Steve McQueen: un duro de corazón tierno en la Cinemateca
2 de septiembre de 2016
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Quienes contemplaron admirados la apasionante persecución automovilística del filme norteamericano “Conjura senatorial” (“Bullitt”, 1968), de Peter Yates, tardíamente estrenado en salas de la isla, inmediatamente se impactaron con esos automóviles que a velocidades alarmantes en plena ciudad de San Francisco, realizaban arriesgadas maniobras y espectaculares saltos. Los espectadores que ven por primera vez esta película devenida un clásico en su género, se resisten a creer que quien se encuentra el timón de uno de esos raudos vehículos no es un experimentado doble de acción, sino nada menos que el propio actor protagónico: Steve McQueen. Asumió en esta, como en todas sus películas, los peligros y riesgos de la filmación.
La Cinemateca de Cuba presenta desde el jueves primero hasta el miércoles 14 de septiembre en la Sala Charlot del cine Charles Chaplin una retrospectiva de este hombre nacido como Terence Stephen McQueen nació en Beech Grove, Indiana, el 24 de marzo de 1930. Sufrió una infancia atormentada, desprovista del afecto familiar, y en la escuela se convirtió en un rebelde impenitente por su rechazo a la disciplina. Inestable, pendenciero, confesaría que estuvo al borde de la delincuencia. Fue internado en un reformatorio para inadaptados sociales y después de varios intentos de fuga, salió al cabo de dos años. Siempre inquieto, fue sucesivamente: marinero de un petrolero griego, obrero de una compañía texana, empleado de circo, leñador en Canadá… Al regreso a su país, vendió bolígrafos y reparó televisores, entre diversas ocupaciones temporales, hasta que se alistó en 1947 en los marines. Pero de todos los oficios ejercidos, el que más le gustó fue el de conductor de taxis, porque le reveló una nueva afición: la mecánica.
Empezó a trabajar en la televisión como ayudante, y sus compañeros le aconsejaron que hiciera cine como actor. En un curso de arte dramático descubrió que, además de poseer un físico peculiar, tenía talento, y logró ser admitido en la rigurosa academia Actor’s Studio, entre centenares de aspirantes. Esto le permitió debutar en 1952 y desempeñar pequeños papeles en puestas en escena de Broadway.
A fines de los años cincuenta se trasladó a Hollywood dispuesto a abrirse camino en alguna compañía productora cinematográfica. Su debut en el cine data de 1956 cuando apareció en un pequeñísimo papel en “El estigma del arroyo” (“Somebody Up There Likes Me”), de Robert Wise, la biografía del boxeador Rocky Graziano protagonizado por Paul Newman. A continuación fue un figurante en “Más allá de la duda” (“Beyond a Reasonable Doubt”), del afamado director germano Fritz Lang. Como no recibió otras propuestas para la pantalla grande, consiguió entonces integrar el extenso reparto de una serie televisiva “The West Point Story” (1956-1958), conformada por 40 episodios ubicados en la Academia Militar de Estados Unidos. El triunfo de la serie le posibilitó firmar un contrato para protagonizar el serial televisivo conocido en unos lugares con el título de En nombre de la ley y en otros como “Randall, el justiciero” (“Wanted: Dead or Alive”, 1958-1961), 94 episodios transmitidos durante cuatro años, le permitió que comenzara a ser familiar en los Estados Unidos tanto su nombre como el de su personaje, Josh Randall, un cazador de recompensas poseedor de un rifle Winchester 1892 de cañones recortados.
Algunos de sus primeros filmes fueron estrenados en Cuba si bien para nuestro público era un perfecto desconocido: “La mancha voraz” (“The Blob”, 1958), cinta fantástica de Irvin S. Yeaworth Jr., “Nunca ames a un extraño” (“Never Love a Stranger”, 1958), de Robert Stevens, “Cuando hierve la sangre” (“Never So Few”, 1959), drama bélico de John Sturges y “El gran asalto al banco” (“Great St. Louis Bank Robbery”, 1959), realizado por Charles Guggenheim y John Stix. Poco a poco disminuyó el lugar que ocupaba su nombre en los créditos. Ya en 1960 fue invitado a actuar en un capítulo de la prestigiosa serie de TV “Alfred Hitchcock presenta”: “El hombre del sur”, realizado por Norman Lloyd.
“Los siete magníficos” (“The Magnificent Seven”, 1960), exitoso Western dirigido por John Sturges, marcó el comienzo de su verdadera carrera cinematográfica. Le siguen fílmes que cimentan su reputación como intérprete ideal de tramas llenas de acción, como: “Zafarrancho en el casino” (“The Honeymoon Machine”, 1960), de Richard Thorpe, “Héroes del infierno” (“Hell is for Heroes”, 1962), de Don Siegel, “La gran evasión” (“The Great Escape”, 1963), también dirigido por Sturges y “Nevada Smith” (1965), a las órdenes del veterano Henry Hathaway. Sin embargo, evidenció que podía ser un muy convincente intérprete dramático en otros, entre estos: “Soldado en la lluvia” (“Soldier in the Rain”, 1963), de Ralph Nelson, “Amores con un extraño” (“Love with the Proper Stranger”, 1963), de Robert Mulligan, quien volvió a dirigirlo en “El incorregible” (“Baby the Rain Must Fall”, 1965) y “La última jugada” (“The Cincinnati Kid”, 1965), del canadiense Norman Jewison para quien actuaría de nuevo en “El caso de Thomas Crown” (“The Thomas Crown Affair”, 1968),éxito taquillero que contribuiría no poco a la fama de McQueen esta vez como héroe romántico en una trama acompañada por la música de Michel Legrand.
Esos ingredientes de acción y romanticismo ya estaban presentes en “El Yantsé en llamas” (“The Sand Peebles”, 1966), nuevamente dirigido por Robert Wise. Por su personificación del maquinista de un barco de la marina norteamericana envuelto en el conflicto armado entre nacionalistas y comunistas chinos en 1926, McQueen obtuvo una nominación para el premio Oscar. El actor fue capaz de transmitir todas las facetas de su papel: trata de no tomar partico, pero lo que ocurre a su alrededor lo forzarán a cambiar de actitud.
Mark Rydell en “Los rateros” (“The Reivers”, 1969) le dio a McQueen un papel a su medida, creado por William Faulkner: era el hombre que para poder participar en una espectacular carrera llega a cambiar un automóvil por un caballo, e intentará con sus compinches conseguir la victoria con el fin de recuperar el auto. Sin embargo, uno de sus títulos de mayor repercusión fue “Las 24 horas de Le Mans” (1971), de Lee H. Katzin, en la cual se hallaba en su muy apreciado elemento: el automóvil que tanto le apasionaba. Los británicos Gabriel Clarke y John McKenna realizaron el largometraje documental “Steve McQueen: The Man & Le Mans” (2015) a propósito del furor por las carreras automovilísticas del conocido actor.
Como piloto de carreras, Steve McQueen ganó premios durante varios años. En 1962, durante la filmación de la película bélica “The War Lover”, de Philip Leacock, sufrió un accidente y la compañía Columbia British Productions le prohibió volver a arriesgar la vida. Su virtuosismo como motociclista lo desplegó en “Fuga homicida” o “La huída” (“The Getaway”, 1972), de Sam Peckinpah, en el cual decidió rodar todas las escenas, salvo un salto de 20 metros que no consiguió realizar adecuadamente y, en contra de su voluntad, lo emprendió un doble profesional. No menos repercutió el romance surgido en el curso del rodaje con la actriz Ali McGraw, esposa de un reputado productor. Fuera del ámbito del cine formó parte del equipo estadounidense que participó en un evento internacional en la República Democrática Alemana. Además de ser un excelente piloto aéreo, con frecuencia, las firmas de motos lo solicitaron para probar sus prototipos.
De elevada estatura, musculoso, conocedor del judo y del kárate, Steve McQuenn, con “Papillón” (1973), de Franklin J. Schaffner, terminó por convertirse en uno de los actores más populares del mundo. Luego de intervenir en el filme de catastrofismo “La torre infernal” (“The Towering Inferno”, 1974), de John Guillermin, evidenció sus considerables dotes interpretativas en el drama “Un enemigo del pueblo” (“An Enemy of the People”, 1978), versión dirigida por George Schaefer según la obra teatral homónima de Henrik Ibsen. Permaneció por dos años en aparente inactividad fílmica, durante los cuales rechazó lucrativas ofertas, para dedicarse a su proyecto de producir y protagonizar “El tortuoso camino de la horca” (“Tom Horn”, 1980), de William Wiard. Sus esfuerzos fueron recompensados por el éxito. Ese mismo año intervino en “Cazador a sueldo” (“The Hunter”), thriller realizado por Buzz Kulik, que sería su última película.
Este “duro” de corazón tierno, que sufría de cáncer de pulmón, luchó con un coraje admirable y acometió su última audacia en una clínica de Ciudad Juárez, Chihuahua, México, donde ingresó para someterse a una operación. Doce horas más tarde, el 7 de noviembre de 1980, moría de una crisis cardíaca a la edad de cincuenta años. “De un rubio eslavo, los ojos demasiado claros, mandíbula y hombros viriles, un rostro marcado por los estigmas de la aventura, el porte justiciero y deportivo, y símbolo masculino Made in USA” , fueron frases con las que un periodista reseñó la desaparición física de este actor legendario e intrépido que supo conquistar un lugar privilegiado dentro de la mitología norteamericana.
“Yo soy Steve McQueen” (“I am Steve McQueen”, 2014), largometraje documental canadiense dirigido por Jeff Renfroe cierra la retrospectiva programada por la Cinemateca de Cuba con dieciocho títulos de la filmografía de Steve McQueen, algunos en calidad de estreno absoluto en Cuba. Constituye una aproximación a la trayectoria del connotado actor al tiempo de detenerse en sus pasiones personales. Un conjunto de entrevistas con actores y actrices contemporáneos —Gary Oldman, Pierce Brosnan, Randy Couture y Zoë Bell— le rinden tributo a quien adoptaron como a uno de sus grandes referentes. “Cuando estás corriendo, eso es vivir. Todo lo que sucede antes o después es simple espera”, expresó alguna vez este intérprete que vivió el cine con idéntico frenesí al derroche de adrenalina provocado por el timón de un automóvil fuera ante las cámaras de cine o en el circuito de una auténtica carrera.
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