Leal amigo
7 de octubre de 2022
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Una de las historiadoras que formó parte del grupo de egresados acogidos por el Historiador en la década del ochenta, es Zenaida Iglesias, historiadora e investigadora de la empresa Restaura. Desde entonces su carrera se ha desarrollado en la constancia de la investigación histórica, hurgando en los archivos.
¿Cuál es la impresión que recuerda de aquel primer encuentro con Leal?
Aquello fue algo milagroso. Desde entonces y hasta la fecha, yo pensé “aquí no hay retiro”. De aquel grupo de estudiantes, cada cual se fue ubicando en una de estas casas que se iban abriendo. Pero, yo siempre he sido una persona a la que le gusta mucho la tranquilidad y no quise nunca asumir la responsabilidad de una casa museo. Se iban abriendo las casas y Raida Mara nos llamaba, nos hacía la propuesta y yo nunca respondí. Entonces ella viene una mañana y me dice: “yo quiero saber qué voy a hacer contigo”, porque yo estaba todavía en la biblioteca del Palacio de los Capitanes Generales fichando libros, con Zayas, el bibliotecario que era un archivo viviente y a quien todavía extrañamos. Y yo le dije que a mí no me gustaba dirigir, “a mí me gusta investigar”. Y ella me responde: “pero, ¿qué te gusta a ti, meterte en el Archivo Nacional en los papeles viejos?”. Y yo le dije: “sí, yo soy feliz entre papeles viejos, que me caigan todos los bichos que quieran encima”. Ella me dijo: “pero es que eso a casi nadie le gusta”, y yo le respondí “a mí lo que me gusta es eso”.
Días después me dijo que se iban a fundar el Taller de arquitectura de la Oficina del Historiador y el Gabinete de Arqueología, y que estaban solicitando un historiador. Y yo me quedé pensando, entre la arquitectura y la arqueología siempre me ha gustado más el urbanismo, la historia de las calles, de los barrios y las ciudades, por lo que decidí por la arquitectura. Y entonces comencé, junto a un grupo de once especialistas, la investigación sobre espacios públicos e inmuebles que se van a restaurar.
¿Cuál ha sido el mayor reto de tu desempeño profesional en la Oficina del Historiador?
El mayor reto fue, sin deslindarme de la carrera de Historia y mi especialidad que es la Historia de Cuba, adentrarme en la carrera de Arquitectura. Aprender a leer los planos, a hacer levantamientos. Cuando nosotros empezábamos a hacer los primeros expedientes yo llegué al Archivo muy feliz y sí, encontrábamos, los propietarios, los usos, las transformaciones. Pero cuando llegué a aquellos grandes expedientes que hay en el Archivo, en el Fondo de Urbanismo fundamentalmente, ahí estaban las plantas de los edificios y yo qué sabía leer de aquello, qué sabía lo que era un machón, lo que era la primera crujía.
Fue una escuela, porque yo me iba con aquel equipo de arquitectos, de especialistas que estaban frente a sus proyectos y que Leal se sumaba casi todos los días en las obras. Era la única forma de aprender: haciendo levantamientos con ellos, que ellos mismos me lo explicaran. Yo me acuerdo que él me decía: “mira Zenaidita [yo creo que a todos nos achicaba el nombre] tú lo que tienes que aprender es a oír hablar a las piedras. Escúchalas, si ya te están contando la historia”. Y era verdad. Ya después cuando pasas el tiempo tú vas mirando, pasas por una calle y tú mismo te dices “esto no es del siglo XVIII, esto está transformado al XIX, aquello es del XVII porque mira el grosor de los muros.
Agradezco esa confianza que depositó en mí, cuando todavía no había personal especializado, que le llevara esas investigaciones sobre dichos edificios. Yo se las llevaba y siempre quedó complacido. Era un maestro y a veces las personas, decían: “pero bueno, ¿qué se piensa él?, ¿que se las sabe todas, si él no es arquitecto, él es historiador?”. Pero sí sabía de todo. ¡Y tenía un ojo! Como dice el dicho: donde ponía el ojo ponía la bala, porque a veces entrábamos a un edificio y decía: “¿y dónde estaba la escalera?”. Era tanto el deterioro o las transformaciones que no sabíamos y él decía: “¿la escalera? Yo la voy a buscar. La escalera estaba por aquí y subía por allí y doblaba por allí”. Cuando entraba la brigada de arqueología, la escalera estaba por allí y doblaba por donde él dijo. Entonces, siempre había que escucharlo, no solo a las piedras, sino a él también.
¿Qué consideras que habría que hacer para honrarlo?
Lo primero es mantener esa obra que él dejó. Esas cosas que se hicieron en los años 80’, en los años 90’. Fueron años difíciles, pero se hicieron; él demostró que la utopía se realizó. Desde mi forma crítica que tengo de ver las cosas, hoy camino por la ciudad y yo sé que también corren tiempos muy difíciles, que la pandemia vino a detener aquello que iba avanzando sin medida, pero estoy viendo que La Habana está enmudeciendo. Él siempre dijo que no quería que el Centro Histórico fuera una ciudad muerta, y claro, todavía los hoteles están cerrados, los centros comerciales. Pero me da tristeza caminar por la Plaza de Armas, por la Plaza Vieja, verlas oscuras: no hay música, no hay niños jugando ni personas bailando y yo creo que lo primero es no dejar que eso se pierda. Eso no se puede perder.
Primero hay que mantener eso que nos dejó, y después continuar hacia adelante siguiendo esa trayectoria que él nos enseñó. Ya sabemos por dónde es, continuar por ahí.
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