“Soy una mujer de palabras”
31 de octubre de 2013
|Por Aline Marie Rodríguez
La ternura es dueña de cada una de sus palabras. El tono de su voz recuerda a las madres cuando les leen cuentos a sus hijos. La profesora y escritora colombiana Yolanda Reyes cautiva con su discurso. Su creación literaria abarca desde los lectores más pequeños hasta los adultos. Nunca le ha gustado encasillarse en un público específico. Fruto de su amor por las letras han nacido, entre otros, los volúmenes El terror de sexto B, María de los dinosaurios, Los agujeros negros y Los años terribles, dedicados a los niños y jóvenes; así como Pasajera en tránsito, su primera obra para adultos.
Yolanda también es columnista del periódico El Tiempo, de Bogotá. Pero, sobre todo, es una incansable promotora de la lectura en edades tempranas. Razón por la cual fundó, en 1988, en la capital colombiana, el Taller Espantapájaros, un proyecto cultural que forma lectores desde la primera infancia.
A propósito del octavo Congreso Internacional Lectura 2013: para leer el XXI, Yolanda Reyes —quien por vez primera visita La Habana—, reflexiona sobre la importancia de promover hábitos de lectura en la primera infancia y comenta su experiencia en la construcción de políticas públicas, que incentiven el amor a los libros en edades tempranas.
¿Cómo nace su interés por promover hábitos de lectura en el público infantil?
Cuando comencé a trabajar como maestra me pregunté cuándo, cómo y quiénes nos hacen lectores. Por el camino descubrí que somos lectores desde mucho tiempo antes de leer alfabéticamente. Alguien nos lee, en un sentido de desciframiento vital. Lee nuestro llanto, lo convierte en palabras y le da sentido. Ahí hay muchas lecturas, se puede construir un nido que conecte a nuestra vida con la necesidad de desciframiento existencial, que para los niños es muy evidente.
Me he enfocado mucho en la primera infancia porque al pensar en los vínculos existenciales que nos conectan con el deseo de leer, necesariamente, aparece la voz como la primera impronta simbólica.
¿Cuál es la génesis del Taller Espantapájaros?
Mi trabajo con niños que ya sabían leer, en la biblioteca de la fundación Rafael Pombo, me hizo pensar en la lectura antes del sentido alfabético y de esa idea nació este proyecto.
Espantapájaros empezó siendo la única librería para niños en Bogotá y permitió descubrir que, a los más chicos, sí les gustaba leer, contrariamente a lo que se decía en la escuela. Era necesario buscar mejores libros y más posibilidades de encuentro. Para ello, había que trabajar con los maestros, la escuela y la biblioteca. Así empezó Espantapájaros, como aquella librería donde se encontraban posibilidades muy distintas de descubrimiento de la literatura infantil. Después empezamos a escribir y todo se fue llenando de vasos comunicantes.
Trabajamos con niños de la primera infancia, entre 0 y 6 años. Ello implica también hacerlo con los adultos, los padres y las familias. La lectura en esta etapa necesita del adulto para que el libro y el niño se conecten en un triángulo amoroso. La lectura es un ménage à trois porque sin el otro no es nada. El otro que me descifra, que vincula el libro con mi experiencia, es esa voz que cuenta, esos brazos que acogen.
Actualmente, seguimos mirando, estudiando, oyendo y descifrando qué nos cuentan los niños. Es un trabajo de investigación-acción.
En estos 25 años de vida del taller, ¿cuáles han sido las principales experiencias?
Contamos con una bebeteca. Es una biblioteca especializada en primera infancia, donde los niños “van” a tocar, a jugar y, desde los ocho meses, a llevarse libros a casa. Funciona como una biblioteca de verdad. Es alucinante como un niño de un año o más aprende muy rápido a escoger los libros que le gustan.
Tenemos también una lista de los libros más mordidos. Eso es algo muy sensorial. Está ligado a la manera en que los bebés pueden hojear un libro muchas veces. Evidencia cómo el despertar sensorial y simbólico van tantas veces de la mano en la primera infancia. Realmente y, sin exagerar, los niños dejan los libros llenos de dientes y es una maravilla.
Cuando alguien compra un libro más mordido, por una parte apoya el derecho de los niños a tocarlos, a que no estén perfectos y, por otro lado, se lleva un libro probado, científicamente, por los lectores.
Desde el punto de vista investigativo, ¿qué frutos ha dado el proyecto?
Políticamente es muy fuerte porque detrás hay un montón de investigaciones. Lo que haces o de dejas de hacer en la primera infancia puede determinar la vida simbólica de un ser humano, sus capacidades de aprendizaje, su relación con la lectura. No es sólo que le guste leer, sino que hay una nutrición cognitiva y emocional. Lo que aprendes con la primera infancia te cambia la vida y resulta necesario incidir en las políticas públicas. Además de que convertimos este trabajo en una fuente de aprendizaje también para las familias y otros mediadores.
Mi profesión, no sé cuál es. La mitad del tiempo estoy pensando en lo que escribo y en lo que enseño. Nunca he tenido muy claras las fronteras entre un lugar y el otro. Creo que los escritores hacemos recreo cuando escribimos. Todos, en el fondo, somos el pedazo de una historia y ese ha sido el punto para hacer de ello un trabajo de vida.
A partir de su labor de asesoramiento en el diseño de proyectos y lineamientos sobre la lectura en la primera infancia con instituciones, como el Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe CERLALC-UNESCO y el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF), ¿qué importancia le confiere al tema?
Ese asunto hace diez o quince años no se tocaba. La idea de que el lector empezaba con la alfabetización convencional era el punto de partida. Pero, nosotros hemos documentado cómo en la primera infancia se construye lo que he llamado la casa imaginaria. Los cimientos de esa casa son las maneras de pensar y sentir y ellos determinan las posibilidades de acercamiento a la lengua escrita. Hemos tratado de llevar esos descubrimientos al ámbito de las políticas.
¿Cuáles son los retos que enfrenta la promoción de la lectura en niños tan pequeños?
No es que la lectura tenga la responsabilidad de crear los presupuestos esenciales para aprender en igualdad de condiciones. Simbólicamente tiene un poder —que ahora estamos descubriendo— para contarle al ser humano, en el inicio de su vida, cómo la literatura nutre la psiquis y la experiencia de los otros nos sirve para entendernos, conocernos y descifrarnos. Eso es muy importante. Existe entonces la posibilidad de pensar la literatura desde un lugar que no es el obligatorio, sino la construcción simbólica del otro. Eso es también un cambio cultural.
¿Quién es Yolanda Reyes, una profesora que escribe o una escritora que enseña?
Soy una mujer de palabras, de muchas palabras. No sé qué haría si me las quitaran. Si me conminaran a guardar silencio, escribiría. Pero, no sabría qué pasaría si me quedara sin palabras para decir cosas, escritas o verbales.
Las palabras eran importantes en mi infancia. En mi casa se discutía, se hablaba, se jugaba con ellas. Mi abuela contaba cuentos, mis padres eran lectores. Había una actitud de mirar, de examinar, de desdoblar las palabras. Incluso se armaban problemas. Crecí en esa cultura, en la que las palabras eran muy importantes, no sólo como fuente de conocimiento, sino también de afectos y emociones.
Mi profesión, no sé cuál es. La mitad del tiempo estoy pensando en lo que escribo y en lo que enseño. Nunca he tenido muy claras las fronteras entre un lugar y el otro. Creo que los escritores hacemos recreo cuando escribimos. Todos, en el fondo, somos el pedazo de una historia y ese ha sido el punto para hacer de ello un trabajo de vida.
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