La Demajagua: símbolo de libertad, de cubanía (II)
9 de octubre de 2018
|Redacción Habana Radio / Fotos: Alexis Rodríguez
Continuamos la conversación con César Martín García, historiador de La Demajagua. Su relato nos transporta a aquellos trascendentales momentos de la historia de la Isla. Su palabra, vehemente y apasionada, nos hace ver cuánta verdad y certeza existió en aquellos padres fundadores de la patria. Así nos sigue narrando:
“Amaneció temprano. Era 10 de octubre de 1868, día sábado. El lugar era un verdadero tormento de pasos por la hierba. Me imagino el barracón en silencio total, en el ingenio no se movía nada, y Céspedes salió portal afuera. Está todo oscuro, los hombres están entregados al reposo, y hay un momento en que él se pone en una posición y mira hacia allá. Se paró, y dijo esta frase: “¡De pie!, el soldado del deber no puede permitir que la aurora le sorprenda en el lecho”. Hizo silencio y giró hacia atrás, volvió a entrar por el portal, llegó a la primera habitación – pienso yo –, debe haber levantado el quinqué y tomado los tres papeles, que eran el Manifiesto a la Junta Revolucionaria de Cuba. Ya estaba completamente escrito, no le faltaba un punto ni una coma, nada; todo estaba muy bien calculado por un hombre que había estudiado y se había hecho Licenciado en Derecho Civil y Canónico, y ratificado el título en la Universidad de Barcelona, en 1842, y entregado oficialmente a él como reválida en el año de 1844.
”Pasaron los momentos. Se paró – cuentan – en el portal. Ya la fuerza estaba toda reunida, pero la neblina era densa. Céspedes era un hombre humano, me parece que quiso esperar a que amainara el tiempo, y así sucedió. Luego, cuenta Bartolomé Masó Márquez, en el parte rendido tres días después, que como a las diez del día se encontraban congregados en aquel lugar cerca de 500 patriotas mandados a formar por el General en Jefe del Ejército Libertador… Céspedes sale portal afuera, imagínenlo caminando. Se pone de frente a los 500; mira al frente y en el medio está Bartolomé Masó y Márquez, que es el jefe de las fuerzas reunidas. Y de pronto, Céspedes hace un firme en el alto. Salen dos personas más de la casa: el primero es Emilio, el jovencito, el que ayudó a hacer la estrella. Ya viene con la bandera. Parece que esa era la tarea que le dio don Carlos en el interior de la vivienda. Avanza Emilio Tamayo, se pone a unos pasos a la derecha de Céspedes, y luego sale Miguel, el calesero de Carlos Manuel, y se pone debajo de la campana. La tarea era tocarla. Céspedes en firme. Hay un silencio total.
”Cuenta José María Izaguirre que aquí ni el aire molestaba en los cañaverales al paso de aquellas palabras y de aquel hombre moviéndose. Céspedes, en silencio, mira a todos. Repica la campana, y comienza él a hablar, a la memoria de él: «Ciudadanos, este sol que veis alzarse por la cumbre del Turquino viene a alumbrarnos el primer día de libertad e independencia para Cuba». Y se hace un silencio. Ese es el momento en que él está abriendo el Manifiesto; él quiere leerlo todo. A la memoria de él, solo dos partes, porque tiene tres hojas, pero dice así: «Al levantarnos armados contra el tiránico gobierno de España, queremos manifestar al mundo los motivos de nuestra resolución. España gobierna a la isla de Cuba con un brazo de hierro ensangrentado, nos impone contribuciones y tributos a su antojo, nos priva de toda libertad política, civil y religiosa, nos coarta el derecho de reunión, a no ser bajo la presencia de jefes militares españoles…». Sigue Céspedes leyendo todo el sufrir que tiene este país, lo que hoy se conoce como las causas que provocaron el estallido revolucionario.
”Cuando levanta la primera página y llega a la segunda, hay una parte que llega a las más altas cumbres, al leer en voz alta, y dice: «No, Cuba no puede ser más como Caín, que mata a sus hermanos, ni como Saturno, que devora a sus hijos. Cuba aspira a ser una nación grande y civilizada para tender un brazo amigo y un corazón fraternal a todos los demás pueblos. Y si la propia España consiente en dejar a Cuba libre y tranquila, le trataremos como a una buena madre, amante de una buena hija; pero si persiste en su sistema de dominio y exterminio, cegará nuestros cuellos y los cuellos de los que en pos de nosotros vengan para hacer de Cuba un vil rebaño de esclavos. Por tanto, no nos queda otro recurso que apelar a las armas para conquistar nuestras honras, para conquistar nuestras libertades…».
”Sigue leyendo Céspedes la segunda, y llega a la tercera hoja. Y al final, tres palabras que, digo yo, hicieron estallar este lugar, cuando dijo: «¡Viva Cuba libre!». Y los 500 levantaron sus voces para decir: «¡Viva!».
”Posteriormente, Céspedes mira al frente; entre los que están, están los esclavos. Les mira también, piensa en el sufrimiento de ellos, y les dice esta frase: «Ciudadanos, hasta hoy habéis sido esclavos míos; desde hoy todos sois tan libres como yo. Cuba necesita de todos sus hijos para conquistar la independencia; los que me quieran seguir, que me sigan; los que se quieran quedar, que se queden. Desde este momento los declaro tan libres como a los demás. Ya son libres, ya nunca más esclavos, ya nunca más sufrirán del grillete, ni del grillo, ni del cepo, ni del bocabajo, ni del novenario; ya les ha cambiado la condición social, ya son hombres». Eso pasó el 10 de octubre de 1868”.
Martín hace una pausa en la historia y recuerda algo importante en su vida. Pero no es una pausa: sin dudas, es una continuación. Es que la historia de Cuba es una sola. Así nos dice:
“Recuerdo a Fidel, una frase que expresó él entre tantas, porque fui testigo de su visita a este lugar, el 10 de octubre de 1968. Yo era uno de los 30 mil, entonces con quince años de edad, que estaba aquí, en el acto por el centenario del inicio de nuestras luchas por la independencia. Y recuerdo varios momentos en que el Comandante en Jefe hizo referencia a los 100 años de lucha, pero especialmente a Céspedes. Así dijo: «Y lo que vino a darle verdaderamente el título de revolucionario, fue su comprensión, en primer lugar, de que solo había un camino; su decisión de adoptar ese camino, su ruptura con las tradiciones y con las ideas reaccionarias y su decisión de abolir la esclavitud». Eso lo dijo Fidel en este lugar el día 10 de octubre de 1968.
”También afirmó: «No cabe duda de que Céspedes simbolizó el espíritu, simbolizó la dignidad y rebeldía de un pueblo, heterogéneo todavía, que comenzaba a nacer en la historia». Así confirmó Fidel, en el discurso del centenario, la posición y figura del padre de todos los cubanos, Carlos Manuel de Céspedes”.
En La Demajagua se ha llevado, a lo largo de los años, un proceso de recuperación de todos esos símbolos que hoy podemos admirar y conocer. César Martín también ha sido testigo de parte de ese proceso y quiere legárselo a todos los cubanos. Es por eso que ha escrito un libro, lo que él modestamente llama “un pequeño ensayo”, donde refleja cómo fue recuperándose el lugar, a través de investigaciones; cómo se recuperó el símbolo, la bandera de Céspedes; cómo se recuperó la campana de La Demajagua, la Marcha de Manzanillo. Actualmente es un libro electrónico.
César Martín se refiere a uno de esos símbolos muy especiales del lugar. Así nos habla: “La campana ha estado cuatro veces con Fidel. El primero de noviembre del año 1947, cuando nadie lo podía hacer, los manzanilleros veteranos le prestaron a Fidel la campana, y no obstante que se la robaron los politiqueros, Fidel la encontró, y vino la campana otra vez para aquí. Ella sabe que es de aquí. Y ya en posesión mía, como director de este lugar en el año 1987 – eso está en el libro –, el 30 de marzo específicamente recibí yo la indicación de desmontar la campana. Nunca se había desmontado; se pasó mucho trabajo, pero al final logramos hacerlo. Yo fui la persona que la fui a entregar al Parque Central de Manzanillo al Primer Secretario del Partido, porque la campana era necesario que fuera hasta el Palacio de las Convenciones para, junto a Fidel, presidir el 5 Congreso de la Unión de Jóvenes Comunistas. Eso fue del 4 al 7 de abril; el 14 ya estaba la campana aquí de vuelta, y nosotros la volvimos a instalar. También fue pedida para estar en el 4 Congreso del Partido del 10 al 12 de octubre de 1991.
”En el año 1995 una vez más fue pedida para estar en la Habana. Era para presidir, en el Palacio del as Convenciones, la Asamblea Extraordinaria del Poder Popular por el centenario de Martí en la guerra necesaria. Fue Fidel el que la mandó a pedir. Y ahí está ella, muy linda, al lado de Fidel, y se puede ver en el libro. Estos son los momentos especiales relacionados con la campana de La Demajagua.
Y el último momento, muy lindo, fue el pasado 10 de octubre. Ella estuvo en el Cementerio Santa Ifigenia, de Santiago de Cuba. Ahí estuvo la campana de Céspedes, de Fidel, tocando al silencio para que la gente supiera que era un momento especial, que era 10 de octubre, y que era necesario estar allí, porque se iban a juntar cuatro extraordinarios corazones: Mariana, Martí, Fidel y Céspedes”.
Tantos y tantos temas pueden conversarse con César Martín García. Es impresionante el caudal de conocimientos que este hombre atesora, pero sobre todo impacta su sencillez y bondad. Los grandes hombres son esos: los que viven para entregar virtud a los demás. Sus últimas palabras son ejemplo de esto. Así nos despidió: “César Martín García ha tenido un gustazo, no solo en haberme levantado temprano y afeitarme, sino en prepararme para estar aquí, atendiéndoles y entregándoles no solo historia, sino todo el corazón”.
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