Después de noviembre, ¿qué?
15 de junio de 2020
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No nos ocultamos para afirmar que la inmensa mayoría de nuestro pueblo y posiblemente del planeta, espera ansiosa que la actual administración norteamericana, con sus halcones y criminales, desaparezca de la gubernatura estadounidense, con la deseada pero aún no segura derrota en las elecciones presidenciales de noviembre venidero.
La ultraderecha republicana había logrado hace cuatro años que su candidato Donald Trump, sin experiencia política y con una campaña nacionalista, derrotará a la demócrata Hillary Clinton, mediante los votos populares y no electorales, nutriéndose de las debilidades del anterior mandatario, Barack Obama, y apelando al patriotismo para sembrar sospechas sobre sus rivales.
Todos hemos padecido las consecuencias de la mala política, inhumana, de los gobiernos de Estados Unidos, unos más que otros, con Trump a la cabeza.
Pero no hay que llamarse a engaño: ambos partidos afirman que EE.UU. es el país más exitoso de la historia y está llamado a “iluminar al mundo”, y creen en su papel de “misionero”, lo cual le da derechos que no tienen las demás naciones.
Aunque Trump no estuviera en el poder, la doctrina sigue siendo igual: Estados Unidos tiene el derecho de atacar con las armas a un país que no le ha agredido ni está apunto de hacerlo. Ello fue invocado para atacar e invadir Iraq y luego a Afganistán y, apelando a sus aliados, lo hizo con Libia.
Así, impide que la paz llegue a Siria, se hace cómplice del genocidio a los pueblos palestino y yemenita. Amenaza y sanciona a Irán y Venezuela y tiene en la mirilla a la superbloqueada Cuba y Nicaragua.
Quienes se llaman a engaño sobre el alcance de la política de EE.UU. no son solo los propios norteamericanos, sino un número asombroso de extranjeros, empezando por las elites empresariales y políticas del llamado Tercer Mundo, al creer que EE.UU. defiende sus intereses, cuando en realidad solo le importa los suyos.:
Realmente, y lo que ocurrió con Libia es un ejemplo: el poder mediático, la riqueza y las armas de Estados Unidos, hicieron que muchos asistieran impasible al creciente hegemonismo norteamericano y aceptaran el orden internacional que el establishment estadounidense viene construyendo desde el final de la Segunda Guerra Mundial, ya que piensa que es legítimo e inevitable.
Así se hace creer que el mundo es nuestro, pero, realmente es norteamericano y que EE.UU. puede pensar y escoger por el resto de la humanidad.
Después de la Guerra Fría, el imperialismo ha tenido dos grandes desafíos: derrotar lo que califica de terrorismo islámico, cuando es el principal Estado terrorista, y mantener su hegemonía en cada uno de los escenarios regionales.
Esta doble prioridad implica de entrada que se debe preparar, y así lo está haciendo, para una gama muy amplia de escenarios militares, en la que incluye la opción nuclear, la guerra convencional, la de baja intensidad, la ocupación y “reconstrucción” de los países que considera “problemas”, la lucha clandestina y la prevención de lo que llama terrorismo dentro de su territorio.
Sobre esas prioridades, ambos partidos tienen un consenso muy firme, al decir que lo más importante es “mantenernos seguros” y “mantener el liderato del mundo”. Así, en plena crisis económica, agravada por la pandemia del coronavirus descuidada por Tremp, no pretenden disminuir, y sino aumentar el gasto militar, en detrimento del social.
Y es porque, obsesionado por la ilusión de “paz perpetua”, aprovechando que es la principal potencia militar y manejar aún el poder económico del planeta -a pesar de su bancarrota, alto déficit, debilidad del dólar etcétera-, EE.UU. sigue endureciendo el clima político, reactiva y fortalece el complejo militar-industrial y gira aún más a la derecha.
Si no estuviera Trump, lo anterior se vería maquillado, pero seguiría igual.
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