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Apuesta por la paz

31 de enero de 2019

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En estos tiempos en que hay una administración norteamericana más agresiva que nunca, con halcones ministeriales aconsejando a un presidente egocéntrico, quizás narcisista, que amenaza por doquier, tanto a China como a Rusia, pasando por Venezuela, la actuación del presidente surcoreano, Moon Jae-in, desentona con ese proceder agresivo de la nación que ha estado manejando los hilos de la política de Corea del Sur.

Moon llegó a la presidencia venciendo obstáculos interpuestos por elementos conservadores, más proclives y manejados por Washington, valiéndose de la popularidad que se desprende de la política de disuasión, acercamiento con el Norte y el combate a los elementos corruptos.

En un caso tan difícil de manejar, como es el de gobernar asediado por el Imperio, no sé hasta donde podrá llegar lo que Moon se ha propuesto, aceptando el ramo de olivo tendido por el líder norcoreano, Kim Jong-un, y escalando cada vez más una política que aleja el peligro de una hecatombe nuclear en la península, de incalculables consecuencias no sólo para la región, sino también para el resto del planeta.

Tras escenificar la aproximación de las dos Coreas, ascendiendo junto a Kim Jong-un a la cima del sagrado Monte Paetku, Moon sirvió de enlace para la primera reunión de Kim con el presidente norteamericano, Donald Trump, quien hizo vanas promesas de concordia, que han vuelto elevar la tensión, por lo que el propio Moon ha subrayado su interés de que EE.UU. no interfiera en cuestiones intercoreanas que ayudarán a la paz en la península.

Aunque no lo refrendó drásticamente, el mandatario seulita se ha hecho eco y dado margen a la afirmación de Kim de que quería completar la desnuclearización rápidamente y centrarse en el desarrollo económico convirtiéndose en un personaje clave para hacer avanzar el proceso de negociación con el Norte de Corea.

Independientemente de los personajes del gabinete de Trump que tratan solapadamente de boicotear los esfuerzos de Moon, este ha servido de enlace en el proceso, por lo cual ha propuesto que los tres países declaren de forma formal el final de la guerra que quedó congelada con el armisticio de 1953, algo diferente a la firma de un tratado de paz, que sólo se llevaría a cabo –ha explicado– una vez que Norcorea desmantele su arsenal nuclear.

“Primero haremos la declaración política y eso servirá como punto de partida para firmar la paz. Será una declaración política que diga que ponemos fin a nuestras relaciones hostiles”, ha aclarado.

Realmente, uno no poder predecir mucho cuando en el tintero hay una figura como Trump, quien, como se dice vulgarmente, puede cambiar en un segundo “de palo pa´ rumba”, pero no cabe duda que Moon Jae-in representa hasta ahora una alternativa progresista, tras nueve años de regímenes reaccionarios con una retórica furibunda hacia Pyongyang, que sólo ha alejado posturas,

En fin, la apuesta de Moon hacia la República Popular Democrática de Corea es precisamente la contraria a la adoptada por Washington. Este político de 65 años, antiguo asesor del presidente progresista Roh Moo-Hyen (quien gobernó entre el 2003 y el 2008), pertenece a la generación representada en su día por Roh y llamada Generación 386: antiguos líderes estudiantiles y activistas de Derechos Humanos más próximos a la reconciliación con el Norte que a la vía militarista impuesta por Estados Unidos.

Veremos hasta donde llega esto, pero hay que recocerlo: es una magnífica apuesta por la paz.

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