ribbon

Estreno mundial de la Octava Sinfonía en Mi bemol Mayor, de Gustav Mahler

29 de marzo de 2013

Dentro de toda la obra creada por esa inmensa figura de la historia musical que fue Gustav Mahler, su Octava Sinfonía adquiere un especial relieve de singularidad, ya que la misma se nos revela como un pequeño universo en el que convergen características de la cantata, el oratorio y la sinfonía: de ahí su difícil clasificación. Por otra parte, la Octava de Mahler está estructurada en sólo dos movimientos: el primero es un majestuoso himno, mientras que el segundo es una vasta estructura que incluye en sí misma al Adagio, el Scherzo y el Final de la Sinfonía.
Otro interesante aspecto de esta partitura mahleriana es el amplio arsenal sonoro de que fue dotada, y que incluye, además de una gigantesca orquesta, ocho voces solistas, dos grandes coros, un coro de niños y órgano. Y es, precisamente, ese gigantismo sonoro el que le ha valido a la Octava Sinfonía de Mahler, el subtítulo de “Sinfonía de los mil”.
Por la materia sonora requerida para su ejecución, la Octava de Mahler es una de las obras más monumentales que se han escrito hasta nuestros días. Y eso la convierte, al mismo tiempo, en una de las más difíciles para su presentación en conciertos y grabaciones discográficas.
Los textos empleados por Mahler en su Octava Sinfonía, supone una verdadera síntesis de lo religioso, lo filosófico y lo profano, ya que en el primer movimiento se utiliza el texto del conocido himno religioso “Veni creator spiritus”, escrito por Rutanus Maurus hacia el siglo noveno. Y, en el segundo movimiento, Mahler emplea fragmentos de la segunda parte del Fausto de Goethe.
Y aunque la obra fue terminada por Mahler en 1907, su estreno tuvo lugar tres años más tarde, bajo la dirección del propio compositor, y es la efeméride que estamos evocando hoy.
Pero, antes de concluir, debo decirles que el estreno de esa octava Sinfonía en Mi bemol Mayor, de Mahler, constituyó para el compositor austríaco, el éxito más atronador de toda su carrera, sobre todo tratándose de una obra de difícil ejecución y de muy complejos requerimientos escénicos. Eso ocurrió en Munich, ocho meses antes de la muerte del propio Mahler, es decir, en 1920, UN DIA COMO HOY.