De cataclismo en cataclismo
26 de noviembre de 2020
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Casi once años después del terremoto de enero del 2010, Haití sigue sin haber reparado la destrucción de aquel acontecer catastrófico, que segó la vida de 220 000 personas y destruyó virtualmente el país caribeño, que desde antes mantiene el nada envidiable título de ser el más pobre del continente.
Haití es vulnerable por su propia ubicación, propicia a repetidas catástrofes naturales. Los potentes y cada vez más frecuentes huracanes del Caribe suelen golpear al país, como Matthew en el 2016, que dejó a centenares de muertos.
Mientras algunasnaciones mostraron solidaridad con la empobrecida Haití, entre ellas Cuba, con su mantenida ayuda en el campo de la salud, Estados Unidos utilizó a Naciones Unidas para ejercer el control político y económico,agravando la situación social, sin que le preocupara el accionar de sucesivos regímenes que, de una manera u otra, mostraron su aquiescencia ante el Imperio.
Ello, por supuesto, incluye al actual gobiernode Jovenal Moise, un rico empresario, quien enfrenta el díaa día de demostraciones en su contra que, empero, no logran la deseada renuncia, además de ser reprimidas con violencia.
Y es que, carente de un programa, algunos piensan que, si Moise se fuera, no tendría reemplazo adecuado, y sería más de lo mismo. “¿Quién lo remplazaría? Nadie sabe, nadie puede pretender remplazarlo”, consideran algunos comunicadores.
Cierto que las manifestaciones en su contra han continuado, pero estas no han podido mantenerse como antes, porque la gente sufre por la pandemia de la COVID-19 y le hace falta retomar su trabajo formal o no para ganarse la vida.
La fragilidad institucional no es asunto nuevo en esta pequeña nación caribeña. Entre 1986 y 2018, Haití tuvo a 19 presidentes y solamente en 3 ocasiones sus mandatos llegaron a sus términos.
Una debilidad estatal que puede en parte explicarse por las recurrentes dificultades económicas, y viceversa. La moneda nacional, le gourde, sufre constantemente de los desequilibrios en los intercambios y, por ende, se devalúa como en la actualidad.
Además, Haití no produce casi nada. En el 2017, el balance comercial se encontraba en déficit por más de un 35% del Producto Interno Bruto, en una situación en la cual las exportaciones quedaron muy por debajo de las importaciones, por lo cual los precios de los productos importados aumentaron constantemente.
El primer efecto perverso de este desamparo económico fue el endeudamiento. En permanente aprieto para financiarse, el Estado tuvo que buscar préstamos con organizaciones internacionales u otras entidades, con pagos a la deuda pública que representaban casi el 17% del gasto total, que al año representan unos 250 millones de dólares, dinero con el cual se podrían construir hospitales, centros de salud, escuelas o universidades.
Pero los regímenes haitianos, incluso el actual, se han mostrado más inclinados a sacer provecho personal de los préstamos foráneos.
Por ejemplo, el programa Petrocaribe, que ha alentado Venezuela para ayudar a los países de la región, ha sido saqueado por quienes han detentado sucesivamente el poder haitiano, incluyendo el actual.
Quizás lo más alentador es el surgimiento de una juventud haitiana que ha sabido expresarse, sin egoísmo y con rechazo a la mala política actual.
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