Difícil escollo
23 de septiembre de 2015
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Cuando el presidente Barack Obama asumió por primera vez la presidencia norteamericana, el líder de la Revolución Cubana, Fidel Castro, expresó que “sería bastante ingenuo creer que las buenas intenciones de una persona inteligente podrían cambiar lo que siglos de intereses y egoísmo han creado. La historia humana demuestra otra cosa”.
Y es que es muy difícil vencer la arraigada tendencia del establishment de un país que sobrevive gracias a la guerra perenne y, si esta no existiera, buscaría la forma de crearla, utilizando sin sonrojos los más brutales métodos para intimidar, todo ello acompañado de la propaganda mediática con la cual hace creer la validez de sus intereses ante un público al que casi siempre convence de que es mejor así, antes que esperar un presunto ataque enemigo.
Por muy dudoso que pueda parecer la anterior compleja enunciación, todo es real, porque la primera superpotencia mundial tiene intrínsicamente la predisposición a resolver cuestiones internacionales recurriendo a la fuerza de las armas.
Ahora, cuando suaviza diferentes aspectos en su política anterior, el gobierno norteamericano ha tenido que enfrentar intereses contrarios al restablecimiento de relaciones diplomáticas con Cuba, el acuerdo sobre el programa nuclear iraní y diversos planes para mejorar el medio ambiente.
Empero, para Obama ha sido imposible cambiar la percepción del anterior gobierno de iniciar y proseguir guerras por doquier, no importa que se prolongue la iniciada contra Afganistán en el 2001 y la prosecución del conflicto en Iraq, a donde envió más soldados, luego de haber retirado a varios miles.
William J: Astore, teniente coronel retirado de la fuerza aérea de EE.UU: dice en un ensayo que “hacemos la guerra, porque somos buenos haciéndola y porque nos sale de lo más hondo creer que nuestras guerras llevan el bienestar a otros pueblos”.
Es decir, que no solo la población norteamericana cree que sus ejércitos son los mejores, más preparados y armados, sino que está convencida de que luchan siempre por motivos altruistas. Por eso acepta las guerras prolongadas en cualquier parte del mundo.
Cierto que hay siempre algún que otro movimiento de protesta contra la guerra, pero predomina el belicismo, y más ahora, cuando no hay servicio militar obligatorio y el esfuerzo de guerra recae sobre la minoría social más desprotegida.
A ese esfuerzo bélico se dedican ingentes recursos, con grandes beneficios para el complejo militar industrial.
A veces, ingenuamente, damos paso a criticas a hechos deshonestos realizados por algún que otro militar, cuando logra trascender. Pero esto no tiene una fuerza real, porque la sociedad norteamericana se está militarizando, y asiente a la propaganda de desinformación acerca de que cualquier situación contra el esfuerzo de guerra responde a intereses antinorteamericanos.
Además, los medios tecnológicos de combate hacen disminuir el enfrentamiento directo al enemigo, por lo cual disminuyen las bajas estadounidenses, lo cual aleja los efectos de la guerra del sentir de la población, en tanto aumenta el provecho de quienes lucran con ella.
No todo es impunidad, porque han surgido medios independientes de información que han revelado las atrocidades que han conllevado tal poder bélico, aunque en general no han cesado.
La Agencia Central de Inteligencia (CIA) tiene una escalofriante saga de torturas: Gordon Thomas en su libro “Las torturas mentales de la CIA” narra las transgresiones a la dignidad humana con la ayuda de siquiatras. Peter Watson, con su libro “Guerra, persona y destrucción” ya había puesto al descubierto barbaridades peores. Según William Buckley, “muchas veces no existe la menor diferencia en el modo en que los gobiernos legítimos o las organizaciones terroristas utilizan a los médicos para conseguir sus propósitos”.
Y esto es una pequeña muestra, que, lamentablemente, no trasciende lo necesario, porque es difícil eliminar el aun prevaleciente escollo de la desinformación.
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