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Jacques Demy retorna a La Habana (II)

17 de mayo de 2017

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La perenne búsqueda de la alegría, del amor y la felicidad predominantes en la obra de Jacques Demy, serán los temas más recurrentes en una filmografía de la que a lo largo del mes de mayo los espectadores pueden disfrutar de varios títulos clave, entre estos varios estrenos en Cuba, como parte del tributo que le rinde el 20. Festival de Cine Francés de La Habana, específicamente en las salas capitalinas 23 y 12, sede de la Cinemateca de Cuba, y La Rampa.

Gran parte de sus películas se ubican en ciudades costeras: Nantes, Niza, Cherburgo, Rochefort, Los Ángeles… En esta última filmó Model Shop (1968) –una suerte de secuela de Lola–, su primera y única incursión en la voraz maquinaria de Hollywood (que no le defraudó). Retornó a su país para rodar Piel de asno (Peau d’ane, 1970), preciosista versión fílmica del cuento homónimo de Charles Perrault, que por estos días podrán disfrutar los espectadores cubanos. Aceptó luego un contrato en Gran Bretaña para la puesta en pantalla de otra leyenda clásica: El flautista de Hamelin (The Pied Piper, 1971). Su personalísimo estilo, descrito por algunos como un don para convertir en mágica la más banal realidad y de transformar en funambulescos los seres más corrientes, no funcionó en lo absoluto en este díptico académico y glacial.

Asistir al proceso de esperar un hijo por su esposa Agnès Varda, provocó en Demy la pregunta de si ante un embarazo los hombres tendrían las mismas reacciones y urdió el guión de la comedia El acontecimiento más importante desde la llegada del hombre a la Luna (L’ Événement le plus important depuis que l’homme a marché sur la lune, 1973). Fue otro vehículo para el lucimiento de Catherine Deneuve, la intérprete ideal de los temas que escribía, acompañada por su pareja en esta época, el gran actor italiano Marcello Mastroianni (1924-1996). La química en pantalla entre ambos, sin embargo, fue insatisfactoria, pero lejos del desencanto el realizador declaró: “Siempre he contado lo que he deseado contar”.

Ese tercer traspié consecutivo no se lo perdonarían. A lo largo de seis años, guiones y proyectos le fueron rechazados por los productores, entre estos Anouchka, coproducción con la Unión Soviética, una comedia musical que relataba en 1976 la filmación de una ópera inspirada en una Anna Karenina a lo Legrand. Ni la omnipresencia de su música salvó de la intrascendencia a Lady Oscar (1979), con actores británicos casi desconocidos. Harto de la inactividad, recurrió forzosamente a una compañía japonesa para esa financiar adaptación inglesa de una popular historieta japonesa, ubicada en la Francia dieciochesca. El tiempo incidió en contra de Jacques Demy, incapaz de lograr el nivel cualitativo de aquellos primeros títulos por los cuales fuera aclamado en todas partes. Demy nunca recuperaría el añorado brío de esos primeros ocho años plenos de esplendor en su trayectoria. Sus siguientes películas: Una habitación en la ciudad (Une chambre en ville, 1982), tentativa por recuperar el espíritu de la tragedia musical sobre un amor en medio de una huelga; Parking (1985), su revisión del mito de Orfeo y Eurídice, y Trois places pour le 26 (1988), biografía fílmica de y con el cantante y actor Yves Montand (1921-1991).

 

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Jacques Demy concibió al cine como un asunto de moral. Solía decir que “hacer cine es una manera de meditar y hacer meditar sobre el amor”. Para este romántico insobornable que encontró en el arte de las imágenes en movimiento la vía para expresar su fantasioso universo: “Una película afecta a mucha gente para tener derecho a embrutecerla o deprimirla”.

Este amante del lirismo y de las situaciones fuertes, que desde un principio quiso realizar cincuenta filmes entrelazados no por los sentimientos, sino a través de personajes comunes, desapareció físicamente el sábado 27 de octubre de 1990 a los 59 años. Con el tiempo, su obra singularísima ha sido objeto de una revalorización crítica, e incluso la edición del Festival Internacional de Cine de San Sebastián de 2011 le consagró una retrospectiva íntegra a este cineasta “capaz de moverse con intransferible personalidad entre la alegría y la desesperación, entre la musicalidad y el desencanto”, como expresó el crítico francés Jean-Marc Lalanne en Cahiers du Cinéma, quien resumió:

“El pequeño milagro del cine de Jacques Demy es haber sabido encarnar este imaginario de la vida como un teatro que se convierte en prisión en una forma específicamente cinematográfica, con una gran coherencia formal hasta en sus películas menos logradas, encontrando siempre un punto de coalescencia en el que la frivolidad y la desesperación no dejan de aunarse. Nadie mejor que él ha sabido crear un universo enteramente bifronte, en el que las dos caras se confunden, lo real y el artificio, el paraíso y el infierno y, como tan hermosamente lo describía Camille Taboulay: la calabaza y la carroza”.

 

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En la memoria de los cinéfilos, Roland tendrá que separarse de una Lola inalcanzable; Guy y Geneviève no dejarán de reencontrarse una y otra vez bajo la nieve en el garaje de las afueras de Cherburgo, mientras al ritmo de la música contagiosa de Legrand, la pelirroja Solange y la blonda Delphine cantan: “Hermanas gemelas somos, bajo Géminis nacimos… mi fa sol la mi re… re mi fa sol sol sol re do…”.

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