Lo dijo Cánovas del Castillo en las Cortes refiriéndose a Cuba, aunque con otras palabras, y se hizo frase muy usada o eslogan de una política que naufragó en el “desastre del 98” y el fin del Imperio español, aquella de que, en la isla, “hasta el último hombre y la última peseta”. Pues bien –comenta el historiador y museólogo Mario González durante una conversación en un patio interior de La Habana Vieja–, las últimas pesetas en una gran obra en suelo cubano, España se las gastó en este sistema, entre 1895 y 1898.
¿De qué hablamos? Las defensas de La Habana se conformaron en tres grandes sistemas que evolucionaron y llegaron a articularse a lo largo del tiempo: el primero, de 1589 a 1762, el año en que la ciudad fue tomada por los ingleses; el segundo, de 1762 a 1895, y el tercero, de 1895 a 1898.
En los últimos tiempos, varias de esas fortificaciones se integraron a la vida citadina como museos, museos de sitio o instituciones que combinan la función museística, la cultural y la social. Entre ese vasto patrimonio quedan, sin embargo, sitios por rescatar. Es el caso de la batería costera No. 1, en el litoral adyacente al reparto Camilo Cienfuegos, en el este de la capital cubana.
Jesús Ignacio Suárez Fernández, investigador del Instituto de Historia de Cuba, destaca que la batería No. 1 es la única obra representativa del tercer sistema defensivo (1895-1898) que ha quedado en pie; de ahí su gran valor patrimonial e histórico. Pero es, además, única de su tipo en la cuenca del Caribe y los otrora dominios españoles en esta parte del mundo.
“En el occidente de la Florida hay baterías como esta, semisoterradas. En Puerto Rico se hicieron planes, se llevaron cañones, pero no se llegaron a construir. En el mundo hispánico y en el Caribe anglosajón no se construyeron obras de este tipo; no se llegó a dirimir, como en Cuba, un conflicto internacional entre grandes potencias. No quedó ninguna muestra material de ello. En Cuba sí quedó, e incluso se incorporó a la historia local en años siguientes, en la República y hasta décadas después”, agrega Mario González, historiador, museólogo, especialista de la Oficina del Historiador de la Ciudad (OHCH).
La historia y el valor de la batería No. 1 abarcan escaramuzas durante el bloqueo estadounidense a La Habana, en 1898; la conservación de valiosas piezas de artillería originales; un despliegue ingenieril, constructivo y de esfuerzo humano impresionante. En su entorno hay valores arqueológicos y vestigios de antiguas canteras… Es, por varias razones, parte de la historia de la capital cubana.
Un proyecto que reúne al Gobierno de La Habana del Este, el Parque Histórico Militar Morro-Cabaña, Servicios Comunales, el Centro de Desarrollo Local y Comunitario (Cedel) y la OHCH se propone su rescate para convertirlo en museo de sitio y centro de un área de valor patrimonial, arqueológico, histórico y natural, a pocos minutos del centro urbano de la ciudad.
Pero, para comprender el valor de la batería No. 1, mejor comenzar por la época, el contexto y su historia particular.
Baterías costeras: cambio tecnológico, ingeniería y artillería, escaramuzas y proezas
El cambio en las tecnologías militares durante la segunda mitad del siglo XIX, por un lado, y, por otro, la necesidad de actualizar y reforzar el sistema defensivo de La Habana en un contexto en el que se hacía más clara la amenaza de fuerzas extranjeras, están en el origen del tercer sistema defensivo de la ciudad.
Jorge Echeverría Cotelo, historiador y museólogo, especialista del Museo Castillo de la Real Fuerza, recuerda que “a mediados del siglo XIX ocurrió un desarrollo pleno de la artillería desde el punto de vista tecnológico, de la balística, de la pólvora utilizada y su poder de destrucción, el estriado del ánima del cañón, que permitió mayor precisión, la retrocarga… Se actualizaban otras potencias de Europa y España no debía quedar atrás.
“Pero España atravesaba una crisis económica, le era difícil adquirir lo último, como los caros cañones Krupp que salían de las fundiciones de Essen, Alemania. Debía encontrar soluciones propias, como las que desarrolló el coronel de artillería Salvador Díaz-Ordóñez y Escandón, después general en Cuba. Así surgieron los cañones Ordóñez, que se trajeron a La Habana a finales del siglo XIX para ser emplazados en muchas de estas obras ingenieras”, explica.
Con los cambios en la tecnología y la balística, el mayor alcance y precisión de la artillería, “el carácter defensivo de las murallas o muros de castillos y fortalezas fue perdiendo eficacia. Se necesitaban construcciones semisoterradas o soterradas, con parapetos de tierra que contrarrestaran el poder de penetración y destrucción de los proyectiles, más potentes; baterías de acorazados y campos atrincherados, obras de menor perfil”.
A la par –cuenta el ingeniero militar e historiador Jesús Ignacio Suárez Fernández–, en septiembre de 1895, José Lachambre, comandante general de Artillería, expuso al capitán general Martínez Campos el estado de debilidad en que estaban las fortificaciones habaneras ante un posible ataque externo.
“Tomando por base el aspecto de la cuestión que se relacionaba con el artillado, parecía lo más práctico contar con cañones modernos, los que se montarían en baterías enterradas o con parapetos de tierra (…). Baterías que, además de dar resultados comprobados por los combates, superiores a los de grandes mamposterías, reúnen las condiciones de baratura y la más esencial de rapidez en la construcción, pues las grandes obras tárdase muchos años en realizarlas, y las necesidades defensivas de la isla de Cuba eran de índole apremiante”. (Severo Gómez Núñez, La Guerra Hispano-Americana. La Habana. Influencia de las plazas de la guerra. Madrid, 1900)
(En el propio libro se abunda sobre las piezas artilleras traídas –cañones Ordóñez y Krupp, obuses Ordóñez–, los vapores que las transportaron a La Habana junto a implementos y materiales, y detalladas descripciones de las obras y el sistema).
Por orden del capitán general, a finales de 1895 el teniente coronel de ingenieros José Marvá y Mayer elaboró un proyecto de refuerzo de la línea costera, que incluía el emplazamiento de las baterías costeras.
“En el caso del tercer sistema defensivo (1895-98), el frente marítimo se dividió en tres zonas: barlovento, desde la entrada de la bahía y el Morro hasta Cojímar; la entrada del canal del puerto, y sotavento, desde el Castillo de la Punta hasta la playa de Marianao.
“En ese frente marítimo, complementando las baterías ya existentes –como la de Santa Clara (en el área que luego ocupó el Hotel Nacional), la de la Reina, en el sitio donde se construyó el Parque Maceo, y la de Velasco, adyacente al Morro– se construyeron como parte del plan de Marvá y Mayer nuevas baterías de costa con los avances tecnológicos de la época: la No. 1 y la No.2, en la zona de barlovento (litoral este), y la No.3, la No. 4 y la No. 5, en sotavento (litoral oeste)”, precisa Suárez Fernández.
¿Qué sucedió años más tarde? La batería No. 2 (o del Barco Perdido) fue demolida durante la construcción de la autopista Monumental, en la década de 1950; la de Santa Clara, con la construcción del Hotel Nacional, a finales de los veinte; la de Reina perdió una primera parte cuando se construyó el Parque Colón, y se eliminó totalmente en 1916 por las obras del Parque Maceo; la No. 3, la No. 4 y la No. 5 desaparecieron con la extensión del malecón hacia el oeste, cerca de la mitad de siglo.
La construcción de la batería No. 1 comenzó en enero de 1896. A inicios de agosto, sin haber concluido la obra constructiva, las baterías de costa contaban con cañones listos para hacer fuego. “Se construyeron mediante un método que llamaban ‘de construcción progresiva’: se construía la explanada, se emplazaba la batería y, posteriormente, la obra alrededor. La culminación del sistema, en 1898, fue el muro arpillerado, la defensa desde los flancos y por el frente terrestre”, explica el historiador.
Es semisoterrada para evitar los efectos de la artillería, y su planta es un polígono de 200 metros de largo. La conformaban explanadas en el frente marítimo, en las que los cañones de gran alcance estaban emplazados a barbeta (al descubierto); en ambos flancos, un cuartel con explanada para cañón de tiro rápido; cuarteles, traveses-repuestos (donde se guardaban los abastecimientos para las piezas de artillería, para el municionamiento se comunicaban con las explanadas mediante galerías) y un polvorín central.
La estructura de los muros estaba formada por raíles de línea colocados cada 10 cm, con ladrillos de barro intercalados. Encima, 1.60 metros de hormigón apisonado de cemento Portland (por primera vez se usaba en Cuba el Portland, proveniente de la primera fábrica de ese material, instalada cerca del río Almendares, que comenzó a producir para esta y las restantes baterías costeras). Para reforzar el blindaje, se añadió un recubrimiento adicional de tierra apisonada de más de dos metros, con el objetivo de contrarrestar los efectos artillería enemiga
El también ingeniero militar destaca un dato. “Tú vas a la batería No. 1, ves tierra colorada y te preguntas de dónde salió. Según los datos de los ingenieros, se acarrearon en carretas desde lejos, para esa y otras baterías como la No.2, la de Santa Clara y la de la Reina, más de 70 000 metros cúbicos de tierra. Solo en la de la Reina fueron 24 000 metros cúbicos”.
En su libro, Gómez Núñez escribió que “voluntad y energía no falta en artilleros é ingenieros; lo que falta son medios de realizar el trabajo”. Entre otros jefes y oficiales de ingenieros que intervinieron en las obras, el escritor menciona al capitán Arturo Amigó, que trabajó en la batería de Santa Clara y “también tendió un puente flotante sobre el Almendares, durante el bloqueo, para el transporte de tierra a las obras de sotavento”.
El inventor de la mayor parte de las nuevas piezas montadas, el general Ordóñez, presenció las pruebas artilleras de las baterías, cuando aún no estaban concluidas las obras constructivas.
En las obras costeras de barlovento (No. 1 y No. 2) se instalaron muelles y pequeños ferrocarriles para trasladar piezas de artillería y otros implementos. Por las líneas circulaban grúas de vapor para el movimiento de piezas y materiales.
La batería No. 1 estaba dotada con cuatro cañones Ordóñez de 15 cm* (1885, 6 500 kg) y dos cañones Nordenfeldt de 5.7 cm (1893, 2 299 kg). Los cuatro Ordóñez están allí hoy, en su emplazamiento de antaño, en sus cureñas originales.
“Normalmente, las cureñas de las piezas de artillería sufren un gran deterioro. Cuando se dañan, los cañones se montan en pedestales o reproducciones… Los de la batería No. 1 conservan sus cureñas originales. No así los dos de la batería anexa a La Punta; hace unos años se desplomó uno de los cañones y se hicieron reproducciones para el montaje de ambos, utilizando partes originales de las antiguas cureñas”, apunta Echeverría Cotelo.
Como parte del sistema defensivo, alrededor de la batería se construyó el campo atrincherado de La Cabaña, cuyo fuego, con una serie de baterías de campaña, se combinaba con el de las baterías de costa.
La batería operaba asistida por una estación telemétrica ubicada más en profundidad, en las inmediaciones del actual Hospital Naval, en hornabeque de San Diego o fuerte No. 4, donde también había piezas artilleras. “Desde la estación telemétrica enviaban a las baterías datos para hacer fuego, por un sistema telegráfico y telefónico”, señala Suárez Fernández.
“Hay que destacar lo avanzado del sistema del que era parte la batería No. 1”, apunta Mario González. “La prueba de su efectividad es que, en 1898, los estrategas norteamericanos comprendieron que sufrirían fuertes pérdidas si invadían por La Habana. Decidieron dar la batalla en Santiago de Cuba, donde no había este sistema y tenían el apoyo de las tropas cubanas”.
A esto añade Suárez Fernández que, desde la salida de Estados Unidos, el Estado Mayor de la Marina le había orientado al almirante de la escuadra norteamericana, William Thomas Sampson, no atacar las fortificaciones de La Habana, “porque se sabía que había potencial de fuego suficiente para poner fuera de combate un barco de guerra. No les convenía perder barcos”.
Hay documentos españoles que resaltan la calidad del sistema, como el del escritor, político, geógrafo y capitán de artillería Severo Gómez Núñez, secretario de la Comisión de Defensas de Costas y director de El Diario del Ejército, quien sostiene que la plaza La Habana fue el sistema defensivo más moderno que España pudo presentar a finales del siglo XIX, incluyendo hasta la Península.
“Y todo esto, aunque no llegó a completarse el sistema”, afirma Echeverría Cotelo. “Prueba de su importancia es que, cuando se produce la capitulación de España, previa a la firma del Tratado de París, en diciembre de 1898, los estadounidenses, vencedores, tenían el interés de quedarse con las obras de fortificación permanentes y también procuraron la artillería, porque los españoles pretendían llevársela. Finalmente, la artillería terminó integrando el botín de guerra, como parte de las fortificaciones. Por eso se quedaron estos cañones en Cuba.
“Los españoles lograron llevarse las unidades artilleras que no pertenecían a las obras de fortificación, las que eran parte de la dotación de los barcos y habían sido llevadas a tierra en algún momento. Por ejemplo, los González Hontoria que hoy faltan en la batería de los Doce Apóstoles se los llevaron, porque no pertenecían a la fortificación permanente.
“Igualmente, podían y se llevaron la artillería de campaña. Pero la emplazada, la artillería de plaza, que es la de los grandes cañones, y la de costa, se tuvieron que quedar. Tenían una importancia estratégica muy grande, y los norteamericanos querían usar militarmente esas áreas”.
Echeverría señala que “en Santiago de Cuba, la entrada de la bahía la iluminaban los barcos norteamericanos en las noches. En La Habana era lo contrario: se instalaron cuatro reflectores de fabricación francesa. Uno de ellos en la Playa del Chivo, otro para las defensas submarinas (porque se instalaron minas, también)… Con esos reflectores se iluminaba el litoral por la noche”.
Según el militar y geógrafo Gómez Núñez, los proyectores eléctricos de Artillería (también había en el litoral del Vedado y en la batería de la Reina), “cruzaban sus haces luminosos y hacían imposibles las sorpresas”.
Y hay un hecho importante –tercia González–. El recuerdo de la escaramuza o intercambio artillero de 1898, en la historia tradicional de Cuba, se ha circunscrito mayormente a la tarja colocada en el cañón de la batería de Santa Clara, en el Hotel Nacional, pero el primer intercambio durante el bloqueo a La Habana, como parte de la Guerra Hispano-Cubano-Norteamericana, se generó desde la batería No. 1.
“El primer intento de cerrar el cerco a la ciudad, la escuadra norteamericana lo hizo del este al oeste. Por eso, el primer intercambio artillero partió desde la batería No. 1, que disparó, por primera vez, a algunas de las naves. El segundo intercambio artillero, que sí tuvo algún efecto, se realizó desde la batería No. 2, con los Krupp de 30 cm, de mayor alcance, que alcanzaron a uno de los barcos que se acercaban e hicieron que se retiraran los demás.
“La escuadra norteamericana, que estaba siendo penetrada por barcos españoles que se acercaban a la costa, debajo del fuego artillero, hizo un segundo intento días después, más hacia el oeste, para cerrar el bloqueo. Fue entonces que la batería de Santa Clara (junio, 1898) sostuvo un intercambio con las naves. Ese hecho está recogido en la tarja del Hotel Nacional”.
Era –enfatiza Echeverría– un sistema actualizado según las tendencias y avances de la época.
“Y era un sistema único. Estaban las baterías de costa, las auxiliares, las obras de campaña y las permanentes, que eran las grandes baterías. Las demás eran fortificaciones de campaña: se clasificaban en semipermanentes (con determinado rigor ingeniero. Había unas cuantas, pero desaparecieron) y provisionales e imprevistas”, agrega el ingeniero militar Suárez Fernández.
Actualizado e inteligente, ajustado a las condiciones reales. Además de minas, había baterías de obuses y morteros (por si los invasores llegaban a la costa), una de torpedos en La Punta y otras con piezas ya anticuadas, auxiliares, que servían para apoyar y crear un ambiente bélico en torno a las obras ingenieras permanentes.
“Complementando lo moderno, usaron hasta los cañones de 200 años. Y un valor importante es que no los usaron al azar, sino que hubo un proyecto que lo integró todo: en qué sitio debería ir cada cosa y en qué momento entraría en acción”, dice Mario González.
“Fue una proeza en el poco tiempo que tuvieron para trabajar, y casi sin dinero. El esfuerzo y la inteligencia de los ingenieros impresionan. Y ese sistema de defensa por zonas, territorial, prevalece en la actualidad. A los objetivos del terreno se les llamaba puntos de combate; hoy se les denomina centros o regiones fortificadas”, señala Suárez Fernández.
“El terraplanamiento exigía muchos miles de metros cúbicos de tierra y arena, pero unidas todas las iniciativas, lograron los ingenieros dinero para realizarlo, y se procedió á plantear vías férreas, transportes, puentes y lo demás que era preciso para una faena rápida y urgentísima, puesto que el conflicto con los Estados Unidos se había presentado de improviso y los barcos enemigos estaban á la vista”. (Severo Gómez Núñez, La Guerra Hispano-Americana. La Habana. Influencia de las plazas de la guerra. Madrid, 1900)
De esa proeza ingenieril y humana que fue el tercer sistema fortificado de La Habana, y de su red de baterías de costa, la batería No. 1 es el único exponente material que ha llegado a nuestros días.
Hay otras historias en torno al sistema, relacionadas con su importancia estratégica y la relevancia militar del área donde fue emplazada.
“Cuando se instauró la República, las instalaciones de costa estaban activas y cumplían todas las normativas de la época. Cuando el Tratado de Arrendamiento de Bases Navales y Carboneras (1903), que siguió a la Enmienda Platt, una de las exigencias del Gobierno estadounidense a la recién creada República de Cuba fue crear bases navales en otros puntos de Cuba, no solo en Guantánamo; también en La Habana”, recuerda Mario González.
“La base en la capital se proyectaba para el frente marítimo este, teniendo en consideración todas las instalaciones militares existentes allí. Estuvimos en peligro de que nos impusieran una base como la de Guantánamo en esa zona del Morro a Cojímar, con todas las instalaciones hacia la bahía y un canal que la iba a dejar aislada, separando esa área como una isla. Hay, incluso, huellas del inicio de esas obras.
“Cuando pasas por la carretera que une La Habana del Este con los astilleros de Casa Blanca, por el costado del Hospital Naval, hay un corte del inicio de ese posible canal. Afortunadamente, como parte de las luchas que se dieron dentro de la República para evitarlo, el caso de la base naval de Guantánamo no se extendió a otros territorios cubanos, incluido este de que hablamos”.
La historia de la batería No. 1 continuó en las décadas siguientes. En los años treinta pasó a ser campo de tiro de la Escuela de Artillería del Regimiento Máximo Gómez, radicado en La Cabaña. En la primera y segunda guerras mundiales, ese espacio fue parte de las defensas que tenía La Habana frente a cualquier intento extranjero.
González relata que “a finales de los treinta e inicios de los cuarenta se abandonó el lugar. El sitio inmediato a la batería se siguió usando como terreno de práctica de artillería ligera, e incluso se vendieron como chatarra los mecanismos de cierre de cañones, que eran de bronce. También varias personas fueron a vivir allí. Cuando triunfó la Revolución, en 1959, fueron de las primeras a las que se les otorgaron viviendas en la nueva Unidad Vecinal No. 1 Camilo Cienfuegos, la primera obra de vivienda social de la Revolución.
“Con el triunfo de la Revolución se avivó el diferendo histórico Estados Unidos-Cuba, y las baterías de costa, o los emplazamientos de costa para defender La Habana, volvieron a tener relevancia militar. Esta batería y toda una serie de emplazamientos formaron parte de ello. Cuando la Crisis de Octubre, se montó artillería ahí, en toda la costa este.
“La batería de Velasco, adyacente al Morro, estuvo activa por más años, y se llegó a reconstruir una parte durante la Crisis de Octubre. Están ahí todavía esas obras, en la explanada del Morro”.
En los setenta, la batería No. 1 dejó de ser usada por el Ejército como emplazamiento permanente. Ya comenzaban los esfuerzos para recuperar las fortificaciones para propósitos civiles y culturales, y en 1978 el Castillo del Morro abrió al público.
Por entonces surgieron las primeras ideas para el uso de la batería No. 1. A comienzos de 1981, comenzaron las obras de rescate y restauración, y en mayo de 1982, el año en que La Habana Vieja y su sistema de fortificaciones fueron declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, la batería abrió como museo municipal del municipio Habana del Este, con tres salas.
Poco después, en julio, debido a una inundación en la ciudad, la batería –debido a su estructura soterrada y porque no habían concluido los trabajos de restauración, no se había recuperado el sistema de desagüe original–, quedó bajo el agua. Los trabajos continuaron y reabrió en 1985, con seis salas de exposición, como museo municipal, pero hasta 1989.
González, que estuvo al frente del proyecto y fue director del museo, recuerda que “habían comenzado las obras de recuperación en La Cabaña y el Morro, por la OHCH y el Minfar, y se decidió que esas instalaciones pasaran al futuro Complejo Histórico Militar Morro-Cabaña. Llegó el Periodo especial, no se pudieron concluir los planes y trabajos allí, y prácticamente por espacio de 30 años hemos estado batallando por recuperar la batería.
“Las posibilidades han resurgido ahora y se han retomado las propuestas de muchos años, con la nueva perspectiva de abordar estos procesos con la participación de la comunidad y el municipio. La idea es que el área sea recuperada como un parque de ciudad, arqueológico, un espacio donde se combinen la restauración y recuperación de los valores del patrimonio cultural con los valores naturales que aún conserva y los que se le pueden devolver. Hay ahí valores patrimoniales, pero también simbólicos, sociales, políticos, históricos, arquitectónicos…
“Estaría conectado al Parque Morro-Cabaña y, muy importante, también a la revalorización de la Unidad Vecinal No. 1 Camilo Cienfuegos, el primer Monumento Nacional declarado en Cuba dentro del patrimonio moderno, en 1996”.
Museo de sitio en un entorno de valores históricos, arqueológicos y naturales
Roger Arrazcaeta Delgado, arqueólogo, director del Gabinete de Arqueología de la OHCH, concibe la batería No. 1 y su entorno como un museo de sitio en un parque arqueológico, cuya área abarca una franja costera de alrededor de 700 m de longitud, desde la batería hasta el pie del Castillo del los Tres Reyes del Morro.
“Es un área que no tiene solo valores arqueológicos, la veo también como una especie de paisaje cultural, donde podremos rescatar y reconstruir la formación vegetal que existió en el lugar, pues tenemos datos históricos sobre el tipo de vegetación que había en el área.
“El objetivo de este gran proyecto no es solo recuperar la batería No. 1, que sería el elemento central, por su importancia histórica y militar como evidencia material amplia que conserva gran parte de su estructura original”, comenta.
En todo ese espacio existen áreas de canteras antiguas, de donde se extrajo gran parte de la sillería o bloques de piedra para construir las propias baterías y otras fortificaciones y edificios civiles de La Habana. “Hay varios cortes de canteras, aún apreciables, con los diferentes niveles de extracción de sillería de caliza madrepórica, que es la predominante en esa área. Hay algunos de esos cortes que son muy fuertes, intensos, y otros pasan casi inadvertidos, pero están ahí.
“Ahí hay una diacronía histórica, amplia, que posiblemente parte desde el siglo XVI hasta nuestros días, por la continuidad del uso de la batería No. 1 durante la República y en la era revolucionaria”, afirma. “Lo que prevemos es que el área sea reconstruida forestalmente y, al mismo tiempo, que se pueda incorporar una visita, para que se conozca la historia de todo ese sector”.
Según Arrazcaeta, es un entorno de mucha riqueza arqueológica. Además de las canteras, existen restos de aljibes, vinculados con la batería No. 2, de la que pervive una acumulación de restos de bloques de sillares que formaron parte de la construcción, en un sector que también puede ser de interés para la visita.
El experto sostiene que la arqueología será importante para ampliar el conocimiento y la documentación de todo ese sector, pues existen muchas estructuras enterradas. “Asimismo, el estudio de la batería No. 1 y de la vida cotidiana de los soldados, los restos de la cultura material que podamos encontrar, van a enriquecer la imagen que podemos tener de ese pasado.
“También se investigará la parte subacuática. Existió un muelle, o posiblemente varios muelles, que se levantaron al unísono para la construcción de las baterías. Las estructuras de esos muelles están bajo el agua, y van a ser parte de una investigación del sitio. Por otra parte, han quedado una serie de huellas en el terreno que nos permiten reconstruir por dónde pasaban las líneas del ferrocarril”.
El arqueólogo recalca que solo se podrá tener éxito “si se logra que haya un personal calificado y permanente allí, que facilite echar a andar toda la estructura que se requiere para el rescate del lugar, para el propio desarrollo, por ejemplo, del trabajo arqueológico y la conservación de las evidencias halladas y de los sitios que se estén investigando, y para darle un uso social y cultural a todo el parque que se proyecta”.
Visión de la OHCH: Museos vivos, que expliquen la historia e involucren a la comunidad
El proyecto confiere valor tanto a la batería, que será el centro, como a su entorno, confirma Antonio Quevedo Herrera, director de Museos Arqueológicos de la Oficina del Historiador de La Habana.
Para exponer los valores de la fortificación, contará con una sala monográfica donde el visitante podrá apreciar todos los aspectos de la historia y las características tanto defensivas como ofensivas del emplazamiento.
“Se hará un recorrido histórico por toda la batería, de modo que el visitante pueda conocer las diferentes obras que la conforman, desde los parapetos, los traveses y almacenes hasta los cuarteles, todo lo que muestra la funcionalidad de esa batería.
“También se va a anexar un gran recorrido arqueológico; queremos que la batería funcione como centro de un recorrido que se puede hacer lo mismo hacia el reparto Camilo Cienfuegos, Monumento Nacional, que hacia el frente marítimo hasta la batería de Velasco, integrarlo con el Parque Morro-Cabaña y con todas las fortalezas que hoy conforman la red de museos de la Oficina del Historiador.
Esto es importante, porque en 2022 celebraremos los 40 años de la declaración de La Habana Vieja y su sistema de fortificaciones como Patrimonio de la Humanidad (1982)”, resalta.
“Siempre me gusta recordar que Leal, cuando rescatamos y restauramos La Punta para museo, a inicios de los 2000, nos dijo que de ahí íbamos para La Fuerza; luego, en La Fuerza, nos dijo que íbamos para Atarés, y así sucesivamente, con el objetivo de seguir adelante y restaurar el Castillo del Príncipe, el polvorín de San Antonio, al fondo de la bahía; la batería No. 1, con planes de rescate desde los ochenta; el hornabeque de San Diego, sobre el poblado de Casablanca, otra obra que también se debería estudiar y trabajar en su rescate, y completar toda la salvaguarda del patrimonio fortificado habanero.
Hoy se está trabajando también en el Torreón de Cojímar. Colaboran el Gobierno de Habana del Este, la OHCH y la comunidad, que siempre ha sido celosa guardiana de su patrimonio.
“Ese es el objetivo con la batería No. 1: rescatarla y vincularla también al reparto Camilo Cienfuegos como máximo responsable de su gestión y salvaguarda. Van a disfrutar de su patrimonio, como hicieron en los ochenta, cuando participaban en las actividades del museo municipal; sumar al proyecto, como es práctica habitual en la OHCH y el resto de oficinas de la nación, el trabajo con niños, adolescentes y personas de la tercera edad; tener un centro de visitantes, donde se puedan impartir conferencias, talleres sobre temas relacionados, y, lo principal, como Leal siempre nos decía, que sean los miembros de la comunidad quienes trabajen, los especialistas, los cuidadores.
“Por ejemplo, en estos tiempos de covid, en Atarés los trabajadores pudieron continuar sus trabajos de conservación y el mantenimiento de la instalación porque viven en los alrededores. Es algo que cada día hay que tener más claro, que la propia comunidad sea la máxima responsable; que historiadores locales, profesionales, activistas culturales y líderes comunitarios vean todo lo que puede aprender la comunidad de la historia de esos lugares… Insertar estos sitios en la vida social, cultural, en la turística y económica, pero siempre, siempre, con el respeto a la integridad del patrimonio y con la conservación, la correcta explotación de los sitios, como premisas”.
En La Habana –recalca–, con un patrimonio tan vasto, es importante que los municipios, los Gobiernos locales, den prioridad a su patrimonio. Todo es importante, pero el patrimonio no puede quedar limitado solo a Cultura, sino que deben apoyar todas las instituciones territoriales.
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A Quevedo, con una larga trayectoria en la OHCH, le pregunto sobre un tema difícil. Por muchos años tuvimos el privilegio de contar con la presencia física y el magisterio de uno de los cubanos más universales y perseverantes que ha dado esta tierra en las últimas décadas. Luego de mediados de 2020, escuché a algunos dudar de que continuara, como hasta entonces, la estructura restauradora, de conservación y rehabilitación patrimonial que impulsó Leal, la cual fomentó integradamente lo social y lo cultural, el conocimiento, la innovación y la inclusión ciudadana.
“La pérdida de Leal es grande para la Oficina, es una pérdida irreparable. Pero, sinceramente, te aseguro que sentimos que Leal sigue aquí, porque con él tuvimos la oportunidad de hablar de un futuro, y es un futuro en el que seguimos trabajando.
“Todo esto de rescatar la batería No. 1, el polvorín de San Diego y el Castillo del Príncipe no es de ahora… Ya Leal lo venía definiendo. Cuando se da esta oportunidad con la batería No. 1 para retomar su rescate, no hay que pensar nada nuevo… Cuando se nos pide un proyecto sociocultural, cuál va a ser su uso, no hay que buscar algo que no conozcamos. Todo está investigado, tanto por la arqueología como por los historiadores, los arquitectos, inversionistas, restauradores…
“Con la batería No. 1, en menos de 15 días armamos el proyecto sociocultural que servirá de base a todo lo que se haga, y todo estaba investigado… Igual con el Torreón de Cojímar. Desde 2012, el pueblo se acercó a Eusebio con la finalidad de rescatarlo; vinieron asuntos y problemas que fueron postergando esa obra, pero ahora se ha podido emprender. Es parte del sueño de Leal, de rescatar todo el sistema de fortificaciones habanero.
“Yo creo que la continuidad de Leal está en nosotros mismos. No vivir del lamento ni de tiempos pasados, sino enfrentar las nuevas situaciones con el mismo espíritu con que Leal se enfrentó a las que le tocaron desde el mismo inicio en la Oficina.
“Por supuesto que la Oficina perdió su puntal, desde el punto de vista de su presencia física, pero espiritualmente sigue rigiendo, guiando lo que hacemos, y eso está en el compromiso, en la honestidad y la fidelidad de los que conforman la Oficina. Mantener todo lo aprendido. Su espíritu, obra, su impulso, todo lo que nos inculcó sigue en nosotros, y eso hace posible que todo continúe.
“Siempre hemos tenido batallas, las hubo cuando el Periodo especial y en otros momentos muy duros, pero siempre la Oficina ha podido, con ese espíritu, con ese tren que es Eusebio Leal, seguir andando.
“Una vez le preguntaron a Leal, en el Castillo de la Fuerza, cuál era el mejor uso que él imaginaba para la fortaleza. Y él dijo: ‘Un museo’. Pero museos que expliquen todo, que expliquen las fortalezas desde su razón de ser, por qué están aquí…. Que expliquen la historia. Rescatar estas fortalezas para otro tipos de uso las daña. Hay que explicar la historia y atraer principalmente a los más jóvenes promoviendo cultura, y aplicar en todos estos nuevos proyectos, como tenemos pensado, las nuevas tecnologías. No hacer un clásico museo, solo de paneles y vitrinas, sino ir introduciendo, en lo posible, la tecnología.
“Siempre se nos enseñó que todo lo que hacemos, todo lo que investigamos y hallamos, hay que socializarlo, porque su sentido es contribuir al desarrollo cultural de la sociedad. Y ese principio ha regido el trabajo de la Oficina. Es lo que queremos con estos sitios: integrar a la comunidad y a las instituciones (como hacemos en la batería No. 1 con el Gobierno, el Cedel, el Parque Morro-Cabaña y Comunales)… Así podemos tener un mejor resultado, y se está demostrando”.
* En los documentos españoles de la época se usan los centímetros, no los milímetros.
(Tomado de Cubadebate)