Repetiría mi equivocada vida
29 de agosto de 2018
| |Fotos: Liborio Noval
Me escondía por las noches en el gabinete dental de mi padre, cuando todos estaban durmiendo. Entonces escribía casi como si fuese una actividad delictiva, porque no me gustaba que nadie leyera mis versos. Esos eran de amor y no tenían nada que ver conmigo, porque fui una niña un poco atrasada en eso de tener novio.
Ella misma ha descrito la larga lista de fabulaciones que se tejen con su nombre: un “expediente amoroso, audaz e intenso, el suicidio de enamorados pertinaces” no correspondidos, la pérdida del juicio de cierto Premio Nobel por sus “verdes ojos miopes”, hasta “los manuscritos cuyo ardoroso erotismo encendería las editoriales”. Aunque algún hombre alcanzó la cima del Aconcagua solo para gritar su nombre, Carilda Oliver Labra reconoce que no desciende de Santa Teresa, pero mucho menos de Mesalina.
De tanto imaginarla, admiradores y detractores condimentan a capricho su leyenda. El mito se justifica a veces en la mujer real, otras resulta de ese caos onírico propio de la poesía. Pero siempre corrobora que la indiferencia no es sentimiento que despierte Carilda. A imagen y semejanza de las féminas más talentosas y dotadas de la historia humana, es dueña de una resignación digna y sabia que le ha permitido sobrevivir sin renunciar a su verdadera naturaleza.
El desenfado formal y un tono coloquial transgresor del neorromanticismo, otrora entronizado en la poesía, otorgan a sus versos el encanto de lo auténtico. Los cubanos saben de memoria algunos de sus poemas desde que en 1950 ganara el Premio Nacional de Poesía con Al sur de mi garganta. Desde entonces ha publicado más de quince libros que exhiben un tono íntimo, confesional y donde aparecen también las rimas clásicas del soneto y la décima.
Son más de mil los poemas de Carilda, quien recibió, un tanto incrédula la llamada telefónica en que le comunicaron la decisión de otorgarle el Premio Nacional de Literatura. Fue 1997 un año de “sustos” recurrentes porque recibió la visita de Fidel Castro en su “serena Matanzas”, al cumplirse cuarenta años de “Canto a Fidel”, composición premonitoria que le dedicó al líder rebelde en 1957, cuando supo de la lucha que libraba en la Sierra Maestra su antiguo condiscípulo universitario.
SIN PREJUICIOS
–Imagino que ser mujer, escritora, y transgredir ciertas rigideces de otros tiempos, no le resultó fácil. ¿Cómo sobrevivió intacta?
–No me ha sido difícil ser mujer, lo que me habría sido difícil ser hombre, por mi propia naturaleza. Parece que nací demasiado femenina. Esas labores que estimo, son esencialmente masculinas, no me conciernen, no me nacen, no brotan de mí. Aunque no soy lo que se llama realmente una feminista. Admiro mucho el talento masculino, sobre todo la disposición para organizar, administrar, dirigir… lo cual no significa que desconozca las facilidades de las mujeres, especialmente las cubanas, para asumir posiciones de una índole semejante.
“No he tenido problemas para desarrollar mi vida de escritora. La he ido llevando a la par que la vida doméstica, esa de cocinar, lavar, planchar, atender el hogar y a la vez ser abogada. También fui profesora de dibujo, como soy graduada en artes plásticas; he sido bibliotecaria, periodista… un diapasón bastante amplio de proyecciones profesionales y en ninguna me he sentido limitada.
“Nunca me he arrepentido de ejercer como mujer en el sentido físico de la palabra. No he podido desprender a la mujer física de la espiritual; tengo en eso una perfecta armonía, y desde luego tampoco he sido víctima de prejuicios, porque los que he destrozado no digamos que a puñetazos pero sí, a lo mejor, a arañazos”.
–Casi siempre una naturaleza desprejuiciada, estimula por sí misma ese afán de contravención, de rigidez que se asocia al prejuicio.
–No he podido desentrañar ese misterio. Me parece que realmente poseo una naturaleza desprejuiciada y nunca he luchado contra ella, primero porque la lucha es estéril, y segundo porque me siento muy bien siendo natural.
“Recuerdo que a fines de los cuarenta el poema que comienza diciendo ‘Me desordeno amor…’ me trajo una avalancha de críticas y comentarios. Las damas católicas de la ciudad se reunieron para protestar y fueron a ver al excelente obispo que había en Matanzas, Monseñor Alberto Martín Villaverde pidiendo mi ex comunión. Por supuesto que hoy todo el mundo se reiría, hasta las mismísimas damas católicas lo verían con sentido del humor, pero eran cosas de la época.
“El obispo fue a verme y me aconsejó publicar un rechazo a mi poema en uno de los periódicos locales, El imparcial. Le respondí que de ningún modo. Era un poema inocente, genuino, espontáneo y de buena fe y no actuaría contra mis propias creencias. Por suerte él me comprendió, inclusive nos hicimos bastante amigos.
“Allí empezaron los prejuicios, pero eso no me hizo mella. Incluso a una declamadora que se le ocurrió recitar ese mismo poema en un cabaret nocturno la denunciaron, fue a juicio por estimarse también que estaba fuera de moral mencionar la palabra seno, y la sancionaron. Todo por la palabra seno, que se refiere a una de las partes más espirituales de la mujer. Tal vez conlleve una connotación sexual, erótica, pero no podemos eliminar la idea fundamental de la maternidad, de la alimentación del niño.
“Ese poema me trajo contrariedades siempre superables, porque en definitiva uno tiene que aislar lo verdaderamente nefasto de lo incidental, lo transitorio propio de una época.
“Yo sí enfrenté prejuicios. Andaba sola con mi novio en los cincuenta cuando nos exigían una chaperona. Hice muchas cosas que rompieron barreras y tuve la suerte de poseer suficiente carácter para sobrevivir. Entre lo que más admiro de esta juventud con la que me llevo tan bien –tengo muchísimos discípulos que me visitan–, es precisamente ese modo desprejuiciado de decir, vestir, actuar. Hemos dado muchos pasos de avance y el futuro nuestro está asegurado con una juventud así, tan valiente, tan sui géneris, tan cubana”.
–¿Cuándo descubrió esa cercanía inevitable con la poesía?
–Estudié en una escuela pública, aunque mis padres sin ser ricos vivían con holgura. Pero mi padre siempre quiso que mis hermanos y yo estudiáramos donde lo hacían los niños pobres. Cuando tenía nueve años escribí en las últimas páginas de las libretas mis primeros versitos, entonces semihumorísticos, relacionados con mis compañeros y las cosas que nos pasaban diariamente.
“Más tarde, al cumplir los doce años, me escondía por las noches en el gabinete dental de mi padre, cuando todos estaban durmiendo. Entonces escribía casi como si fuese una actividad delictiva, porque no me gustaba que nadie leyera mis versos. Esos eran de amor y no tenían nada que ver conmigo, porque fui una niña un poco atrasada en eso de tener novio. Me costó mucho trabajo enamorarme por primera vez, a los 24 años, y ni siquiera me daba cuenta de que lo estaba. No quería darme por vencida porque el amor en definitiva es un sometimiento que se sublimiza.
“Después que descubrí ese gusto por la poesía no pude contenerlo porque la poesía es una fuerza que nos convierte y nos arrastra. Todo se nos vuelve poesía entre las manos aunque a veces ella también huye y desaparece, y no deja rastro de sí en largos días”
–¿Y por estos días?
–Ahora escribo menos porque estoy concentrando mi obra, revisándola toda, tratando de sacar a flote, por ejemplo, la prosa que tenía olvidada en mis papeles. Algunas editoriales se han interesado, como Capiro de Santa Clara, que este mes presentará el título Con tinta de ayer con textos escritos por mí hace tiempo. Cuentos, narraciones y reseñas críticas sobre autores como Guillén, Benedetti, Neruda, Retamar, Medardo Vitier… un estudio dedicado a los amores de Gertrudis Gómez de Avellaneda, una página que amo mucho sobre Orlando Escardó y seis cartas muy personales, de amor.
–¿No le basta con la poesía?
–La narrativa es muy importante y cada día más porque en prosa podemos expresarnos sin los límites de la poesía que tiene sus cánones, normas y códigos. Es cierto que todos los géneros necesitan de una técnica y un oficio, pero la narrativa muestra un registro mucho más amplio hasta para expresar los sentimientos. Podemos mezclar la historia, la sociología, la psicología, el entorno…
“El escritor, cuando tiene un buen oficio puede manejar mejor la prosa, al extremo de que a veces empieza a escribir, se programa para una novela y luego cambia ese plan porque su imaginación, su memoria, su cultura, nuevas impresiones, cosas que aparecen en su vida, lo van haciendo reestructurar aquella idea inicial.
“En cambio, la poesía hay que tomarla al vuelo; no hay opciones. A los poetas generalmente nos sorprende la poesía que nos llega, nos machaca, nos hunde o nos salva.
LO QUE QUEDA
–¿Cómo explica esa fuerza con que la retiene su país, tan evidente en cuanto escribe?
–Es difícil contestar a esa pregunta porque todo lo que linda con la pasión, si no es problema de disciplina mental ni de reflexión no encuentra acomodo en la palabra. Cuando me preguntan por Matanzas –y Matanzas es Cuba–, no sé expresar muy bien lo que siento. Creo que soy muy familiar. Amo mucho a mis padres que ya murieron, a mis hermanos, a mis amigos. Cómo no amar entonces a la patria que encuentro bien nada más que bajo este cielo. He viajado bastante, he estado en países que tienen climas más o menos semejantes, ciertas costumbres y hasta parecidos, pero jamás iguales. Nunca el sol brilla en otro país como en Cuba, en ningún sitio he visto tanto verde, tanto amor regado en el paisaje y en la gente.
“He estado dos veces en España, de donde es mi familia paterna. Pensé que iba a encontrar allí una parte de mí, pero me sentía extraña, seguía siendo extranjera y esa es una nación con la que tenemos, pudiéramos decir, raíces comunes. Así me ha pasado con el resto del mundo.
“En los Estados Unidos, donde he estado cinco veces por razones familiares, también me encontré extraña. El emigrado cubano, después que lleva más de veinte años allí, va perdiendo ese misterio indescifrable que poseemos los que habitamos esta tierra, algo que nos salva y nos une. Y aunque tratan de guardar sus tradiciones, inclusive han creado edificios e instituciones similares a los que tenemos aquí, es en vano. La nostalgia los hace buscar eso, pero hasta el son allí suena distinto. Le falta el aire de la música nuestra cuando está escrita e interpretada bajo este cielo y sobre este suelo.
“No sé si me he expresado bien, pero es mi amor por Cuba, ¿dónde lo voy a buscar? Lo tengo que buscar aquí mismo”.
– Si tuviera que elegir ¿qué quisiera dejarnos de usted?
–No tengo por qué fingir, si acaso, mi defecto es la sinceridad, aunque a veces sea difícil ser demasiado franca. Siempre una se preocupa por el futuro aunque en el fondo tenga muchas dudas. No sé si mi nombre va a quedar, porque todo en la vida es efímero. Esa fama municipal y nacional que he tenido el honor de disfrutar gracias a mis contemporáneos y a mis cubanos, puede ser transitoria, porque todo pasa: las modas, los hábitos, las leyes… Es posible que mi poesía un día de estos sea echada al olvido y al cesto.
–¿Cambiaría algo de su vida?
–Lo de no ser disciplinada. Cambiaría el no haberme dedicado por entero al don que traje conmigo: la palabra escrita. He perdido mucho tiempo, como me decía Dulce María Loynaz la última vez que nos vimos, el día de su 94 cumpleaños: ‘me he ocupado de muchos deberes pequeños en lugar de ocuparme de un solo deber grande. Carilda, todavía estás a tiempo, lucha’. Y yo le dije: ‘pero Dulce María, ya no estoy a tiempo’, y ella me contestó: ‘quien no está a tiempo soy yo’.
“Dulce María tenía razón en lo que respecta a que uno tiene que tomarse más en serio el arte. He diversificado mucho mi tiempo, ¡lo he repartido tantas veces en cosas que no lo merecen!, y eso sí trataría de arreglarlo. Pero otros errores apenas me doy cuenta de que los he cometido. Como no tienen arreglo y es malo arrepentirse, y como suscribo eso que bien definía Martí: ‘la queja es la prostitución del carácter’, repetiría mi equivocada vida paso a paso”.
Entrevista realizada en enero de 1998.
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