Cuidar la más importante obra humana
25 de noviembre de 2013
|De paso por el Preuniversitario del Vedado, observé a varios de sus alumnos sentados en el parque del frente, algunos con un cigarro en la mano, la mayoría con sus camisas por fuera o el pantalón cogido por un cinto muy distante de lo que siempre se ha conocido por cintura.
Me vino a la memoria como un verdadero relámpago, la Escuela Rural No. 36, allá en Barajagua, municipio de Cueto en la provincia de Holguín. Allí estudié de primero a sexto grados bajo las riendas de los profesores Eduardo Suárez y Nilza Capote. ¡Qué clase de maestros! Allí no se fumaba, los uniformes bien puestos, todo en orden, aunque se trataba de verdaderos niños pobres, muchos de los cuales caminábamos hasta seis kilómetros diarios para llegar al aula. Pero llegábamos y en hora.
Pensé entonces en las posibles caausas de la degradación de la disciplina escolar, y rápidamente me acordé de mis padres. Volví a ellos aunque fallecieron hace décadas. Pero fueron vitales en la formación de la inmensa mayoría de los que en aquella generación vimos en el aula el verdadero templo donde continuaba la formación que ya había comenzado en la casa.
Los matutinos en aquella escuelita rural, eran toda una reverencia a Martí y ante el pequeño y modesto busto cantábamos el himno. A ese inicio de vida escolar nunca se podía llegar tarde. Así nos lo explicaron los maestros y lo aprendimos para toda la vida.
La familia, en mi opinión, es el eslabón básico que puede dar respuesta a muchas de las interrogantes de hoy. Salvando las distancias del tiempo, lo que hicieron mis padres para que sus cinco hijos estudiáramos, es pura medicina, de esa que no amerita contraindicaciones ni produce anomalías paralelas.
El respeto a los padres, abuelos, hermanos mayores, vecinos, maestros, debe constituir un principio básico desde los primeros años de vida.
Cuidar el uniforme, usarlo bien —no importa la supuesta moda que haga creer lo contrario—, cuidar los libros, el pupitre, la pizarra, las paredes del aula que muchas veces son depredadas por manos infantiles o juveniles en algo que a todos nos parece increíble, pero que es cierto.
Al niño también hay que enseñarlo —primero en la casa y después en la escuela— del valor que tienen las cosas y muy especialmente de cuanto ha hecho nuestro país en favor de la educación, la niñez y la juventud.
No se trata de “tirarles” a la cara que nuestra educación es gratuita, pero sí hacerles consciencia de su costo económico, de lo importante que es cuidar y ahorrar para tener más.
Nuestros hijos —y la familia de manera especial— deben saber que actualmente hay en el mundo 57,2 millones de niños no escolarizados y que más de un 20% de los niños africanos no han podido acudir nunca a una escuela por falta de recursos.
Las familias, en primer lugar, y los maestros, tienen que ser protagonistas de la más hermosa de las obras humanas: formar bien a cada ser humano.
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