Muere el compositor y presbítero cubano Esteban Salas y Castro
29 de marzo de 2013
Entre todas las efemérides musicales correspondientes al 14 de julio, se destaca con especial significación para los cubanos, la que se refiere al aniversario 204 de la muerte del presbítero Esteban Salas y Castro.
Ya desde la aparición, en 1945, de su famoso libro La música en Cuba, Alejo Carpentier confesaba no explicarse cómo la obra y la personalidad de Esteban Salas había permanecido, hasta ese momento, “sumidas en la más absoluta oscuridad”. “No se le menciona, siquiera, decía Carpentier, en libros que han sentado cátedra y que se estudian en los Conservatorios por recomendación oficial. No aparece su nombre en ningún diccionario biográfico cubano. Laureano Fuentes, que lo cita de paso en su libro Las artes en Santiago de Cuba, no parece haber hecho esfuerzo alguno por localizar sus partituras. Salcedo, austero maestro santiaguero, continúa Alejo Carpentier, llegó a afirmar categóricamente que todas las obras de este músico se habían perdido”. Y nuestro insigne novelista concluye así: “Sin embargo, por la importancia del papel desempeñado en la historia de la música cubana, Salas era, sin duda alguna, el personaje que se hacía más merecedor de una acuciosa investigación”.
En efecto, las prolongadas búsquedas que llevaron a cabo el propio Carpentier y otros investigadores, permitieron encontrar un buen lote de partituras de Esteban Salas, que arrojan la necesaria luz sobre una figura que no sólo es adquisición para Cuba, sino para la historia musical de todo el continente.
Salas, dijo Carpentier, fue el verdadero punto de partida de la práctica de la música seria en Cuba. Bajo su égida, la Catedral de Santiago de Cuba habría de transformarse en un verdadero Conservatorio, al que permanecieron vinculados muchos músicos del siglo XIX.
Salas tuvo discípulos y formó ejecutantes. Su ejemplo y su magisterio crearon en Cuba un orden de disciplina hasta entonces desconocido. Gracias a él, el coro de la catedral fue también sala de conciertos, y por su puerta entró Haydn a la isla.
Esteban Salas había nacido en La Habana, el 25 de diciembre de 1725, y en esa ciudad cursó sus estudios musicales y generales. Primero en la Parroquial Mayor, donde aprendería el órgano, el canto llano y la composición; y más tarde, en la Universidad, estudió Filosofía, Teología y Derecho Canónico.
La figura de Salas es de una angélica pureza. Desde muy joven observó la más absoluta castidad y vivió como un eclesiástico aunque se consideraba indigno de la tonsura. Verdadero místico, Esteban Salas había hecho el voto de vivir pobremente y siempre vestía de negro. Era de pequeña estatura, delgado y seco, y es posible que corriese un poco de sangre negra en sus venas ya que, a pesar de su nariz aguileña, su tez era muy morena y tenía los labios gruesos y carnosos.
Cuando Salas llegó a Santiago, el 8 de febrero de 1764, era ya un hombre más que maduro, y su extremada modestia comenzó por causar una mala impresión. Desconfiados, los canónigos lo sometieron a prueba exigiéndole la composición inmediata de un himno a la virgen. Salas salió victorioso de aquel examen cuyo fruto fue el motete Ave Maris Stella. Algo más tranquilizado, el cabildo le impuso entonces la escritura de un Salmo, que dio satisfacción a los más exigentes, y se le adjudicó la plaza de maestro. Desde ese mismo instante, Salas comenzó a laborar activamente: hacía trabajar muy seriamente a sus músicos y cantores, al mismo tiempo que componía sin cesar y con sorprendente frescor de inspiración.
La fama de Salas crecía. Los canónigos lo instaban a que entrara en las órdenes. Pero, por estimarse indigno de llevar el hábito o de decir misa, seguía al margen de su propio mundo, llevando traje de abate.
En 1789, el obispo Antonio Feliú y Centeno llegó a Santiago, y mientras el cabildo le hacía las reverencias usuales, observó que Salas permanecía modestamente en medio de los monaguillos. El prelado fue hacia él, lo tomó en sus brazos y le pidió, con suave autoridad, que solicitara su ordenación. Esa vez, el músico rompió con uno de sus principios de humildad y recibió la primera tonsura en noviembre de ese mismo año. Ya en marzo de 1790 era presbítero y el Viernes de Dolores cantó su primera misa como oficiante, componiendo para esa solemne ocasión un Stabat Mater de proporciones monumentales.
Muy pronto, el cabildo le confió la rectoría del seminario y las cátedras de filosofía, teología y moral, que Salas aceptó bajo la previa condición de que no recibiría estipendio alguno. Parecía haber llegado al punto más alto de su carrera, cuando en 1793, un lamentable suceso puso en entredicho la inmaculada probidad de Esteban Salas. El presbítero, tan adolorido como desconcertado escribió una larga carta al rey, explicando lo ocurrido. Pero la respuesta se hizo esperar siete largos años en los que la angustia y la incertidumbre quebrantaron la salud de Salas, hasta tal extremo que estuvo a punto de morir. Y cuando una Real Cédula, llena de indulgencia, vino a poner término a la aflicción del humilde y virtuoso Esteban Salas, él sólo era ya el espectro de sí mismo. Su reivindicación llegó en noviembre de 1801, y Salas murió Un día como hoy, pero de 1803, después de haber desempeñado su cargo durante treinta y nueve años, “con beneplácito de todos”.
El Obispo dispuso que sus exequias se hicieran con la mayor pompa y solemnidad, y todo Santiago se asoció al duelo.
Así concluyó la fructífera vida del que fue, sin dudas, el primer clásico de la música cubana.