos, y ahora también las nuevas especies, se suelen patentar. Esto plantea un problema para los países en vías de desarrollo que podrían utilizarlos.
Los monopolios de las patentes sobre variedades de animales y de plantas, de genes y de nuevos medicamentos amenazan con perjudicar a los países en vías de desarrollo de tres maneras. En primer lugar, aumentando los precios de tal manera que la mayoría de los ciudadanos no tenga acceso a estos nuevos desarrollos; en segundo lugar, frenando la producción local, cuando el propietario de la patente lo decide; en tercer lugar, en lo que concierne a las variedades agrícolas, prohibiendo a los agricultores la continuación de su cultivo como se ha venido haciendo durante miles de años.
Ahora que llaman “pecado” a la resistencia de los países subdesarrollados, hay que señalar que el propio Estados Unidos –un país en vías de desarrollo a principios del siglo XIX– se negó a reconocer las patentes de Gran Bretaña, una nación desarrollada. Pero para defender sus honestos puntos de vista, los países en vías de desarrollo tienen primero que proteger los intereses de sus ciudadanos, oponiéndose a estas patentes, por lo cual deben tener el apoyo de la opinión pública mundial y enfrentarse a los tratados que EE.UU., guiado por los monopolios, impone a través de amenazas de guerra económica sobre la mayor parte del mundo.
No es fácil estar contra una idea defendida por tanto dinero. Por ello surge un gran dilema:
Se requiere de gobiernos que tengan la voluntad de no privatizar lo que tiene que ser público. Lamentablemente, esta tendencia está en retroceso en estos momentos.
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