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Contra la corriente

4 de septiembre de 2020

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Oídos sordos hace Donald Trump al llamado del secretario general de las Naciones Unidas, Antonio Guterres, sobre el cese de las acciones que aticen aún más los estragos que está causando la pandemia del nuevo coronavirus, y en este sentido llamó a finalizar la guerra comercial entre Estados Unidos y la República Popular China, iniciada por el mandatario norteamericano.
Que Estados Unidos se haya visto obligado a conversar con China sobre cómo llevarse mejor en sectores que van desde lo militar a lo económico, nunca ha podido esconder el complot que entroniza desde que esa nación obtuvo su liberación del colonialismo y el imperialismo.
Por la fuerza de las armas EE.UU. logró convertir en su tiempo en un “submarino insumergible” a la provincia china de Taiwán contra la República Popular, escindiéndola del territorio continental, y llevando todo tipo de planes que van desde el separatismo hasta el sabotaje de ricos recursos, especialmente energéticos.
En este contexto se enmarcaron los sucesos de Xinjiang, que tuvieron su antecedente en los del Tibet, estos con el propósito descubierto y fracasado de echar a perder los Juegos Olímpicos de Beijing, los más exitosos de la historia.
Imposibles de ocultar, como la caperuza a la oreja del lobo, el caso del Tibet es de máximo interés para la Agencia Central de Inteligencia (CIA), que ha dedicado esfuerzos y recursos a los planes antichinos, utilizando en aquel momento lo que un colega le dio por llamar uno de los “niños mimados” de la inteligencia estadounidense, el Dalai Lama.
Asimismo, ha actuado mediante la “organización no gubernamental” National Endowment for Democracy (NED), que recibe legalmente fondos del Congreso norteamericano, para intervenir masivamente en China.
No ha sido coincidencia esta guerra comercial con los actuales acontecimientos en Hong Kong, como tampoco antes los alborotos terroristas y separatistas en Xinjiang, protagonizadas por organizaciones de la etnia uigur, basadas casi todas en Estados Unidos, con la cumbre en Ekaterimburgo, la tercera ciudad rusa, de naciones miembros de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS). Además de Teherán, se le dio tal status a Paquistán, la India y Mongolia.
Durante los últimos años, ante lo que se ve como una política de Estados Unidos cada vez más hostil e incalculable, las mayores naciones de Eurasia —China, Rusia, Kazajstán, Uzbekistán, Kirguistán y Tayikistán— han buscado una cooperación directa y más eficaz en lo económico, así como en áreas de seguridad.
Ni que decir que los ministros de Defensa de la OCS están en consulta regular sobre necesidades de defensa mutua, debido a las pretensiones expansionistas de la OTAN y el Comando Militar de Estados Unidos.

 

XINJIANG

La Región Autónoma de Xinjiang es una sexta parte del territorio nacional, con 1 660 000 kilómetros cuadrados. Sus 21 millones de habitantes pertenecen a 47 etnias, las principales, uigur y han.
Hay un elemento vital: algunas de las más importantes rutas de tuberías de petróleo y gas de China atraviesan directamente la provincia de Xinjiang.
Las relaciones energéticas entre Kazajstán y China son de enorme importancia estratégica para ambos países, y le permite a Beijing volverse menos dependiente de las fuentes de suministro de petróleo que pueden ser cortadas por instigación norteamericana, si las relaciones se deterioran a semejante punto.
Esa cohesión de Moscú y Beijing con los países asiáticos centrales es a lo que más teme Estados Unidos, afirma el especialista norteamericano-alemán William Engdahi, autor de “Full Spectrum Dominante: Totalitarian Democracy in the New Word Order”, donde subraya que “la inestabilidad en Xinjiang sería una manera ideal para Washington de debilitar la creciente cohesión de la OCS”.

 

 

HISTORIA NECESARIA

Días antes de los sucesos de Xinjiang, los tres grupos del separatista Turquestán Oriental admitieron que no desecharían las prácticas terroristas para lograr la “independencia” de Xinjiang, e incluso hicieron alarde al respecto en un video presentado por la BBC de Londres.
Lo cierto es que medios occidentales difundieron que dos trabajadores uigures habían sido asesinados por haber violado a dos mujeres de la etnia han, lo cual provocó disturbios en los que perecieron unas 196 personas y más de 1 000 fueron heridas, y ocasionó que el entonces presidente, Hu Jintao, abandonara la reunión del G-20 en Italia y regresara inmediatamente al país.
La campaña internacional montada al respecto trató de presentar el problema como una cuestión de carácter nacional –un conflicto entre las etnias uigur y han— y obvió la comprobada participación de elementos del Turquestán Oriental y del Congreso Mundial Uigur, dirigido por la empresaria Rebiya Kadeer, conocida como La Millonaria, exiliada precisamente en Estados Unidos.
Tanto el Gobierno central chino como el de la Región Autónoma de Xinjiang han denunciado la conspiración internacional montada por Estados Unidos, como parte de la llamada Guerra de Cuarta Generación, de la doctrina militar estadounidense, que comprende, según Wikipedia, la guerra de guerrillas, asimétrica, de baja intensidad, sucia, el terrorismo de Estado, etcétera, en la que no hay enfrentamientos entre ejércitos regulares ni necesariamente entre estados, sino entre un estado y grupos violentos de naturaleza política, económica, religiosa o étnica, como son esos hechos de franco corte terrorista preparado por los hilos del Imperio.

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