Agua como exterminador
15 de marzo de 2021
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El mundo se encuentra en medio de peligros que lo pueden hacer desaparecer, no solo por una guerra nuclear y pandemias como la actual de la COVID-19, sino por un cambio climático que sigue avanzando por doquier, con más sequias que inundaciones y, si acaso, estas últimas para hacer desaparecer naciones, comenzando por las más pequeñas e insulares.
Toda esta parafernalia llevada a extremo puede causar en pocos años la pérdida del 40% del agua potable, sin poder de recuperación, si no se lleva a cabo una política conjunta para mejorar la situación general, demasiado obstaculizada por los afanes de ganancias de los entes al servicio del Imperio.
Además de que el agua brota como la mayor controversia geopolítica del siglo XXI, la instalación de bases militares cerca de los más grandes yacimientos acuíferos ya es una señal de alarma.
Lo cierto es que la Tierra se agrieta, y la sequía castiga al Norte opulento y atormenta a los pobres de la India, México, Jordania o Etiopía. Europa refleja su preocupación. “Francia tiene sed”, tituló Le Fígaro no hace mucho y la próspera Alemania ha perdido una parte de sus plantaciones, mientras en España, en una de sus muchas manifestaciones, se protesta por cortes energético; miles de millones de euros se pierden en una gran parte del denominado Viejo Continente por cosechas malogradas, y ríos caudalosos ven mermar sus aguas y se imposibilita el transporte de mercaderías.
¿Guerras por el agua?
Hay quienes pugnan para que se le considere un bien social, un patrimonio de todos. En cambio, otros defienden que sea privado. Es que para la ley del mercado nada puede haber más atractivo ni codiciado que un recurso imprescindible y escaso como el agua. En esa tensión, nació una frase que despierta temor. “Las guerras del siglo XXI serán por el agua” dijo Ismael Serageldin, ex directivo de la Sociedad Mundial del Agua, una alianza de corporaciones internacionales dedicadas a ese negocio y a impulsar la privatización del servicio público del agua en distintos países.
Serageldin fue también ex vicepresidente del Banco Mundial, otra entidad muy vinculada a la privatización del agua, con prácticas, a veces, nones sanctas, como pasó con Aguas Argentinas.
No bien empezado el siglo XXI, el temor creció y se hizo claro: si la ONU profetiza que en el 2025 la demanda de agua potable será el 56% más que el suministro, quienes tengan esos recursos podrían ser blanco de un saqueo forzado.
En ese contexto, de todos los escenarios posibles, los especialistas eligen dos. Uno, la apropiación territorial a través de compras de tierras con recursos naturales y, en la peor de las circunstancias, no se descarta una invasión militar (¿apuntaría a eso la frase de Serageldin?)
Esta hipótesis traza un paralelo con la agresión de Estados Unidos a Iraq, la cual, según el escritor Norman Mailer, “no fue sólo por su petróleo, sino por el Éufrates y el Tigris, dos ríos caudalosos en una de las zonas más áridas del planeta”.
El segundo escenario ya está en marcha: es la privatización del agua. En las últimas dos décadas las grandes corporaciones, llamados también los “barones del agua”, han pasado a controlarla en gran parte del mundo, y se calcula que en no muchos años, unas pocas empresas privadas tendrán el control monopólico de casi el 75% de ese recurso vital para todos.
Conclusión: un gran negocio
La supuesta escasez de agua dulce es el principio rector de ese gran negocio: represas, canales de irrigación, tecnologías de purificación y de desalinización, sistemas de alcantarillado y tratamientos de aguas residuales y, ciertamente, según los datos del Instituto Polaris de Canadá, el embotellamiento del agua, un negocio que supera en ganancias a la industria farmacéutica.
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