Con OEA o sin OEA…
29 de abril de 2019
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“Con OEA o sin OEA, ganaremos la pelea”… fue un lema generalizado en América Latina y el Caribe, que se hizo popular a raíz de la suspensión de Cuba como país miembro del ya desprestigiado Ministerio de Colonias del Departamento de Estado yanqui, surgido bajo el mote de Organización de Estados Americanos, en la reunión de cancilleres de Bogotá (1948) que culminó con el sangriento “ogotazo” como consecuencia del asesinato del líder Jorge Eliecer Gaitán.
Eran los tiempos inmediatos al cese de la Segunda Guerra Mundial, de la cual el imperialismo norteamericano había emergido con absolutos poderes hegemónicos sobre el planeta, incluido el monopolio atómico. Sobre América Latina y el Caribe era necesario apretar las clavijas, pues el patio trasero imperial –como de costumbre– no podía quedar a su libre arbitrio y decidir por sí mismo sus destinos en un momento de auge mundial de la democracia.
Para servir de un modo u otro al poder y los intereses de Estados Unidos en el continente nació y sobrevive la tal Organización, hija de la Doctrina Monroe, y que tiene su antecedente en la llamada Unión Panamericana, surgida también con designios más o menos similares a inicios del siglo XX.
Repleta de arbitrariedades, imposiciones, conspiraciones, chantajes, presiones y sobornos está la negra historia de la OEA. Ninguna otra organización regional en el mundo acumula mayor desprestigio ni está manchada por más indignidad y por la sangre de los mismos pueblos que dice representar.
Para citar solo un ejemplo, diremos que la OEA ha acompañado, justificado y nunca condenado las numerosas intervenciones militares directas llevadas a cabo por los gobiernos imperialistas de Estados Unidos; tampoco ha rechazado ni desenmascarado los numerosos golpes de estado organizados e inspirados por la CIA contra gobiernos constitucionales democráticamente elegidos en comicios multipartidistas, como la propia Carta Democrática de la OEA proclama hipócritamente.
A la cabeza de este engendro ha estado siempre un funcionario ostentando el cargo de secretario general que –con muy pocas y honrosas excepciones– ha resultado un servidor abyecto y obsecuente del gobierno de Estados Unidos, traicionando habitualmente los verdaderos intereses de América Latina y el Caribe. En la actualidad, es notorio el caso de Luis Almagro, convertido en simple peón del Departamento de Estado, quien ha llevado a la OEA a los más bajos niveles de respeto a los países miembros y a sí misma.
Sin embargo, valdría la pena esclarecer que en contra de su voluntad y paradójicamente, fue la reunión de cancilleres de la OEA de Punta del Este, en 1962, la que dio origen a un documento fundamental y cada día más vigente para los pueblos de América Latina y el Caribe: la Segunda Declaración de la Habana, aprobada masivamente por el pueblo de Cuba, cuya lectura y estudio es hoy esencial.
La digna retirada de la República Bolivariana de Venezuela marca un nuevo eslabón en la ya larga cadena de desprestigio, servilismo y ridículo; la OEA no tiene remedio ni salvación e irá poco a poco languideciendo sin falta, llevada de la mano por sus desesperados amos yanquis.
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