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De mal en peor

21 de abril de 2018

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Mientras el gobierno del primer ministro australiano, Malcom Turnball, se prepara para ser anfitrión de una reunión de alto nivel en la lucha contra el terrorismo, en Canberra, la capital, trascendió que hasta los niños de 14 años están siendo monitoreados como parte de las nuevas reformas para supuestamente combatir el flagelo.
Ello ocurre en un entorno en el que se están sintiendo los impactos del cambio climático fuera de control, en el que la sequía supone un grave riesgo para la economía, añadiendo más tensiones a las ya existentes.
En general, la trayectoria política en Australia no se ve bien: las políticas y las ideologías neoliberales están en aumento; el individualismo y el materialismo dominan el paisaje de la cultura; y no hay la sensación de que las cosas vayan a ponerse mucho mejor en un futuro cercano.
En este contexto, Australia recoge amargos frutos de sus continuado apoyo militar a las guerras de agresión emprendidas por Estados Unidos. Si antes fue en Corea y Vietnam, ahora los resultados adversos provienen del Medio Oriente, a resultas de las actividades contra los pueblos de Afganistán, Iraq, Libia y Siria.
De ahí que sea corriente que la policía allane centenaresde casas en los suburbios de las principales ciudades, alimentando aún más la tensión con los refugiados.
En resumen, Australia está experimentando repercusiones, un término utilizado por la Agencia Central de Inteligencia para clasificar las consecuencias imprevistas de las intervenciones de Estados Unidos en otros países. Cualquier persona razonable puede entender que los autores de los atetados del 11 de septiembre del 2001 contra las Torres Gemelas neoyorquinas –aún no explicados claramente- no llevaron a cabo sus ataques,porque odiaban las “libertades” estadounidenses, sino la política exterior estadounidense.
Lo mismo ocurre en el contexto australiano.Desafortunadamente, Australia ha respondido de manera predecible, con drásticos ajustes contra las libertades civiles y ampliando su ámbito de operaciones de seguridad de manera que incluyen a los niños. Lo señala David Wroe en un reciente artículo del “Herald”:
“Niños de tan sólo 14 años han sido monitoreados por ASIO (Organización de Inteligencia de Seguridad Australiana), por órdenes de la Procuraduría General, lo que subraya la dramática caída en la edad de los sospechosos en cargos relacionados con terrorismo”
Emily Seaman, profesional de la Universidad de Canberra en Educación Comunitaria, trabajó durante dos años dentro de Nauru como parte del equipo de una organización no gubernamental. “La situación en los centros acaba con la salud mental de estas personas. Se han denunciado abusos sexuales a niños y mujeres que implican a guardias de seguridad, maltratos físicos, psicológicos y xenofobia. Las familias se fragmentan por completo, los niños terminan asumiendo la misión de mantener a sus familias disfuncionales, a pesar de que no entiendan por qué crecen como detenidos. Ellos son los que más sufren”, explicó.
Su testimonio lo confirman informes como el publicado por la Comisión de Derechos Humanos de Australia, en el que concluyó que “los niños detenidos en Nauru sufren de niveles extremos de violencia física, emocional, trastornos psicológicos y de desarrollo”.
Naciones Unidas aseguró en un reporte sobre el tema que Australia está violando sistemáticamente la Convención Internacional contra la Tortura por detener a niños en estos centros y mantener a los solicitantes de asilo en condiciones peligrosas y violentas en la isla de Manus (Papúa Nueva Guinea).
Es decir, el gobierno de Turnbull añade más sufrimiento a una situación que ya es difícil. Estas personas se dirigen a Australia buscando protección, huyendo de conflictos que atentan contra sus familias y se encuentran con una larga espera y con la detención en un país sin oportunidades para ellas, cuando se ha formado precisamente a base de inmigraciones, y que éstas hicieron rica a la isla-continente.
Pero ya desde el anterior gobiernose practica la denominada política del silencio, principalmente sobre lo que ocurreen las islas del Pacífico donde son enviados los refugiados que debían estar bajo la protección australiana, tal como está estipulado por leyes internacionales.
Pero en junio del pasado año, aparecieron las primeras imágenes en video de la vida dentro de los campos. Se estrenó el documental “Chasing Asylum”, dirigido por la australiana Eva Orner, ganadora del Óscar (“Taxi to The dark side”), que revela una serie de escenas captadas de manera oculta, con teléfonos celulares, que confirman las precarias condiciones en las que viven cientos de personas.
Todo soportado en testimonios de detenidos que permanecen en los campos y extrabajadores estatales que renunciaron a sus cargos. “Aquí no hay futuro, no hay respuestas para mí, aquí estoy condenado a olvidar mis sueños”, dice uno de los refugiados, mientras las mujeres denuncian abusos y acosos sexuales.
Algo que contrasta con muchos australianos que asocian a los refugiados con crimen, violencia y gente que viene para apropiarse de sus empleos y claman al gobierno que “blinde al país de este tipo de problemáticas”.
Por su parte, gobiernos como el del ex primer ministro Tony Abbott y ahora el de Malcolm Turnbull defienden tal política, revelando cifras que demuestran cómo la llegada de barcos de migrantes ha disminuido drásticamente en los últimos dos años, y aseguran que las solicitudes de asilo se están resolviendo y las condiciones de vida en las islas, mejoran.
Pero de eso nada, porque y hay muchos testigos, algunos de ellos integrantes del Consejo de Refugiados de Australia, que denuncian que la Marina está interceptando barcos en alta mar que ni siquiera son enviados a Nauru o Papúa Nueva Guinea, sino que son dirigidos a otros destinos y ¿quién sabe?, hechos desaparecer en las turbulentas aguas del océano que llaman Pacífico.

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