Delincuentes empresariales
18 de marzo de 2016
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Mucho se han regodeado estos individuos que en Venezuela dicen que son empresarios con el decreto del Presidente norteamericano que prorroga por un año más el endilgamiento a Venezuela como un peligro para la seguridad de Estados Unidos.
El avieso propósito es un eslabón más en la cadena contrarrevolucionaria para hacer dimitir al Ejecutivo, subrayar el papel beligerante de la mayoría parlamentaria opositora y el ascenso de los enemigos del pueblo al poder mediante un golpe “blando”.
En esto juega un papel fundamental el denominado empresariado de alto poder económico, que, al contrario de las pequeños y medianos, boicotean de cualquier forma posible los programas gubernamentales para enfrentar la guerra económica que lleva al desabastecimiento, la inquietud y el descontento a la población.
Precisamente, esos empresarios son el núcleo mayor de una oligarquía económica que durante años ha saqueado “legalmente” las arcas del Tesoro venezolano, sin producir bienes y servicios, crecer la infraestructura y aumentar el pago de impuestos. Es decir, no generan riquezas y si entreguismo a las trasnacionales foráneas.
Dice el historiador e investigador William Serafino que diseñar
el aparato económico de Venezuela para la importación y el encadenamiento productivo trasnacional en vez de promover un sistema económico independiente, fue algo bien pensado por esa oligarquía para hacer que Venezuela fuera un país parasitario.
Mientras Europa y Estados Unidos formaban una clase empresarial desarrollada en el sentido estricto del término, en Venezuela se iban perfilando mafiosos, traficantes de influencias, aduladores, amantes de los privilegios petroleros y de la especulación.
Las principales empresas norteamericana y angloholandesa (Standard Oil y Royal Dutch-Shell) que iniciaron actividades de perforación y extracción petrolera en el país, fueron poco a poco ampliando sus actividades.
Los responsables de llevarles el maletín al oligarca extranjero (los “abogados petroleros”) aprovecharon esa cercanía y, con una buena dosis de adulación y tráfico de influencias dentro del Estado, obtuvieron el privilegio de trasladar la industria foránea y sus procesos tecnológicos.
Por la vía de este mecanismo, los petrodólares serían entregados a Estados Unidos mediante la importación de insumos, bienes de capital, repuestos y renovación de maquinarias para que la “producción nacional” siguiera su “desarrollo”.
De esta forma, esa mafia concretaría un jugoso ciclo de especulación desbordada en moneda nacional, mientras entregaba los dólares a un exterior que evadía impuestos de importación y ponía al producto importado el precio que le diera la gana.
Carlos Delfino, responsable de llevar los negocios a la Creole Corporation, consiguió importar la maquinaria para realizar la primera empresa cementera del país con una fuerte inversión de capital norteamericano.
Gracias al tráfico de influencias que le otorgaba su relación con la oligarquía petrolera norteamericana, consiguió la concesión para que su empresa, “Cementos La Vega”, construyera el Parque Central, el Teatro Teresa Carreño y el Nuevo Circo.
Diego Cisneros, abogado del Royal Bank of Canada, consiguió la concesión para producir Pepsicola en el año 1939, gracias a las relaciones tejidas desde la institución bancaria en cuestión. Consiguió los permisos gubernamentales para que la Liquid Carbonic (empresa de EE.UU. que produce insumos para bebidas carbonatadas) se asentara en el país, completando el venenoso encadenamiento productivo (importador) mediante el grifo abierto de los petrodólares.
Los ejemplos abundan y el espacio es finito, por lo que terminamos con la conocida familia Capriles, la cual se hizo con los derechos exclusivos de importación (y parcial fabricación) de Alimentos Kraft mediante las relaciones que tejieron sus ancestros del siglo XX con los Phelps, Rockefeller y compañía, mientras jugaban golf en el recién inaugurado Country Club.
Era (y sigue siendo más cómodo) constituir una empresa, rellenar la planilla, cumplir con los pasos legales y con los dólares (subsidiados) que produce el Estado para importar la “tecnología de punta” que hincha las ganancias estadounidenses.
Y el saqueo no se detiene allí, pues las máquinas se dañan o se deprecian y la materia prima es finita. Necesitan volver a hacer la planillita y exigir los dólares que creen merecer para seguir con el mismo círculo vicioso.
Piden dólares porque sus intenciones de ampliar la “producción” (y las ganancias) requieren de eso que no producen y que jamás producirán, pues son parásitos intermediarios entre la Faja Petrolífera del Orinoco y la oficina de algún oligarca económico yanki-europeo.
Esos son los grandes empresarios venezolanos que tratan de defenestrar al Gobierno Bolivariano, y ya tienen abundancia de portavoces y testaferros en la Asamblea Nacional que siguen torpedeando los esfuerzos oficiales para que se haga justicia en Venezuela. En fin, son delincuentes empresariales.
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