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Eusebio Leal: “Mi patria es donde luche y no solamente donde nazca”

18 de diciembre de 2017

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Por: Sheyla Delgado Guerra di Silvestrelli

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Hay algo muy sutil y muy hondo en volverse a mirar el camino
andado… El camino en donde, sin dejar huella, se dejó la vida
entera.
Dulce María Loynaz

 

Después de Fidel, quizás uno de los intelectuales más enfocados – en las últimas décadas – por el lente mediático y “buscado” en Cuba por la prensa, sea mi interlocutor de ahora.

Encanta con la palabra, penetra con su inteligencia. Es un sembrador en el corazón adoquinado de una ciudad. Casi siempre se le ve vestido de gris o de oscuro, si se mira por fuera. A quien le mira dentro, le quema el (cont)acto de la luz que le (re)viste el alma.

Es la sexta vez que lo tengo frente a mí y parece la primera. A un hombre como él quisieras hacerle mil y una preguntas, y al mismo tiempo no sabrías por dónde empezar, porque una cosa es escuchar la historia de un tiempo o de una urbe contada por él y otra, bien distinta, es entrar en el mundo y en la historia – contada en primera persona – de Eusebio Leal Spengler.

Usé entonces el pretexto y honores de un gran evento para encontrar las respuestas a la altura de un sexto piso en la Lonja del Comercio, para conocer al hombre que habita epidermis adentro, para llevar su sensibilidad y grandeza al lienzo, el único que tengo: el de las palabras y el sentimiento. Pero, sobre todo, con la avidez de dilucidar el misterio de un escritor que escribe libros para ser escuchados; libros impresos en la memoria, en el oído y hasta en el viento.

 

¿Cómo (y cuándo) llegó el primer libro a las manos de Eusebio?

Los primeros libros fueron un descubrimiento casi arqueológico. Mi mamá era sirvienta en casa de una familia de la clase media. Cuando iban todos los años de vacaciones, mi mamá se hacía cargo de la casa y me llevaba con ella. Yo era muy pequeño (…) y era una casa muy bonita, en la calle San Lázaro. Subíamos por una escalera de servicio de la casa porque el resto estaba cerrado con llave. Entrábamos en el universo, mi mamá abría las ventanas superiores, comenzaba a limpiar y había ciertos lugares a los que no entrábamos, pero en la habitación de los niños ellos habían expresamente autorizado que yo podía jugar con sus cosas.

Había un mueble extraño (…) en una esquina. Detrás de ese pequeño armario descubrí un león, un tiraflechas y el arco, y con eso me entretuve algunos días. Pero había una puerta misteriosa que nunca se abría y, desobedeciendo a mi mama, abrí la puerta y me encontré cuatro grandes libreros – de arriba abajo – solo con libros infantiles. Ahí estaban Robinson Crusoe, Edgar Allan Poe, Alejandro Dumas, Julio Verne; estaba una colección que se llamaba El tesoro de la juventud. Y a partir de ahí lo fascinante eran las ilustraciones. Había muchos libros de cuentos con cromos. Y entonces esos son los primeros libros.

Como vivía en la calle Hospital entre Salud y Jesús Peregrino, la escuela quedaba muy cerca de Carlos III, de la calle Castillejo, La Lomita y la biblioteca de la Sociedad Económica. Ya yendo a la escuela, en primaria fui a la biblioteca y me recibieron con la mayor amabilidad del mundo. Ese edificio, para mí, es entrañable, con sus enormes medallones dorados como monedas antiguas de Carlos III, el busto de Gertrudis Gómez de Avellaneda a la entrada, un jardín con una fuente y, al final, la pequeña escalera que ascendía a la biblioteca infantil.

Allí, también, los primeros libros… y, a partir de esos primeros libros, comenzó el mundo. Ahí sí aparecieron los grandes autores, apareció El Conde de Montecristo y todas esas obras maravillosas de la literatura. Por ahí fue el camino.

 

¿Qué espacio ha ocupado y ocupa hoy en su vida la lectura? ¿Hábito, pasión, necesidad?

Los libros casi me sacan de mi casa. Entre el año pasado y el antepasado doné la mitad de mi biblioteca al Colegio Universitario San Gerónimo y a la biblioteca de Arquitectura de la Oficina del Historiador. Entre ambos conjuntos forman un aproximado de 8 000 libros.

Sin embargo, ayer meditaba que era necesario sacar de mi cuarto cuatro o seis libros que se habían ido acumulando al lado, en una mesita. En la mesa de comer en este momento hay como doce o catorce, subiendo la escalera hay varios y tengo que meditar si debo incorporarlos al librero o devolverlos o entregarlos a la biblioteca que fundé. ¿Por qué? Porque ya no tendría tiempo de leer, ahora lo que hago son consultas: leo, consulto y siempre estoy leyendo un libro… Voy terminando ese y tomo otro, tomo otro… pero ya no hay tiempo material – contando días, meses y años – para leer. Entonces, lo demás es una especie de recreación hedonista en los libros. Por eso hay parte de los libreros que ya están vacíos.

 

Un close-up al Eusebio intelectual con huella indeleble en las Ciencias Sociales – de hecho, Premio Nacional en este acápite – y al Eusebio escritor, más allá de la palabra escrita…

Hay una escuela en Cuba que a veces resulta como que no está de moda: la oratoria pública. Cuando alguien irrumpe en ese ámbito, resulta que causa una especie de sorpresa, en algunos casos hasta inquietud porque jamás he leído nada. Sin embargo, siempre estudio y me preparo con la gran tribulación de que – en último momento – la emoción de la palabra me prive de decir algo que era fundamental.

Estudio siempre, hasta un momento, no soy de los que están detrás de la puerta esperando leer el último párrafo para el examen. La noche anterior ya doy por terminado el asunto y digo que lo que no está en mi cabeza, ya no está. Lo otro lo reservo a lo que sabe el espíritu.

Cuando dicto cartas, por ejemplo, trato de que nunca sean iguales, aunque sea para dar respuestas administrativas. Algunas han sido tan originales que han causado escándalo ciertas respuestas… Te diría que trato de hacer eso. Igual que al dedicar libros. Me abstengo de hacer dedicatorias parecidas, tienen que ser siempre creativas; salvo cuando alguna persona me trae un libro que no he escrito y me pone en un compromiso. Me dice: “no, es solo porque quiero tener un recuerdo de usted”, entonces solamente firmaría una página. Pero, de ninguna manera, obra que no sea mía.

¿Las obras mías?  Las que recogió la memoria. Por ejemplo, mi biógrafa Magda Resik ha estado semanas transcribiendo unas palabras mías que dije en determinado escenario muy importante. Y lógicamente, muy pocas personas tienen como ella la capacidad de poder editar a un orador y no a un escritor. Porque a veces la idea se repite y se retoma; porque una cosa es mirando los ojos al público, tratando de ejercer una obra persuasiva sobre las conciencias, y otra es sentar razonablemente. Entre otras cosas, porque no utilizo computadora. Hace dos años y medio abandoné el teléfono celular y no quiero oír hablar de él. Por lo tanto, estoy desconectado de esa realidad tecnológica. La admiro. Claro, he tenido la suerte de que otros me buscan las noticias… Pero por lo general, todo es lo que conserva mi memoria, las fichas. Todavía ahora puedo separar un trabajo que debo dictar sobre un tema histórico y decir: “búsquenme en el libro tal, tal cosa, búsquenme en la obra tal o más cual o aquello que leí, o vamos a sacar el exergo de tal lado, de acuerdo con la conceptualización de la idea.

 

Cuando le anunciaron que la 27 edición de la Feria Internacional del Libro estaría dedicada a la personalidad del doctor Eusebio Leal Spengler… ¿qué sentimientos lo habitaron?  ¿Cuál fue la reacción al conocer tan merecida noticia?

Mira, los honores ni se piden, ni se pueden rechazar. Sería un acto de vanidad. Lo segundo, no se me ocurriría decir: “no lo merezco”, porque sería desconsiderar el tribunal.

Me sorprendió muchísimo y me emocionó mucho. Se lo dije sinceramente a Juanito (presidente del Instituto Cubano del Libro) y sinceramente a Edel. Me emocionó mucho por una sencilla razón: porque durante varios años sé que mi causa fue presentada y mi vida se ha dedicado a la preservación de las fuentes: archivos, bibliotecas… Por ejemplo, la fototeca de la Oficina del Historiador tiene hoy 1 500 000. Bibliotecas son varias. En la histórica, de Francisco González del Valle que era de Emilio Roig, a mí me fueron entregados cien libros; hoy hay miles, pero además libros muy valiosos. El Archivo Histórico tenía solamente las Actas Capitulares. Durante los momentos más difíciles adquirimos por donación cientos, miles de documentos. También, adquiriéndolos económicamente.

Pero no se fundó solo esa biblioteca. Fundé la Alfonso Reyes, de la Casa de México; la Vicentina Antuña (…) en lo que es hoy la Dante Alighieri; la biblioteca de Arquitectura, dedicada a los arquitectos ilustres Mario Coyula y Fernando Salinas; la Biblioteca Bolivariana, por citarte algunas…

Entonces conservar el patrimonio nacional conllevaba un acto de memoria histórica, un acto de cultura, compartido por mí –modestamente– con colaboradores míos que están y que no están, y sobre todo con mis predecesores.

Mi causa fue presentada ahí a veces y siempre alguien me dijo: “la votación no permitió que fueras el Premio de Literatura”. Y el Premio de Ciencias Sociales me agradó mucho, me alegró mucho. Deseo el premio y me alegro, porque es el premio a una obra, no a una persona. Sobre todo por la razón de que con todo cariño me lo dieron cuando casi todo el mundo pensaba que me moría. Como no me podía ir sin ese pergamino, el jurado –conmovido– me lo otorgó. Pero me alegro, porque he vivido para verlo. Y voy a vivir para poder presentarme, modestamente y con mis modestos libros en la Feria del Libro, y trataré de estar en todos los lugares que pueda…

Mi gratitud es eterna para el Instituto, para Juanito, para Edel, para el ministro Abel y, desde luego, para el jurado, formado por personas respetables y maravillosas; todas las cuales me agasajaron el día de la noticia, con el mayor entusiasmo y afecto.

 

La Historia en general y La Habana en particular han absorto casi la mayor parte de su vida. ¿Podría decirse que es una relación de amor-necesidad y de oxígeno-amor? De cara al aniversario 500 de la fundación de esta urbe, en medio de lo que usted ha llamado un “movimiento perpetuo de acciones” por esta Ciudad Maravilla,  ¿en qué radica, para el doctor Eusebio Leal, la Maravilla de La Habana?

Siempre fue maravillosa para mí: La Habana que conocí, La Habana que cambió, La Habana actual. La Habana en su esplendor, en sus pequeñeces. La Habana en sus zonas oscuras, redimidas; La Habana en sus zonas oscuras, no redimidas. La Habana en sus zonas deterioradas y que se reconstruye, como un acto de amor y, desde luego, de recursos materiales. No olvidemos que la restauración requiere dinero, dinero y más dinero… y ¿hasta qué punto el país puede disponer de lo que se requiere? Es el peor momento para desear lo que no se puede. El peor momento. Pero si todos ponemos un poco de nuestra parte, se logrará.

Cuando veo que personas adquieren una casa y la restauran bien, me alegro. No cuando veo que van surgiendo arrabales dentro de la ciudad y que, al parecer, nadie se da cuenta de que va surgiendo una arquitectura de la necesidad, mal orientada, porque bien orientada podría ser modesta pero bella. La Habana tuvo siempre barrios más sencillos (…), pero cuando veo esa arrabalización que surge, veo la ciudad en peligro y veo que es más fácil a veces demoler que reconstruir. Me alarmo muchísimo.

Yo nací en un solar en Centro Habana, por tanto sé los encantos de la vida de una comunidad… ordenada. El lugar en que yo nací – Hospital 660 – era un lugar muy humilde, donde solamente teníamos una habitación, no teníamos baño ni cocina; sin embargo, reinaba un orden, reinaba una disciplina…

Esas son las cosas del pasado que hay que recuperar: ese sentido de la honradez y la decencia que viene desde los más humildes y que no admite ese desprecio con que a veces, en un ómnibus, sube una mujer con un niño y no hay uno que se levante. En ese pasado – por tantas razones, ominoso;  por tantas razones, digno – resulta ser que te montabas en una guagua y se levantaban todos los hombres, como una especie de danza…

Esa es (también) La Habana… La Habana del cine, La Habana de los teatros, La Habana de los parques y jardines, La Habana de los monumentos y estatuas. Qué dolor restaurar un monumento ahora y que de pronto vengan con un graffiti (que lo hacen además con un material nuevo que penetra en el mármol abierto y hay que devastar un milímetro) y que después que termines, vuelvan de nuevo.

O un monumento satanizado porque se considera del pasado. Bueno, figúrate qué habría pensado Lenin de todo eso cuando le encargó a Krupskaya, a Lunacharsky y a Dzerzhinsky que cuidaran los monumentos de Rusia, y los preservaran de los movimientos telúricos que supone una revolución verdadera.

Hay que cuidar el ornato de la ciudad, su limpieza, su decoro. ¿Cómo es posible salir a la calle en camiseta? (…) La Habana es una capital, no una aldea. Y una capital de una gran nación: Cuba. Esa es La Habana.

 

Usted es mucho más que el Historiador de esta ciudad; del mismo modo en que Habana Radio es la voz del patrimonio, Eusebio Leal es voz y patrimonio de gran parte de nuestra Historia. Su gestión denota que La Habana tiene mucho de usted, ¿cuánto tiene de La Habana, entonces, Leal Spengler? 

Todo. Independientemente de que con el tiempo me hice más universal, por tanto más ecuménico. (…) Si me nombran mañana Historiador en Baracoa – después que se me pase el susto – me sentiré baracoano, como si me nombran en Santiago, en Camagüey, Gibara o en Pinar del Río.

Mi Patria es donde luche y no solamente donde nazca.

Yo creo que eso es así, además he aprendido que en mujeres, en temas de cultura, en temas de amistad, no se puede hacer nunca comparaciones. Que cada cosa tiene su encanto, que cada cosa es diferente, que cada cosa es singular.

Santiago es distinto a Ciego de Ávila. Por suerte Ciego de Ávila es diferente a Camagüey, siendo el mismo gran territorio agramontino que va desde un río a otro. Son identidades. Una cosa es la división político-administrativa y otra cosa es la Historia, otra cosa es la Cultura.

¿Cómo imaginar de otra manera a Cuba? Es una unión de identidades. Y La Habana es igual. Cuando yo nací, eran 48 barrios. Me recreo cuando entro por las calles destruidas del Cerro, buscando la antigua Sociedad del Pilar, buscando todo aquel barrio que conocí porque ahí estaba la escuela donde mi mamá era conserje.

Pero Centro Habana… ¿tú quieres algo más imaginativo, más bonito? Donde el eclecticismo floreció de una manera increíble: pájaros en las fachadas, atlantes que sostienen balcones, cariátides que cargan columnas. Eso es lo increíble. La ciudad de las columnas de Carpentier… pasear por los portales, entrar protegiéndote del agua, del Sol, conversando… (La maravilla de) La Habana.

 

Como acérrimo defensor que es de la cultura, de la identidad, de la nación, quisiera conocer su percepción sobre la tríada historia-literatura-cultura… ¿Cuán clave es esa sinergia para la defensa de una nación en general y, en especial, para la defensa de la memoria, el patrimonio y la identidad de Cuba hoy?

Son las escamas del pez, las escamas metálicas acorazadas del caballero. Para defenderte debes tener una coraza y la cultura es la coraza. Pero no es una coraza que te priva del diálogo; cuando estás entre amigos, entre hermanos, naciones, personas, instituciones, te quitas la coraza pero tienes el alma.

Tienes entonces la música, la poesía, la literatura, las expresiones del arte – antiguo, moderno, contemporáneo –, la arquitectura, los “decires” populares, la identidad de cada cual.

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Cuando tú recorres la Isla de Cuba, desde Pinar del Río hasta Oriente, vas viendo cómo el idioma va oscilando y se va convirtiendo en un discurso unitario, donde las palabras adquieren un significado a veces diferente, sutil, poético. En Oriente se le llama pluma, aquí le llamamos llave, por ejemplo. Y tú vas recorriendo el camino y vas teniendo esos rasgos… y todo eso, un cosmos, es identidad.

Dentro de la América, las Antillas forman una identidad. Y junto a ellas, el Caribe, que tiene otras raíces pero se unen armónicamente a partir de una historia común de sufrimiento, de creación, de expectativa, de sueños de libertad, de armonía. Y, desde luego, siempre hemos querido ser América, independientemente de que somos insulares y, como tales, vivimos siempre al lado de la orilla del mar.

Nosotros tenemos que ver el mar. Cuando entras en una ciudad de Cuba la gente sueña con el mar. Ver el mar. Es muy importante para nosotros. Tú paseas por el Malecón por la noche y tienes el mar. Porque del mar llegó todo. El homo cubensis no existe. El hombre cubano, el ser humano cubano se formó de emigraciones, cada una trajo su identidad. Vinieron por las islas un día los pueblos aborígenes, con todos sus sueños, su mística, su visión de la creación del mundo, del océano.

Atrás llegaron los que venían de Europa. Atrás llegaron los que venían de África diversa, con sus sueños también, con su arrebatada libertad, con su deseo de identificar cada árbol, cada criatura, cada pájaro; su mística propia. Atrás llegaron los del país del loto, como decía Dulce María (…), se fueron reuniendo en este mediterráneo y formando eso que somos los cubanos: una mulatez que nace del espíritu y no solo de la sangre. La sangre llama, pero la cultura determina.

 

Febrero de 2018 no solo trae el mayor evento cultural del país, sino un momento definitorio – un ejercicio de democracia – con unas elecciones generales en las que faltarán nombres clave de la generación histórica… ¿Expectativas, desafíos que vislumbra perentorios para nuestra nación?

Está en manos (la nación), complejamente, de la nueva generación y de las generaciones que han coincidido con la histórica o que están ya inmersas en la realidad cubana. La validez del legado está en su capacidad de administrarlo. La validez del legado está en comprender cuáles han sido los elementos clave por los que hemos luchado, soñado, padecido, vivido, muerto y resucitado. Quiere decir: la soberanía nacional, la integridad de Cuba, el derecho a la integridad de la nación, el derecho a la libre determinación, el derecho a la prosperidad – que es muy importante –, el derecho a ir hacia delante que es, en definitiva, el destino de todo pueblo y de toda generación.

Si la que nos precedió – y el legado que nosotros ayudamos a acumular – se ha transmitido, eso es lo más importante. No como quien cree en una consigna o lo cree un dogma, no sea que ocurra como aquel general del imperio que – herido de muerte – dijo estas palabras: “decidle al emperador que me presento ante la posteridad con las manos vacías”.

Ni la generación histórica encabezada por Fidel, ni la mía, se presentan a la posteridad con las manos vacías. Algo hemos depositado. Ahora, lo demás es cuestión de ustedes.

 

Eusebio y Fidel, en la cercanía, en la cultura… ¿se atrevería a retratar en palabras al Fidel intelectual? ¿Cómo sería entonces ese retrato?

En aquel Congreso de la UNEAC, memorable, en medio de la gran posibilidad de un enfrentamiento mortal con nuestro adversario, él dijo: “lo primero que tenemos que salvar es la cultura, porque es la que va a preservar a la nación, es la que hará surgir hasta un Ave Fénix de una montaña de cenizas”. Esa es la cultura: un Ave Fénix.

Él creyó firmemente en eso y, para eso, afirmó categóricamente la cultura – porque la tenía – y las ideas, porque las defendía y las supo defender, a tal punto que como dice la canción de Raúl Torres, que es tan bella, “no hay un solo altar sin una luz por ti”, pero también dice que ahí delante va “lentamente sin jinete, un caballo para ti”. Ese es el legado: que ni la muerte cree que ha muerto. El legado es haber sabido trascender, sin necesidad de estatuas ni monumentos, ni de tratar de forzar o empalagar con su memoria. Ni de crear una religión de su memoria. Fidel era (es) un hombre de ideas. Y es imposible borrarlo del tiempo histórico que le tocó vivir, y será imposible borrarlo de la historia de América y del mundo.

 

Si Eusebio Leal fuera un libro, ¿qué título tendría, cuál sería el prólogo que escribiría a manera de fe escrita sobre cómo desea que lo recuerden las nuevas generaciones de cubanas y cubanos? 

Tu pregunta es la más difícil del mundo. Figúrese, qué quisiera ser yo, qué acto de vanidad tan grande imaginarme que escribiría un libro que fuera trascendente. Qué exergo podría colocar en ese libro, ¿qué exergo? Pues mira, francamente, no lo sé.

Y la mejor respuesta se asiló entonces en un silencio fecundo, un silencio suscitado por la voz interior de una modestia que se resiste a ver la altura de su nombre. Que se empecina a ver, con ojos propios, la estatura de su obra… ya en los libros escritos para ser leídos – que son los menos –, ya en la agradecible colección de libros que ha recitado para que los escuche el tiempo.

Le adiviné una sonrisa en la mirada, tras compartirle ese amor tan suyo por esta ciudad que le regalé en una Balada pasajera para un romance eterno. Y es que, en materia de mujeres, hay una que le sacude el pavimento, le persigue en cada esquina, le erige mil monumentos. Una que le delinque – con reincidencia febril – las horas de sueño, lo devuelve a los libros para que le reinvente piropos. Una que se le ha tatuado en 500 rincones y es exergo en el libro de sus desvelos: La Habana, le dicen, La Habana de Eusebio.

Ese es el escritor que late en el interior del hombre para quien el hábito de lectura debe ser un compromiso de “inducción temprana”, como el “juguete primero” en la más verde infancia. El escritor que, por falta de tiempo – dice – ha debido limitarse a “recoger lo que digo o a dictar lo que hago”. En todo caso, qué fortuna la de lectores y oyentes.

Un disparador de futuro con las balas de gloria de un pasado ineludible, el más Leal de los guardianes de su historia, el Quijote acorazado de fe y con más fe después de la coraza y el alma, que encara a los molinos del salitre y el desequilibrio de muros roídos por el tiempo.“Siempre vigilante”, pronto al reencuentro.

Desde hace mucho la posteridad le agradece por las manos repletas. Le agradece la sobrevida. Y el pulseo constante con los almanaques para que, con cada piedra restituida, se le devuelva a cada muro la dignidad, como quien restaura un sueño. Arqueólogo de la cultura misma, arquitecto del futuro mejor que merecemos. Pausada la palabra y desenvainado el criterio, me devuelve entonces la mirada con un optimismo que se dibuja en verso. Solo habría espacio ahora para una Dulce María que evoca a “medirle el amor” (de todos) a Eusebio: “con una cinta de acero: Una punta en la montaña. La otra… ¡Clávala en el viento!”.

 

(Tomado de Cubaliteraria)

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