Cuando el odio es ciego
7 de marzo de 2016
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“Putin tiene razón: Ucrania está plagada de nazis”, es un reconocimiento que puede atribuirse a cualquier gobierno amigo de Moscú y su Presidente, sin que medie presión alguna al respecto. Pero cuando lo admite The Jerusalem Post, nada cercano a Rusia y uno de los alabarderos del sionismo, la cuestión es aun más seria.
En estos recientes tiempos que la actividad bélica ha disminuido en el territorio ucraniano entre las fuerzas que apoyan al régimen de Kiev y los separatistas del este que se niegan a admitirlo, se incrementa la presencia de militares de la Organización del Tratado del Atlántico Norte en territorio ucraniano, cerca de la frontera rusa, al tiempo que tropas selectas entrenan al ejército local y EE.UU. dedica recursos a armarlo convenientemente.
La cuestión no pasaría de ser uno de los meros escenarios de guerra a los que el Imperio nos tiene acostumbrado, porque vive de ello, si no fuera que en el régimen kievita no se disimula la presencia no solo de grupos de asalto al estilo nazi, sino la de elementos en el gabinete que atizan los problemas con el vecino ruso y dan el visto bueno al encarcelamiento, confinamiento en solitario y peligro de desaparición de opositores antifascistas, entre los que se incluyen manifestantes que en estos días protestan en diversas ciudades por el empeoramiento de la calidad de vida y la entronización neoliberal en la economía.
Tan es sí que medios europeos han llamado la atención acerca de que la represión contra los opositores del régimen neonazi de Kiev alcanza proporciones tales que Ucrania pudiera verse rápidamente ante su propia “noche de los cristales rotos”, como la que secciones de asalto organizaron en noviembre de 1938 en toda Alemania.
Mientras el presidente Petro Poroshenko se vuelve aun más millonario, el Fondo Monetario Internacional refuerza el capital privado a expensas de los bienes y los servicios sociales, un mal que, hay que reconocerlo, viene caminando desde el 2008.
Para empeorar la cuestión, el gabinete se sigue reforzando con figuras aliadas al imperialismo y soñadoras con un paraíso nazi, aunque intenten ocultarlo.
Hay un Ministerio de la Política de Información dirigido por Yuri Stets, productor de un canal televisivo propiedad de Poroshenko, que censura cualquier información que revele las atrocidades de las huestes fascistas en el este ucraniano.
Asimismo, Poroshenko aprobó la ciudadanía ucraniana a varios extranjeros que integró al gabinete, uno de ellos Aivaras Abromavicius, ministro de Economía y Comercio, quien ya ha tenido las nacionalidades estonia, sueca y lituana, y aun no comprende gran parte del lenguaje ucraniano.
Natalie Jaresco, sin abandonar la nacionalidad estadounidense, recibió la ucraniana y hoy es la ministra de Finanzas.
Además, Alexander Kvitashvili, fue nombrado ministro de Sanidad, puesto que cupo en su nativa Georgia.
Pero esto no es todo: al también georgiano y ex presidente Mijeil Saakashvili lo convirtieron en gobernador de la región de Odessa, luego de haber sido invitado a abandonar Estados Unido, donde recibió amparo del anterior mandatario George W. Bush.
Según el investigador belga Jerome Duval, a Saakashvili se le aseguró que no tendría que responder por acusaciones de desfalco y otros latrocinios, lo cual satisfizo su “sueño” de mudarse para Ucrania, para hacer la guerra contra Putin: “Detesto a Vladimir Putin. Estoy en Ucrania, porque es la guerra, el destino de mi vida se decide aquí”.
Todo esto sin contar que los restantes miembros del gabinete tienen de una manera u otra acciones que podrían ser juzgadas en una nación donde se respeten las leyes. Uno de ellos es el consejero del Ministerio de Defensa, Dmytro Laroch, líder nazi del movimiento Sector de Derecha, encargado de integrar a los miembros de su grupo en el ejército.
Son diferentes personalidades, pero con el denominador común de odiar a Rusia, con un odio tan ciego que impide ver más allá del daño que pudieran causar al mundo si no se les pone freno.
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