En ese sitio de obligado encuentro
31 de enero de 2019
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Son numerosos los espacios que, con el paso de los siglos, han quedado en la memoria de la otrora villa de San Cristóbal de La Habana.
El Malecón es, indiscutiblemente, uno de esos escenarios, que le ha otorgado a la ciudad un especial sello más allá de sus fronteras.
Los escritores y artistas han dejado, en sus obras, sus testimonios sobre esa serpenteante avenida que se extiende por varios kilómetros a la orilla del mar.
Son quizás los poetas quienes, con mayor empeño, han cantado en sus versos a ese Malecón que es sitio de obligado encuentro en las calurosas noches capitalinas.
He aquí una selección de esos poemas inspirados en el Malecón habanero, donde es fácil descubrir infinitas historias, remembranzas, vivencias, memorias…
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En el muro del Malecón
Mi alma es una gran bahía
Fayad Jamís
El mar, de un azul nervioso,
toca el alma emocionada
y nos lleva la mirada
a un horizonte brumoso.
Como un gigante en reposo
se ve un buque soñoliento,
y un bote, con cargamento
de bullicio y falsas prisas,
deja una estela de risas
que se alarga por el viento.
Pescadores por placer
atisban las aguas quietas
y forman rápidas grietas
sus anzuelos al caer.
A otros se les puede ver
enarbolando un chinchorro,
y mientras un breve corro
mira la pesca lograda
del sol la postrer mirada
enciende el faro del Morro.
Olas violentas, sumisas,
se acercan, como si fueran
hombros de agua que trajeran
una carga de sonrisas.
A distancias imprecisas
se ven barcos navegar,
y aquí, siguiendo un andar
de incitaciones con faldas,
hay muchos ojos de espaldas
a la belleza del mar.
José Irene Valdés
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Encima del Malecón
Encima del Malecón vive mi padrino
La enorme bahía de La Habana lo protege
sus puertas se abren a mis ojos
Dentro
los animales aguardan mi conducta
otros hombres también muestran sus cuentas
El canto aún no ha comenzado
La Habana entera vive la inercia de las horas
Yo no me oculto
y vivo todo.
Teresa Fornaris
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Paseo del Malecón
(fragmento)
Recobro los remansos de mi mente
al ver que mi sustancia memoriosa
se reduce y se va cristalizando.
Salir de las arenas y sus fuegos
y sentarse a la sombra de la Ceiba.
Es el tiempo que pasa y me erosiona
que divide en fragmentos desdeñosos
los mejores momentos de mi vida.
Los años se mastican en silencio.
Contemplo las sin par constelaciones.
Esquemas arbitrarios de los cielos
se alinean perfilando unas figuras
que los griegos llamaron zodiacales.
La soledad del ser imaginante
traza líneas de exacta arquitectura
al formar con estrella un bestiario.
Estos signos de bestias y de dioses
son las doce entidades de los ojos
que el espíritu impone a los espacios
sin fronteras ni límites soñados.
Las parejas de amantes me entretienen
con sus cosas que son las mismas cosas
que molieron mis padres y los padres
de mis padres en claros plenilunios.
El amor es más viejo que los templos
pero siempre sorprende y arrebata.
A buscar el amor y su alto imperio.
A buscarlo en las eras de locura
de sonido y de furia saturadas.
Oscar Hurtado
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