Isla Patrimonial
1 de febrero de 2023
|
Magda Resik Aguirre
|
Cuba, Cultura, El Abra, Isla de la Juventud, José Martí, Patrimonio, Presidio Modelo
Fotos: Magda Resik Aguirre
Si se está en la Isla de la Juventud hay lugares de obligada visita como el antiguo Presidio Modelo donde tantos patriotas sufrieron prisión: desde Pablo de la Torriente Brau hasta Fidel Castro y los jóvenes de la generación del centenario del Apóstol José Martí quienes asaltaron el Cuartel Moncada en 1953. Ellos estuvieron presos en este penal, vivieron en el exilio y desembarcaron luego por playa Las Coloradas.
El pabellón donde aislaron a Fidel y a Raúl sobrevive al paso del tiempo. Desde la Sierra Maestra no olvidaron a los reos de la tiranía batistiana que permanecían en el encierro. En una carta, el líder de la Revolución promete liberarlos al triunfo. Aquellos 22 meses en el Reclusorio para Hombres de la Isla de Pinos quedó grabado en su memoria.
Con la tenue luz de una vela alumbró durante noches la escritura velada con zumo de limón – para evitar la censura de los carceleros – del texto definitivo de “La Historia me absolverá.”
De igual modo dedicó horas a la lectura. Se bebió la obra de José Martí, el inspirador. “Porque solo el estudio nos hace comprender mejor, ser más útiles a la patria, más humanos a nuestros semejantes -escribió.”
Soñó aquí, largamente, con un futuro posible para Cuba: “Siempre me alentó y me ayudó a superar aquellas horas, la fe en el triunfo”, confesaría más tarde confiado en su destino.
Llegamos a la la finca El Abra, en la Isla de la Juventud. Conquista al viajero el paisaje del inmenso llano y al fondo las montañas que en 1870 ayudaron seguramente en su sanación al joven José Martí.
A la entrada de la casona, la imagen en bronce de su rostro, a modo de cabeza tallada, nos habla de su escultor sin siquiera comprobar la firma grabada en el metal: Sicre (Juan José), el mismo que ideó la efigie de la Plaza de la Revolución en La Habana; el que inspiró a Anna Hyatt, la artista estadounidense, para modelar las líneas faciales del conjunto escultórico que se levanta en el Parque Central de Nueva York,
cuya réplica fue emplazada en La Habana por iniciativa de Eusebio Leal Spengler, el 28 de enero de 2018.
Nos adentramos en el inmueble donde residió el Apóstol para recuperarse de las terribles desolladuras que sufrió en presidio, sobre todo a causa de los grilletes que debió arrastrar. Y justo a mano derecha, al traspasar el umbral de la primera habitación, nos sobrecoge la cama donde descansó y se repuso de las heridas del cuerpo y el alma.
Fue José María Sardá, noble catalán, quien le ofreció albergue en este sitio tranquilo y apartado, hasta que el 18 de diciembre de 1870 salió de allí Martí para cumplir su destierro a causa de las ideas independentistas.
La esposa de Sardá, Trinidad Valdés, lo prohijó y le curó con esmero de lo que el propio Apóstol describió después como “aquellas aberturas purulentas, aquellos miembros estrujados, aquella mezcla de sangre y polvo, de materia y fango”.
Martí definió como “día amargo” ese en el cual su padre Mariano logró verle en las canteras donde estaba condenado a realizar trabajos forzados: “yo procuraba ocultarle las grietas de mi cuerpo, y él colocarme unas almohadillas de mi madre para evitar el roce de los grillos…”.
Entonces le escribió a Leonor al dorso de la fotografía que se tomó en la cárcel, las palabras propias del hijo dolido en el sufrimiento de quien lo trajo al mundo: “Mírame madre, y por tu amor no llores: / Si esclavo de mi edad y mis doctrinas / Tu mártir corazón llené de espinas, /Piensa que nacen entre espinas flores.”
En la mesita de noche de la habitación todavía reposa la lámpara con la cual debió alumbrarse en las noches. En una vitrina se preserva la sábana con hermosos bordados y deshilados que sirvió para vestir el camastro. Contra la pared un discreto armario de buena madera. Y la ventana a través de la cual debe haber contemplado por más de sesenta días el deslumbrante paisaje pinero.
Con devoción por Cuba y sabiéndose pronto lejos de su patria, seguramente registró en su memoria los olores de la campiña, los azules del cielo y el verdor de las palmas.
Las mismas palmas reales que había echado de menos su poeta admirado, José María Heredia, cuando las sobreimpuso al paisaje de las cataratas del Niágara, desde el destierro: “Las palmas ¡ay! las palmas deliciosas,/ Que en las llanuras de mi ardiente patria / Nacen del sol a la sonrisa, y crecen, / Y al soplo de las brisas del Océano, / Bajo un cielo purísimo se mecen.”
18 de noviembre de 2024
|
Ciudades En Red, Cuba, Cultura, Oficina del Historiador de La Habana, Patrimonio
En la mañana de este lunes fue inaugurada la Asamblea General de la Red de Historiadores y Conservadores de las Ciudades Patrimoniales de Cuba, en la sede del Plan Maestro de la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana
Continuar Leyendo >>