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Desde «El Decamerón» hasta la COVID-19

6 de abril de 2020

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Siete mujeres y tres hombres, todos jóvenes, huyeron de la ciudad de Florencia, en Italia, y se pusieron en una especie de «cuarentena» en una villa campestre, en pleno año de 1348, para protegerse de lo que se ha conocido como la «peste negra» o «peste bubónica», se puede leer en la obra de Giovanni Boccaccio, «El Decamerón».
Aunque más tarde se estimaron en unos 50 millones de europeos los que murieron a causa de la enfermedad, aquellos jóvenes dedicaron el tiempo a narrarse, una a una, historias de su paso por la vida, con la finalidad de distraerse.
Quizás la enseñanza —desde una visión de hoy— es la del poder de abstracción y a la vez confianza de esos 10 jóvenes quienes, por encima del peligro, mostraban seguridad en el presente y futuro.
Estoy seguro que la obra del escritor italiano, por estos días es vuelta a leer o al menos recordar por muchos, cuando una nueva enfermedad, la COVID-19, se expande como una peste —no solo por Europa sino por todo el mundo—. Aparecerán cientos o quizás miles de relatos de contagiados o enfermos y —por qué no—, saldrán obras literarias sobre la forma en que quien la escriba o narre, ha percibido el fatídico azote… O cómo le salvaron su vida.
Hoy Florencia —cuna de la peste negra en 1348— es la capital y ciudad más poblada de la región de Toscana, de la que es su centro histórico, artístico, y económico.
El pasado 25 de febrero de 2020, la región italiana de Florencia, tuvo el primer positivo a la COVID-19. Entonces, vuelvo a las páginas de «El Decamerón» y —salvando distancias y dimensiones del fenómeno—concluyo que esta es otra prueba para la humanidad.
Si aquella vez la peste negra o bubónica sembró la más completa desolación en la Europa de entonces, ahora el coronavirus pone al desnudo el colapso sistémico en un mundo desigual, sembrado de egoísmo, donde unos pocos lo poseen todo o casi todo, y la gran mayoría no tiene ni siquiera para sus necesidades básicas.
Si entonces se comprobó que la «peste negra» era una enfermedad originada por la bacteria «yersina pestis», que afectó a los roedores y, a través de sus parásitos —en concreto las pulgas de las ratas— infestó a la población, ahora la COVID—19, todavía en estudio, transita letalmente en un mundo donde hay políticas gubernamentales capaces de poner a un lado la vida humana y defender a capa y espada la economía, el dinero.
Por estos inciertos días, estremece conocer que, por ejemplo en países de Europa, donde la enfermedad ha crecido de manera vertiginosa, solo países como Rusia, China, Cuba y Venezuela, les han brindado ayuda con personal especializado y algunos recursos básicos para enfrentar el virus.
Fijémonos que se trata de países en todos los casos sancionados cruelmente por medidas unilaterales de Estados Unidos y hasta de la propia Unión Europea.
Y, aunque todavía en el Viejo Continente se habla del «principal aliado» cuando se refieren a Estados Unidos, coincido con el analista español, André Abeledo Fernández, quien asegura que «ya no puede considerarse como un aliado, ni siquiera en teoría».

Siete mujeres y tres hombres, todos jóvenes, huyeron de la ciudad de Florencia, en Italia, y se pusieron en una especie de «cuarentena» en una villa campestre, en pleno año de 1348, para protegerse de lo que se ha conocido como la «peste negra» o «peste bubónica», se puede leer en la obra de Giovanni Boccaccio, «El Decamerón».
Aunque más tarde se estimaron en unos 50 millones de europeos los que murieron a causa de la enfermedad, aquellos jóvenes dedicaron el tiempo a narrarse, una a una, historias de su paso por la vida, con la finalidad de distraerse.
Quizás la enseñanza —desde una visión de hoy— es la del poder de abstracción y a la vez confianza de esos 10 jóvenes quienes, por encima del peligro, mostraban seguridad en el presente y futuro.
Estoy seguro que la obra del escritor italiano, por estos días es vuelta a leer o al menos recordar por muchos, cuando una nueva enfermedad, la COVID-19, se expande como una peste —no solo por Europa sino por todo el mundo—. Aparecerán cientos o quizás miles de relatos de contagiados o enfermos y —por qué no—, saldrán obras literarias sobre la forma en que quien la escriba o narre, ha percibido el fatídico azote… O cómo le salvaron su vida.
Hoy Florencia —cuna de la peste negra en 1348— es la capital y ciudad más poblada de la región de Toscana, de la que es su centro histórico, artístico, y económico.
El pasado 25 de febrero de 2020, la región italiana de Florencia, tuvo el primer positivo a la COVID-19. Entonces, vuelvo a las páginas de «El Decamerón» y —salvando distancias y dimensiones del fenómeno—concluyo que esta es otra prueba para la humanidad.
Si aquella vez la peste negra o bubónica sembró la más completa desolación en la Europa de entonces, ahora el coronavirus pone al desnudo el colapso sistémico en un mundo desigual, sembrado de egoísmo, donde unos pocos lo poseen todo o casi todo, y la gran mayoría no tiene ni siquiera para sus necesidades básicas.
Si entonces se comprobó que la «peste negra» era una enfermedad originada por la bacteria «yersina pestis», que afectó a los roedores y, a través de sus parásitos —en concreto las pulgas de las ratas— infestó a la población, ahora la COVID—19, todavía en estudio, transita letalmente en un mundo donde hay políticas gubernamentales capaces de poner a un lado la vida humana y defender a capa y espada la economía, el dinero.
Por estos inciertos días, estremece conocer que, por ejemplo en países de Europa, donde la enfermedad ha crecido de manera vertiginosa, solo países como Rusia, China, Cuba y Venezuela, les han brindado ayuda con personal especializado y algunos recursos básicos para enfrentar el virus.
Fijémonos que se trata de países en todos los casos sancionados cruelmente por medidas unilaterales de Estados Unidos y hasta de la propia Unión Europea.
Y, aunque todavía en el Viejo Continente se habla del «principal aliado» cuando se refieren a Estados Unidos, coincido con el analista español, André Abeledo Fernández, quien asegura que «ya no puede considerarse como un aliado, ni siquiera en teoría».

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