Castigo a la derecha neoliberal
11 de noviembre de 2015
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No es la imagen, discurso o procedencia familiar que atrae y puede confundir a electores no avispados; sino el castigo a una derecha neoliberal que por diez años ostentó el poder en Canadá e hizo perder aquellos años de bonanza de una nación relativamente tranquila, donde dicen que “nunca pasa nada”, pero que sí realmente puede jugar un papel progresista en la arena internacional.
Mucho se ha escrito sobre la victoria del Partido Liberal que ha llevado a convertirse en primer ministro a Justin Trudeau, quien aspira a ser un digno heredero de uno de los políticos más queridos y recordados del país, Pierre Elliot Trudeu.
Analistas de toda laya escriben sobre el renacimiento de la “trudeamanía”, de la figura carismática del nuevo premier y de otras cuestiones que, sin dejar de tener interés, no son medulares.
Porque primero hay que decir que se castigaron los diez años de gobierno del Partido Conservador y su hoy ex premier Stephen Harper.
O sea, se repudió a una década de políticas neoliberales que terminaron por arrasar lo que quedaba del Estado de bienestar, un importante referente de la sociedad y la identidad de los canadienses, así como se rechazó a una postura exterior derechista, adosada a la Organización del Tratado del Atlántico Norte y contraria a la tradición de más de medio siglo de una gobernanza basada en la búsqueda de soluciones políticas y diplomáticas a los conflictos armados.
Harper fue uno de los mejores aliados del israelí Benjamín Netanyahu, recuperó algunos símbolos monárquicos y promovió el ultranacionalismo, al agitar el miedo al radicalismo en la comunidad musulmana.
Por eso, el pueblo canadiense lo rechazó con virulencia y volvió a dar un cómodo lugar cimero al Partido Liberal, con un dirigente que en su primera conferencia de prensa anunció que retiraría los aviones canadienses que participan en los bombardeos de la coalición auspiciada por Estados Unidos para, supuestamente, atacar al Estado Islámico en Iraq y Siria.
El joven primer ministro ha prometido acoger a 25 000 refugiados sirios donde Harper aceptó sólo 10 000; conjurar el cambio climático, mientras su antecesor retiró a Canadá del Protocolo de Kyoto; investigar las misteriosas muertes de mujeres aborígenes, destensar la maltrecha relación con Obama y acercarse a Irán, de quien Harper se divorció, cerrando la embajada en Teherán. Una larga tarea para demostrar que no es sólo un político superficial, como alegaban sus opositores.
Prometió dejar de lado las promesas de equilibrio presupuestario. Dijo que presentará tres presupuestos con déficit para finalmente equilibrar las finanzas en el 2019.
Su principal propuesta es una fuerte inversión en infraestructura, para modernizar Canadá, impulsar la economía y promover la creación de empleos.
Su campaña se centró en la clase media, a la cual promete reducirle los impuestos, mientras señala que el 1% de los más ricos deberán pagar una parte más justa a partir de ahora.
Como meta también tiene legalizar la marihuana, lo cual considera que permitirá controlar el papel del narcotráfico y la violencia que genera, así como podría significar ingresos extra para el Estado.
En inmigración prometió analizar la posibilidad de eliminar el requisito de visa a varios países, así como reformar el sistema de reunificación familiar, para que sea más rápido y efectivo.
También se propone eliminar parte de la reforma de la ley de ciudadanía, que crea, a su juicio, dos categorías, al permitir a las autoridades revocar la ciudadanía a quienes cometan crímenes contra Canadá o terrorismo.
Todo parece indicar que será, subrayó, un digno hijo de su padre, Pierre Elliott Trudeau, el hombre que gobernó Canadá entre 1968 y 1984 casi sin interrupción y forjó la herencia multicultural y bilingüe –hizo del inglés y francés las lenguas oficiales del Gobierno–, que ahora reclama su hijo. Federalismo aparte, a él se le atribuyen algunos de los grandes avances que han cimentado la leyenda de tolerancia del país de los osos y el sirope de alce, que ahora vuelve a la palestra, gracias al castigo del pueblo canadiense a la derecha neoliberal.
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