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Burkina Faso: falta mucho por explicar y entender

11 de junio de 2021

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África ha seguido siendo centro de matanzas étnicas, detrás de las cuales se indican intereses económicos sobre las riquezas de uno de los continentes más inexplorados del mundo. En este contexto se recuerdan la división realizada por el colonialismo antes de marcharse nominalmente de la región, que dejó a pueblos divididos y con problemas de todo tipo, que facilitaron la posterior explotación por los anteriores amos.

Burkina Fado es quizás la menos mentada en ese sentido, y una reciente matanza de 132 civiles –entre ellos siete niños- y 28 paramilitares que debían protegerlos en una remota aldea ubicada en el noreste alarmó momentáneamente, al alegarse que había sido un hecho aislado.

Pero esto no es cierto, y se apunta que en ello van hermanados algunos elementos que están en busca del oro que se dice guardan las entrañas de la zona.

El gobierno de esta pobrísima nación no tiene suficientes fuerzas armadas para contener a grupos que la prensa denomina yihadfistas, asegurando que están emparentados con las entidades Al Qaeda y el Estado Islámico.

Lo cierto es que ya Burkina Faso ha sido víctima de hechos de este tipo, aunque los dos más sonados se produjeron en el 2019. El primero tuvo lugar en Yergo, el 1 de enero, que cobró la vida, oficialmente, de 49 personas, la mayoría fulanis, aunque las organizaciones de la sociedad civil elevan esta cifra hasta las 210 víctimas. Esta masacre se produjo después del asesinato de seis personas, incluyendo el jefe de una aldea messi.

La segunda masacre, en la que perdieron la vida al menos 43 personas, se produjo en las aldeas de Varga, Dinguila-Peulh y Ramdolla-Peulh, el 8 de marzo. En esa ocasión, un grupo local armado de “autodefensa” abrió fuego indiscriminadamente contra los habitantes de estas aldeas y prendió fuego a sus casas.

Estas masacres se atribuyen a los “koglweogo”, expresión en lengua mossi que significa “los guardianes de la sabana”. Compuestas por voluntarios, estas milicias, autónomas entre sí, surgieron en la década de 1990 para combatir la inseguridad cotidiana en los pueblos: pequeños hurtos en los mercados, robos de ganado, atracos. Con el derrocamiento de Compaoré, su número se multiplicó.

“En pocos meses, estos grupos han proliferado a un ritmo vertiginoso”, afirma Chrysogone Zougmoré, presidente del Movimiento Burkinés por los Derechos Humanos y de los Pueblos. En el centro, este y sur, cientos de milicias locales han surgido de manera espontánea.

 

CAMPO ABANDONADO

Se dice que esta oleada es una reacción al abandono que ha sufrido el campo en las últimas décadas. “La insurrección de octubre del 2014 ha provocado frustraciones respecto al Estado”, constata la organización no gubernamental International Crisis Group, que señala que el 71% de los burkineses vive en zonas rurales. Los “koglweogo” de Sapouy, un pequeño municipio del sur próximo a la frontera con Ghana, aparecieron en marzo del 2016 en las portadas de la prensa nacional: un hombre acusado de robar un buey no logró sobrevivir a un interrogatorio de tres días llevado a cabo por esta milicia.

Su líder, Saïdou Zongo, se presenta como un granjero al que le habían robado todo su ganado en menos de dos años: 36 ovejas, 28 bueyes y 50 cabras. “Si tomé las armas fue para garantizar nuestra seguridad”, afirma, así como para paliar la “pasividad” de las autoridades. En su opinión, hay demasiados robos y demasiada impunidad. Y añadió, echando pestes, que los policías no hacen nada, la Justicia suelta a los criminales y a las víctimas nunca se les indemniza.

“Los ladrones deben saber que pagarán por su crimen”, recalcó de nuevo, mientras sacaba de su bolsillo una fotocopia doblada en cuatro, en la que estaban inscritas las penas por los diversos delitos (multa, castigo corporal) previstas por la milicia. “Solo nos estamos defendiendo, eso es todo. El día que no haya más ladrones, desapareceremos”, concluyó.

Ante la multiplicación de estos grupos que desafían su autoridad, el Estado no hace otra cosa más que improvisar. “Hay 8 900 municipios en el país. Las fuerzas del orden no pueden abarcarlo todo. Por eso necesitamos la ayuda de las milicias”, admitió en privado Simon Compaoré, ministro de Seguridad Interior. Carentes de medios humanos y materiales y desorganizadas, las Fuerzas Armadas están completamente ausentes en el 30% del territorio nacional.

En el 2016 se aprobó un decreto destinado a integrar los “koglweogo” en una nueva policía de proximidad, aunque nunca se ha llegado a implementar. Ni siquiera las organizaciones de derechos humanos saben a qué atenerse. “Tenemos que entender por qué hemos llegado a este punto –comentó Chrysogone Zougmoré en su momento–. Es el resultado de tres fenómenos: el aumento de la inseguridad en los últimos veinte años; la renuncia total del Estado en este ámbito; y, por último, la falta de confianza en las instituciones de la República. Mientras no hayamos resuelto estos problemas, sería absurdo tratar de prohibir estas milicias”.

Hasta el día de hoy, se calcula que en Burkina Faso existen aproximadamente 4 500 grupos de “koglweogo”, que contarían con entre 20 000 y 45 000 miembros en total. Si bien suscitan recelos, los habitantes de algunas regiones les atribuyen el mérito de haber reducido la inseguridad. Pero esto no ocurre en todas partes: aunque reclutan en todas las comunidades, la mayoría de los integrantes de los “koglweogo” son mossi. En el este, el norte o el oeste, donde no se les considera como “autóctonos”, su llegada ha suscitado tensiones. Incluso denuncian su “expansionismo”.

Y aunque falta mucho por explicar, y entender, este es el panorama de un de los países más pobres del mundo, donde se esperan nuevas masacres, impunidad y venganzas, todo inútil para mejorar la vida de una nación víctima de la división creada por las otroras potencias colonialistas.

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