Corruptela, corruptela, y ahora viene la OEA
4 de noviembre de 2019
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Estados Unidos ha sacado lascas a eso que llaman corrupción, para tratar de justificar cambios de gobiernos que no le son afines, aunque tal término llega a veces inventado en esa larga jerga golpista de “noticias falsas” que facilitan el hegemonismo imperial mediante sus títeres locales.
Pero no siempre la corrupción, falsa o verdadera, es utilizado por Washington para intervenir en los asuntos internos de otros estados, como lo demuestra el caso de Honduras, una nación que nació con la corrupción a cuestas y así se ha encaminado durante años, teniendo en el actual gobierno del indigno Juan Orlando Hernández un digno representante.
Pero contra Hernández nada trama el imperialismo, por el contrario, al permitirle avasallar a los ciudadanos, reprimiendo violentamente toda manifestación en contra y santificando sus fraudes electorales para mantenerse en el poder.
Asimismo, perdonando sus deslices, incluyendo un abierto narcotráfico, en el que Hernández ha tenido que sacrificar a su hermano, entregándolo a las autoridades norteamericanos, que lo encarcelaron y mantienen con las comodidades dadas usualmente a los jefes mafiosos.
Pero todo este ladronesco viene de muy lejos y corroe a casi todos los gobernantes de la historia hondureña.
Los adelantados, gobernadores, virreyes y otros representantes del monarca del reino Castellano se creían dueños y señores feudales de las tierras, que en sí, debían conquistar y/o despojar a los indígenas de la América; pero, estas en vez de ser administradas por estos funcionarios, una vez favorecidos se declararon en posesión hereditaria por títulos y registros vinculados del rey.
En este contexto, Hernán Cortés envió a sus capitanes Gil González Dávila, Cristóbal de Olida y Francisco de las Casas con el fin de conquistar y colonizar lo que hoy es Honduras. Cristóbal de Olida traiciona a Cortés, con el fin de quedarse con tierras, se inicia una enemistad que concluye en choques armados y hasta la muerte de los propios españoles, todo por su codicia.
“Ver, robar a Vuestra Majestad y llevarle su patrimonio real y hacerse de otras cosas contra su real conciencia y, que no se haga saber, me parece tan grande traición…”, diría Cortés.
Por eso no es extraño que la corrupción haya ocupado la atención de la sociedad hondureña, pervertido el sistema denominado democrático representativo, no participativo, y debilitado la confianza de la sociedad en sus representantes públicos.
La población apenas percibe el perjuicio directo del enriquecimiento de los cargos públicos. Los grandes escándalos devastan la imagen de toda la clase política, pero solo afectan al voto a largo plazo.
Así, cada año, Transparencia Internacional publica un índice sobre la percepción de la corrupción en todos los países del mundo. La estadística muestra cómo la población evalúa la corrupción en su país, en una escala de 0 a 100. Honduras obtuvo una nota de 22, ocupando el puesto 140 de un total de 175 países, el lugar más bajo del índice sobre la percepción de la corrupción en Centroamérica.
Pero ello no importa al Imperio, que mantiene a Hernández en el poder, a despecho de las numerosos jornadas de protesta, que son reprimidas abiertamente por la policía, elementos paramilitares y el ejército, que allanan casas, sacan a sus moradores y, en algunos casos, los hacen desaparecer.
Esta es la forma de mantener al actual Presidente de Honduras, quien no ha permitido que una comisión internacional investigue el proceso de corrupción en Honduras y, al parecer, sólo aceptará la colaboración de la desprestigiada Organización de Estados Americanos, para –todo un hecho cínico– ayudar a investigar la situación, pero nunca para acusar de la corruptela a Hernández y sus acólitos.
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