Biden y su parto difícil
21 de noviembre de 2021
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Mientras la mayor parte de la prensa que se le opone hacía zafra con la posible afectación de la salud del presidente Joe Biden, con casi 79 años y un colon en no muy buenas condiciones, el mandatario celebraba eufórico que por fin su plan de infraestructura fuera aprobado por el Congreso, venciendo obstáculos interpuestos por legisladores de su propio partido, al servicio de empresas que se creen perjudicadas.
Aunque muy lejos de aquel programa del también demócrata Bernie Sanders de lograr atención médica y educación gratuitas para cada norteamericano, hay que admitir que este plan pudiera beneficiar a millones de estadounidenses y que sólo se aumentarán impuestos a quienes más ganan.
Mercedes Gallego, de El Diario Vasco, relató los pormenores del hecho: La portavoz del Congreso, Nancy Pelosi, sacó el viernes a votación la ley de infraestructuras que ha de crear 21 millones de puestos de trabajo en Estados Unidos, de acuerdo a las promesas del presidente Joe Biden. El apoyo de casi todo su caucus y el de trece republicanos propició un resultado final de 228-206 votos. Tuvo que hilar muy fino para reconciliar al ala progresista con la conservadora.
Pero todavía necesita que los demócratas de la Cámara de Representantes y del Senado aprueben la otra piedra angular de su programa legislativo, un proyecto de ley de gasto social de 1,75 billones de dólares que no es en absoluto bipartidista.
La gente está descontenta con el aumento de los precios de la gasolina. Biden estuvo en Europa instando a los países exportadores de petróleo a aumentar la producción. Fue una acción incongruente en un viaje aparentemente centrado en el cambio climático, y los productores de petróleo no respondieron de inmediato, pero aun así fue una política inteligente.
Del mismo modo, Biden y sus colaboradores han anunciado varias medidas destinadas a aliviar los problemas de la cadena de suministro, como mantener los puertos de Los Ángeles y Long Beach abiertos las 24 horas y multar a los transportistas que no muevan los contenedores con la suficiente rapidez. No es probable que estas medidas por sí solas resuelvan el problema, pero si los cuellos de botella se alivian, el presidente podrá señalar que ha hecho algo para ayudar.
CONTINUISMO, Y DE LO PEOR
Pero mientras trata de establecer un programa que beneficie a la mayoría de los norteamericanos, Joe Biden sigue de manera enfermiza muy pendiente de que se “respeten los derechos humanos” en Cuba y la política de Trump de proteger a otros países de la “maligna influencia” del único país del mundo que muestra la clase de internacionalismo que es necesario para salvar al mundo del desastre de la epidemia del COVID-19.
La histérica dedicación de Washington a aplastar a Cuba desde los primeros días de su independencia en 1959 constituye uno de los fenómenos más extraordinarios de la historia moderna, pero, con todo, el grado de sadismo constituye una constante sorpresa.
Por lo que respecta a Irán, tampoco parece haber señales de esperanza, al haber nombrado la administración Biden a Richard Nephew, arquitecto de crueles sanciones contra Teherán cuando Barack Obama era presidente.
Biden adoptó el programa sobre Irán de Trump prácticamente sin cambios, hasta en la retórica. Vale la pena recordar los hechos.
Trump rescindió la participación norteamericana en la JCPOA (el acuerdo nuclear), violando la Resolución 2331 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, que obliga a todos los estados a someterse a la JCPOA, y los deseos de los demás signatarios.
En un impresionante despliegue de poder hegemónico, cuando los miembros del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas insistieron en ceñirse a la 2331 y no ampliar las sanciones de las Naciones Unidas, el secretario de Estado, Mike Pompeo, los mandó a paseo.
Trump impuso nuevas sanciones extremadamente severas a las que los demás se ven obligados a atenerse, con el objetivo de causar el máximo sufrimiento a los iraníes, de modo que el gobierno pueda ceder y acepte su exigencia de que el JCPOA se vea substituido por un nuevo acuerdo que imponga restricciones mucho más duras a Irán. La pandemia ofreció nuevas oportunidades de torturar a los iraníes, privándoles de una ayuda que necesitaban desesperadamente.
Además, es responsabilidad de Irán dar los primeros pasos hacia unas negociaciones en las que capitule ante las exigencias, poniendo fin a las acciones que llevó a cabo como reacción a la criminalidad de Trump, que hasta hoy mantiene Biden.
Una solución bastante mejor consiste en establecer una zona libre de armas nucleares (o una zona libre armas de destrucción masiva) en el Medio Oriente. Hay solo un obstáculo: que no lo permitirá EE.UU., que veta la propuesta cada vez que surge en los foros internacionales.
Se entiende bien la razón: es necesario proteger de las inspecciones el importante arsenal de Israel. EE.UU. ni siquiera reconoce formalmente su existencia. Hacerlo perjudicaría el enorme aluvión de ayuda norteamericana a Tel Aviv, que puede discutirse si viola las leyes norteamericanas, una puerta que no quiere abrir ninguno de los partidos políticos. Es otra cuestión que no se discutirá siquiera.
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