La política está en todo, pero yo voy al ser humano
9 de septiembre de 2014
|Por Angel Marqués Dolz
Septiembre ha sido su agosto. Regreso a Itaca, del francés Laurent Cantet, en el que se apodera con garra del único personaje femenino de la película, acaba de ganar el premio en la sección Jornadas de los Autores del Festival de Venecia, y su segundo documental, Viaje al país que ya no existe, va de premier el 17 de septiembre a las cinco de la tarde en el cine 23 y 12. Fuera de eso, tres películas en este 2014, todavía sin estrenar, a saber: La pared de las palabras, de Fernando Pérez, cuyo personaje “me costó mucho, mucho trabajo”, otra bajo la dirección de Marilyn Solaya- Vestido de novia– “en la que hago una transexual”, y Cuba libre, que “acabo de terminar con Jorge Luis Sánchez”.
A sus 53 años, Isabel Santos, uno de los rostros del cine cubano, no corre el riesgo de que la olviden, lo cual “te hace sufrir muchísimo como actor, porque a uno lo que le interesa es actuar”, asegura en conversación con Habana Radio digital desde su casa habanera con una voz lijada por el humo del cigarrillo y otras asperezas.
Para filmar Viaje al país que ya no existe, estuvo “enamorando” a Iván Nápoles por dos años. Este hombre, ahora octogenario y siempre tímido que nunca quiso dar entrevistas y que “tiene una obra tremenda”, fue camarógrafo del ICAIC, Instituto cubano de Arte e Industria Cinematográficos, por más de medio siglo y su inmensa obra detrás de la lente- más de mil noticieros entre 1960 y 1991, además de 130 películas, entre documentales y largometrajes de ficción- se reparte, fundamentalmente, en piezas documentales de ese clásico del género que fue Santiago Álvarez.
En febrero de 1965 ambos fueron sorprendidos por el primer bombardeo estadounidense a Hanoi. Filman secuencias de metralla, destrucción y muerte con una cámara de cuerda, lo que después sería un documento escalofriante: Hanoi, martes 13. Nápoles, a su vez, lleva en sus bolsillos, además de los rollos, un diario de guerra. Más de cuarenta años después, los apuntes sirven para recordar un país que por fortuna es otro, floreciente y pujante, cuyo actual paisaje deslumbra y desorienta al visitante. “Fue un asombro. Lo que Iván recordaba ya no existe. Es como volver a un lugar donde te preguntas si estuviste o no porque todo se ha transformado”, dice Isabel Santos, nacida en Camagüey en 1961, quien no oculta su admiración por la prosperidad de los vietnamitas, luego de -y aquí toma aliento para soltar la frase- “soportar tres guerras en un siglo y vivir arrasados y en túneles”.
Para el documental, Isabel Santos revisó los metrajes filmados en Vietnam por Nápoles, incluso las pertenecientes a la posguerra, cuando la nación indochina emprendía la reconstrucción a fines de los setenta y principios de los ochenta, otra epopeya que el director de fotografía exploró sin más brújula que su olfato de reportero. Y como no podía dejar pasar la oportunidad, durante las filmaciones en el Vietnam de hoy, la actriz puso en manos de Nápoles una segunda cámara, -¿procurando acaso una segunda naturaleza? – algunas de cuyas secuencias aparecen en el material, que como valor añadido posee la música “maravillosa” de Silvio Rodríguez.
“Hubo risas y mucho llanto”, resume la actriz al recordar las reacciones del veterano camarógrafo ante una geografía más sentimental que física, que se desplegaba durante un recorrido de norte a sur, captado por el director de fotografía Rafael Solís, esposo de la artista, siempre abierto a las improvisaciones del viaje. “Un guión cerrado no lo hago nunca”, advierte Santos. Respetando ese credo, dirigió a su protagonista de manera “que se sintiera libre, no amarrado a decir ciertas cosas”, una fluidez expositiva que por momentos fue grabada sin ser sospechada por Nápoles.
El debut en el cine documental de Isabel Santos fue accidental. Filmaba en Vallegrande una película boliviana argentina – Di buen día a papá, de Fernando Vargas- y para matar su aburrimiento -era la única cubana del staff- comenzó a relacionarse con el vecindario. Un buen día, una de las pobladoras de la comarca le hizo ver “que los cubanos le pedían al Che y me enseñó su altar”. A los meses regresó al lugar para filmar San Ernesto nace en La Higuera, que resultó distinguido con premios colaterales en el 28 Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana en La Habana, en 2006.
Observadora, punto más que insaciable, Isabel Santos se define, por sobre cualquier otro rasero, como una actriz que no vive en una burbuja y que incorpora a sus personajes lecturas, experiencias propias y ajenas, hasta “ponerle muchas vísceras”, y que detesta que escenas riesgosas sean asumidas por dobles. Por eso se hizo filmar, pese a los terrores, a bordo de un globo en La vida es silbar, o en una secuencia submarina -nunca lo había hecho- en La pared de las palabras, ambas de Fernando Pérez.
Consciente de que la magia del cine ha terminado, al menos en Cuba, donde en mayoría creciente el espectador mira las películas en medio de la intermitencia o la perturbación domésticas- “la gente pone stop y sale a fumar un cigarrillo” –la actriz, que comenzó su carrera en la gran pantalla en 1983 con Se permuta, de Juan Carlos Tabío, y se consagró cuatro años después con Clandestinos- otra vez Pérez, el portentoso- supone una exigencia extra a su trabajo el hecho de que las tecnologías roban al cine el esplendor de la sala oscura y trasladan el consumo a un sofá hogareño, en el mejor de los casos. “Uno cada día tiene que dar más para mantener a la gente en una butaca. Hay que entregarse mucho”.
HR.- ¿Hay dos Isabel. Una que actúa y otra que filma?
IS.-No, creo que me pongo mucho en la piel de la persona a la que le pregunto, quizás como a veces no hacen conmigo… A veces uno está actuando y está muy solo, no siempre hay un buen director, o no siempre lo que te piden es lo que uno quiere para el personaje, o no entiendes.
HR.-Esta experiencia documental estaría significando un peldaño anterior a una futura carrera como directora de ficción…
IS.-No lo creo.
HR.-¿Tiene otro documental entre manos?
IS.-No me creo directora de documentales. Este puede ser el último. No pretendo ser directora, lo que sí yo sé es que soy actriz.
HR.-Cuando mira hacia atrás su vida, en qué dosis maneja los conceptos de felicidad y amargura…
IS.-Hay de todo. La felicidad son momenticos, si no uno explotaría como un globo. Mi trabajo me salva de muchas cosas, como pienso que le sucede a todo el mundo. Cuando entro a filmar en una película es… como si me acariciaran. Y entonces robo todo mi tiempo y lo dedico a ese trabajo, en eso soy super egoísta y me lanzo a todo.
HR.- Volviendo al documental sobre Iván Nápoles, cómo lo definiría?
IS.- Es la vida de un hombre de una modestia tremenda. No es un documental con pretensiones. Soy en esto una principiante, con un intrusismo quizás tremendo.
HR.-¿ Es un material de aliento político?
IS.-La política está en todo, pero yo voy al ser humano. Es eso.
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