Una finca recreada por una niña grande
17 de agosto de 2015
| |Acabo de leer un hermoso libro escrito por Josefina de Diego, Fefé para todos, cuyo título, “El reino del abuelo”, recibí de sus propias manos, hace apenas un par de horas. Lo he disfrutado tanto que decidí escribir estas líneas en agradecimiento a tan delicado regalo. Ella lo escribió, me cuenta, para los niños. En realidad es, como dicen los créditos de las películas: Para todas las edades. Aunque reconozco que al leerlo me sentí como la niña que fue Fefé viviendo en aquella casa de ensueños.
“El reino del abuelo” es la finca que perteneció al matrimonio conformado por Constante de Diego y González y Berta Fernández-Cuervo, los padres de Eliseo Diego, el padre de Fefé. En su libro, la nieta evoca su infancia en aquella casa, su jardín, sus cuartos, el piano, las visitas de los amigos, a algunos de los cuales decían tío, a los amados padres: Eliseo Diego y Bella García-Marruz y, por supuesto, a sus dos hermanos Rapi y Lichi, como se dieron a conocer no solo en el ámbito familiar sino en el de todos sus amigos. Allí están también recreadas, recordadas, descritas en pinceladas maravillosas, en palabras sencillas y emocionadas, las fiestas de cumpleaños, los regalos de reyes, el árbol de la Navidad, las tardes de lluvia, los juegos de los tres hermanos. Están los sitios que rodeaban aquella casa: el puente, la gasolinera, la ferretería, la iglesia, el estruendo de los trenes que cruzaban tan cerca… La escalera de madera de la casa, “que crujía cuando alguien subía”. El pozo “húmedo, oscuro, peligroso”, que construyó el abuelo, las rejas que guardaban el nombre de la finca: Villa Berta. Los animales queridos: el perrito Tobi, la gallina Quiquiriquí, las palomas silvestres susurrando en el jardín.
El libro, de apenas 79 páginas, está estructurado en 45 capitulillos o como dice su autora, viñetas, sin títulos, solo identificados con números romanos desde el I hasta el XLIV y el Último, así nombrado. De todos ellos solamente cuatro ocupan una cuartilla completa y dos la sobrepasan, los restantes varían entre media y hasta un cuarto de cuartilla. A veces bastan cinco líneas para trasmitir una idea, un lugar, un sentimiento.
Uno de ellos llama la atención por estar integrado solo por nombres propios de personas. Una cuartilla compuesta solo por una línea: “Pasan las sombras de los nombres” y a continuación trece líneas con los nombres de toda su familia, sus amigos y una última línea: “nombres que son mi compañía”. Tiene, además de todo lo anterior, la presencia tangible de sus dos hermanos. La cubierta es un precioso dibujo, recreando la entrada de aquella casa tan amada, realizado por Constante /Rapi/ Diego, en tanto, a manera de prólogo hay una Presentación escrita por Eliseo /Lichi/Alberto.
Y en esta edición que hoy me fue regalada, la publicada por la Editorial Verbum de España, hay fotos familiares. La primera, la del abuelo Constante de Diego González, una de la abuela materna: Josefina Badía, la pianista; nueve de los tres niños, entre ellas la mayoría juntos y alguna de cada uno individual. Una de la abuela paterna: Berta Fernández con su hijo Eliseo. Una los progenitores cuando eran muy jóvenes: Bella y Eliseo.
Y especifico lo de la casa editorial porque supe por Fefé que hay otras dos ediciones: una en Colombia y la otra en México. Increíblemente, ninguna editorial lo ha publicado en Cuba.
Su título lo escoge Fefé de unos versos escritos por su tía Fina que ella pone a la entrada de la obra, después de la dedicatoria a sus seres más allegados y de la foto del abuelo: “Los que engendran para siempre la poesía / no son los que la hacen. Hizo el reino el abuelo / que hoy duerme….” Y luego del poema de Fina, cita de su padre Eliseo: “Y nombraré las cosas, tan despacio / que cuando pierda el Paraíso de mi calle / Y mis olvidos me la vuelvan sueño / pueda llamarlas cuando despierto con el alba”,
verso con que la hija amantísima termina el Último capitulillo, una suerte de resumen de toda esa hermosa recreación que anida en sus recuerdos: “Nunca los perdí, y seguirán existiendo y me seguirán acompañando, mientras ¨pueda llamarlos de pronto con el alba”.
Creo ver en la prosa de Fefé, la delicada poesía de Eliseo, la alegría contagiosa de su Bella madre, el piano de su abuela, el amor por la tierra de su abuelo asturiano Constante Diego. Un hermoso homenaje que todos los cubanos, niña y niños, muchachas y muchachos, hombres y mujeres de este país debían guardar como un tesoro luego de su lectura, para crecerse en el amor y la belleza de una infancia atrapada en esas pocas páginas inolvidables.
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