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Mi juventud… ¿y la tuya?

4 de abril de 2017

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Me resisto a compartir algunos criterios que hasta asombran, cuando oímos hablar de los “problemas” de la juventud de hoy.
Y para ello, nada mejor que recordar los lindos años de cada juventud.
Resumo: En los míos, el aprendizaje del trabajo y la vida. De hacerlo todo en un campo de infértiles tierras. De ir a la escuela todos los días, no importa la distancia de esta.
Fue la de los años 60, una década pródiga para jóvenes con apetito de hacer algo. Alfabetizar, caminar 62 kilómetros como parte del entrenamiento en la milicia estudiantil, entre muchas otras.
Fue la época de la Asociación de Jóvenes Rebeldes y luego de la UJC. De las movilizaciones militares y la apertura de trincheras en una Loma de la Cruz infestada de piedras. De la recogida de café en la Sierra Cristal.
También de fiestas entre jóvenes estudiantes, bailes que nunca pude aprender. Del cigarro en la boca hasta que mi padre me cogió y por poco me lo hace tragar con aquello de “cuando ganes un salario podrás fumar”.
Eran años, como los de todas las juventudes en cualquier época, en los que teníamos demasiadas aspiraciones mientras el tiempo pasaba y solo con el esfuerzo, la tenacidad y la perseverancia llegábamos a cada tramo en el recorrido de la vida.
Sí, porque la vida es un recorrido y lo peor es detenerse en el trayecto. O más grave aún, retroceder.
La juventud de hoy, la del Siglo XXI, también ha tenido y tiene aspiraciones por cumplir, ideas por llevar adelante, planes —unos realizables y otros no —. Pero a unos y a otros nos une esa verdad de que solo con el esfuerzo, la tenacidad y la perseverancia, llegará al escalón superior para que sus aspiraciones se conviertan en realidad.
Lógico, los tiempos son otros. Ahora los jóvenes son mejores que los de mi época en el dominio de las nuevas tecnologías que un poco tarde empecé a conocer. Ahora, en todos los casos, están más preparados cultural y técnicamente.
Les faltará, quizás, aquella formación adicional, aquellas duras pruebas, físicas e intelectuales, que contribuyeron a formar nuestro temple, a afianzar nuestra confianza en el proyecto Revolución y dedicarnos a hacer, más que a improvisar.
El trabajo voluntario es un formador de conciencia. La preparación militar es creadora de conciencia. La auto exigencia para ser cada día mejores profesionales, debe ser una constante en los jóvenes de hoy.
No pensemos que están descarriados porque expongan criterios no coincidentes con los nuestros. Debemos oírlos y más que todo, unos y otros, adentrarnos en la cultura del debate, esa que tantas veces nos falta y que podría ayudar a convencer no a imponer.
Los jóvenes de hoy también pasan pruebas duras en el contexto de sus vidas. Económicamente se ven limitados muchas veces a ir a un baile, a relacionarse con su pareja, a la privacidad afectada por la falta de vivienda que hace que hasta varias generaciones compartan un mismo techo.
En las aulas la exigencia debe ser mayor porque mayor es el volumen de conocimientos a adquirir. En la calle —y también en las escuelas— deben cuidarse de males de la modernidad, del uso de sustancias nocivas a la salud y que hoy se propagan por el mundo con el nombre de drogas.

 

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Los jóvenes de hoy deben saber —y saber bien— la diferencia entre libertad y libertinaje; entre modernidad y vicios; entre responsabilidad e irresponsabilidad.
Deben interiorizar que las muchas cosas que hoy les faltan solo podrán obtenerse con el trabajo, con su formación profesional para adentrarse en la vida como científicos, médicos, maestros, ingenieros, o, quien sabe, periodistas…
Los jóvenes de ahora, como los de antes, debemos evitar los coros para criticarlo todo. La crítica, que mucha falta hace, solo es válida cuando es sólida, bien argumentada y basada en verdades, no en chanchullos y superficialidades. Cuando se hace en el lugar y momento adecuados.
Los de hoy y los que lo fuimos ayer debemos estar cada vez más advertidos para no caer en supuestas corrientes que lo ven todo mal aquí, en su Patria, sin comprometerse a cambiar todo lo que haya que cambiar.
Los jóvenes de hoy tienen el deber de estudiar e interpretar la historia. Saber que en nuestra sociedad puede haber —y los hay— que actúan como mercenarios, cobrando sumas de dólares para cuando menos desestabilizar al país, desprestigiarlo y hasta apoyan el bloqueo y posan felices en la madriguera imperial junto a quienes hasta invadieron su Patria y hacen lo posible e imposible porque la Isla, la nuestra y la de ellos, sea asimilada por el vecino que siempre nos ha tenido en la mirilla.
No olvidar que la juventud es un período de tiempo que debemos aprovechar al máximo, principalmente para convertirnos en hombres y mujeres de bien, en la verdadera familia que cada uno de nosotros tiene el deber de formar ante los avatares de una modernidad a la que tenemos el imperativo de ponerle nuestro apellido, no el foráneo.
Creo entonces que mi juventud puede haber sido ayer igual que la tuya hoy. Ambas deben seguir galopando en bien de los que fuimos, los que son y los que seremos siempre jóvenes.

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