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El novio eterno de La Habana

5 de junio de 2017

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Por: Katheryn Felipe

Foto: Alexis Rodríguez

Foto: Alexis Rodríguez

 

Según diría el escritor argentino Jorge Luis Borges de la suya propia, Eusebio Leal Spengler cree que su vida se iguala en pobreza y en riqueza a la de Dios y a la de todos los hombres. Encarna a uno de los seres humanos más brillantes que ha parido Cuba y dice que es hijo de su tiempo y como hijo de su tiempo, guarda una montaña de recuerdos.

Los mismos recuerdos que hacen que recordar sea “tal vez el mayor privilegio de nuestra especie”. Los que le recuerdan cómo llegó a ser doctor en Ciencias Históricas de la Universidad de La Habana. Los que explican su formación autodidacta y todos los títulos honoríficos que le han dado después de los 60. “Mi última actividad escolar fue en el último grado de la primaria. Como tuve una adolescencia y juventud azarosas, fui bachiller y universitario a través de exámenes”, rememora el también especialista en Arqueología.

Los recuerdos que impiden que olvide que cuanto ha tenido ha sido bien habido. Los que grabaron su posgrado en Italia, su máster en Estudios sobre América Latina, el Caribe y Cuba, y sus responsabilidades como diputado del Parlamento cubano, embajador de Buena Voluntad de la Organización de la Naciones Unidas o director del Museo de la Ciudad de La Habana.

Los recuerdos que lo vieron asumir las obras de restauración del antiguo Palacio de los Capitanes Generales, el Gobierno de la Ciudad, la Fortaleza de San Carlos de La Cabaña y el Castillo de los Tres Reyes del Morro. Los que permitieron que las antiguas murallas y el sistema de fortificaciones para la defensa de La Habana fueran inscritos en el índice del Patrimonio Mundial de la Humanidad.

Los recuerdos que lo convirtieron en historiador de La Habana, encargado de la red de Oficinas del Historiador y Conservador de las ciudades patrimoniales de Cuba y presidente de Honor de la Sociedad Económica de Amigos del País. Los que lo vieron escribir una decena de libros, ensayos, prólogos y artículos sobre historia, arte, restauración, y otros temas. Los que lo hicieron tener excelentes relaciones con importantes personalidades, organizaciones e instituciones educacionales, culturales y científicas del planeta.

 

La restauración de la Habana Vieja, encaminada por el historiador de la ciudad, ha exigido decisiones osadas. Foto: Archivo

 

Al referirse al desarrollo del turismo como fenómeno no solamente económico, sino cultural, Leal – que siempre habla como un padre le habla a un hijo, con voz clara y pausada –, afirma que cuando un pueblo pierde la memoria, lo ha perdido todo. De ahí la importancia de la restauración, de no pasar por alto que solo con voluntad puede lograrse algo, de entender que en un hotel, “desde el camarero hasta la recepcionista, proyectan hacia afuera una imagen que no es solo su imagen, sino la del país”.

De acuerdo con el Historiador: “Ningún proceso de desarrollo que prescinda de la cultura puede prosperar. Lo que más me impresiona de la Isla, particularmente de La Habana y de su Centro Histórico, y de la red de ciudades patrimoniales, es el caudal acumulado de patrimonio de memoria y de piedras, tradiciones, que son uno de los elementos más interesantes para la opción Cuba en el campo turístico”.

Dicho de otro modo, lo más significativo es “ese movimiento humano que viene de todas partes para escoger no solamente paraísos circunstanciales, arenas preciosas, lugares de la naturaleza que ver y preservar, sino también un diálogo directo con los cubanos y con su creación, especialmente con La Habana, que un gran periodista norteamericano llamó la Roma Americana”.

Visto que en el 2019 La Habana cumplirá 500 años de fundada, indica el discípulo de Emilio Roig, su medio milenio la sitúa entre las primeras ciudades fundadas por los europeos en el Nuevo Mundo, y en Cuba solamente precedida por ciudades como la Asunción de Baracoa o San Salvador de Bayamo, que son patrimonios nacionales. Además, sucede a las fundadas en La Española, donde el propio Cristóbal Colón, de manera simbólica, construyó el primer asentamiento hispano en las Antillas con las ruinas de su nave.

Aunque le encanta hablar de lo que se hace por el cuidado de Cienfuegos, Sancti Spíritus, Camagüey, Bayamo, Santiago de Cuba y Baracoa, el sabio Leal sobre todo piensa en La Habana, en los años que se necesitan para demostrar que lo más valioso, atractivo de la Isla, junto a la naturaleza, son sus bellas ciudades y particularmente “la misteriosa, prohibida, a veces, por mucho tiempo, inaccesible, Habana, que todo el que la descubre queda prendado de ella, no solo por su conjunto arquitectónico, sino porque es un estado de ánimo”.

 

El Malecón constituye el más grande sofá que no se ha construido en la ciudad. Foto: Jose M. Correa

El Malecón constituye el más grande sofá que no se ha construido en la ciudad. Foto: Jose M. Correa

 

Según palabras del experto, “la cultura cubana ha mostrado un sentido precursor muy grande. Hubo precursores y precursoras que lucharon para lograr inscribir al patrimonio nacional cubano en el universal. Es impresionante que una isla tan pequeña tenga tantos sitios del Patrimonio Mundial bajo protección. Ahí se encuentra La Habana, que es una especie de plataforma que se proyecta sobre el puerto, un lugar hermoso que se abre como un canal o una bolsa”.

No hay cosa más bella, asegura el decano del Colegio de San Gerónimo, que ver que las personas pueden prácticamente dialogar con quienes van en la cubierta de un crucero cuando llega a La Habana, como en una especie de entrada a Estambul; o que, como “Cuba es una isla, que flota en el mar como un barco, si salimos en la noche al Malecón veremos a los cubanos de frente al mar, sentados en el más grande sofá que nunca se ha construido, en un diván donde cantan, hablan, toman, porque todo siempre vino del mar, los indígenas, los españoles, etc.”.

 

–Pero, ¿cómo surgió la idea de repensar La Habana para hacerla mejorar?

–Tengo que decir, con franqueza, que cuando comenzamos a trabajar pocas personas creían en lo que queríamos hacer. Yo era un guía del Ministerio de Turismo y me llamaban y me decían: “Va a llegar un barco con un grupo de pensionados alemanes; otro día, un importante visitante que se hospedará en tal hotel, y es necesario que usted los guíe”. Me preparé para hablarle a cada cual y tratar de conquistarle el corazón, que es lo que debe hacer un guía. En nombre de eso, trabajé con todos los guías, que formaron la escuela cubana, establecidos en un hotel precioso que está en el corazón de La Habana Vieja, el Sevilla. De allí, salíamos a recorrer ese valle de interesantes ruinas que era la parte antigua de La Habana. Yo veía, como muchos de ellos veían también que, poniéndose las manos sobre todo aquello, podría cambiarse.

«Comprendí que no era posible en una ciudad habitada realizar un proceso de transformación sin hacer, al mismo tiempo, un proyecto social. Así nacieron escuelas de oficios; nacieron infinitos puestos de trabajo. Existían entonces solo algunos hoteles muy prestigiosos, como el Inglaterra, el más antiguo de La Habana, que eran como llamas vivas de atracción, que se consideraban pasadas.

No obstante, había que tener una fe casi religiosa, y yo la tengo, para lograr que la restauración fuera posible sin que todo fueran hoteles. Si el encargo que me hicieron hubiera sido hacer de La Habana Disneylandia, hubiera sido fácil. Hacer un pequeño pueblito latinoamericano urbano, hubiera sido fácil. Lo difícil era integrar la escuela, la casa, la comunidad; volver a traer a la gente al árbol bajo el que se fundó la ciudad y decirle: “Una vez más, desde aquí, surgirá el renacimiento de la ciudad”.

«Hoy nos abrimos paso ante una inmensa multitud de personas de todas partes del mundo que vienen a La Habana. El 90 % de los que viajan a Cuba quieren conocer la capital y cuando llegan notan que lo más interesante de la ciudad, además de sus edificios, es su gente. Pueden entrar y salir a cualquier hora de la noche, ir y venir, sin que esto no sea la visión lírica de una ciudad viva.

 

El contacto con la gente es uno de los mayores tesoros que le brinda la urbe a los turistas. Foto: Cortesía del Mintur

El contacto con la gente es uno de los mayores tesoros que le brinda la urbe a los turistas. Foto: Cortesía del Mintur

 

“Cuando vas a La Habana Vieja ves un montón de grúas-torre levantando los antiguos hoteles donde vivieron artistas, escritores, boxeadores, cineastas, novelistas, poetas, de todos los tiempos. Ves un montón de nuevas obras y, junta ellas, las personas van desarrollando también un proyecto interesantísimo de vida, que fue resultado de un proceso muy complicado. Poner de acuerdo a muchas personas siempre es tremendo. Muchos fundan, pero pocos perseveran. Lo importante es perseverar. Esa fue nuestra doctrina salvadora y así logramos que los hoteles convivan con el teatro, la escuela, la casa”.

 

–¿Cuándo comenzó a concretarse profundamente la restauración de La Habana?

–En 1995, Fidel, siempre recordado con gratitud por mí, me invitó a acompañarlo a Cartagena de Indias, una hermosa y hermana ciudad de La Habana, que formó parte también de un mar español, absolutamente resguardado por los grandes ingenieros militares italianos que, al servicio de la corona española, fortificaron Veracruz, Portobello, Cartagena, La Habana.

“Mientras sobrevolábamos el territorio colombiano el Comandante en Jefe me preguntó qué podíamos hacer por La Habana, donde en 1967 habían iniciado los trabajos en la Plaza de Armas. Le dije: ‘Consolide el principio de autoridad y elabore un plan maestro, que permita prever lo que está pasando hoy, lo que pasará mañana, pasado y más allá de nosotros. No permita que esto se convierta en ley muerta, sino en conciencia pública’.

 

La Habana llegará en el 2019 a sus 500 años de fundada. Foto: Jose M. Correa

La Habana llegará en el 2019 a sus 500 años de fundada. Foto: Jose M. Correa

 

“Hubo que tomar decisiones osadas. El hotel Gran Manzana, por ejemplo, recién abierto, se alza encima del lugar donde apareció la Muralla, tal como la arqueología lo determinó. A la entrada de la Plaza de La Catedral está también enterrada la Muralla y al lado, el Palacio del Arzobispo. Cuando hubo que desbaratar esa calle se dejó un camino aledaño abierto para que el Arzobispo pudiera entrar a su residencia. Aquel arrabal ruinoso se convirtió de pronto en la ciudad bella, y lo más bello es que está habitada por familias enteras. Esas mismas familias se han integrado a nuestro proyecto de desarrollo, le han puesto coraje y se ha producido un movimiento que hace de La Habana un mejor lugar.

“La Plaza Vieja, por ejemplo, era un aparcamiento de automóviles y tuvo que ser destruida para poder reconstruirse. Pero había una escuela, con 500 estudiantes de enseñanza primaria, que no podían soportar el ruido que se hacía durante la ejecución de la obra. Lo previsto fue hacer una implosión en un solo día, pero eso hubiera afectado las casas de los vecinos. Hubo que hacerlo a mano y eso provocó más ruido. En aquel momento le propuse a la directora de la escuela colocar un aula en cada edificio restaurado, mientras se arreglaba la Plaza. El ruido monstruoso fue lo que hizo que surgieran ese tipo de aulas, que aún hoy se mantienen. De ahí que cada turista que pasa puede ver a los niños en sus aulas, decirles: ‘Qué tal, cómo están’, y seguir caminando”.

 

–¿Qué lo ha mantenido por tanto tiempo delante de esa extensa obra?

–El amor. Hay que enamorarse. Yo digo que tengo una novia perenne, que se llama La Habana. Francamente no me han faltado otras – sonríe –, pero mi matrimonio real es con Cuba y con La Habana. Ese matrimonio es perpetuo. La vida entera se la he dedicado. Construí un personaje, que usa una especie de uniforme, de camisa azul, los siete días de la semana.

“Algo que siempre me tiene encantado es mi relación con las personas. Voy por la calle y una señora me dice un secretico, otra me expresa: ‘gracias por lo que ha hecho por la ciudad’, y otro que viene sudoroso me da un abrazo. A partir de ese diálogo permanente es que es posible caminar tranquilamente y ver cómo las cosas florecen y se levantan.

“Sin embargo, si Napoleón decía que para ganar una guerra hacía falta dinero, dinero y más dinero, también hacen falta liderazgo, voluntad y perseverancia. Eso me ha costado caro porque el personaje del que hablé no me deja vivir. No me deja vida privada. No me deja tiempo libre. Un día decidí pedirle perdón a mis cuatro hijos, que están dispersos por el mundo, porque les he dedicado poco tiempo. Una pasión me quitó el tiempo de la vida. Pero me han perdonado y regresan siempre buscando a su papá.

“No llevo agenda porque se corre el riesgo de perder todo cuanto se escriba en ella. A mí cada viernes en la tarde me entregan un papel que es como una hoja de ruta, con mis obligaciones, y hago protestas por eso. Trato de buscar raticos en el día donde pueda hacer lo que yo quiero, pero es dificilísimo, casi imposible.

 

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“Es muy bueno poder ser Eusebio Leal en la mañana, el director al mediodía, el historiador en la tarde y el papá a alguna hora del día. La peor parte es cuando me dicen abuelo y entiendo que el tiempo pasó y pasó, como decía José Martí. Lo cierto es que me hice viejo y esa es una tragedia insufrible, sobre todo cuando el alma es joven. Hay hombres oveja, que están acostumbrados al bastón del pastor, pero yo no, yo he tenido siempre dentro de mí a un joven rebelde, un hombre leal a La Habana.

“Para mí la utopía es el sueño de hacer las cosas más bellas para todos, una torre de marfil que debe levantarse sobre una base económica, para no convertirse en fantasía. Realizar un proyecto turístico, un proyecto que mueva a las personas a conocer Cuba debe siempre invitar a conocer La Habana en profundidad, a ir más allá de los escenarios académicos, a los mercados, a los cementerios, para ver cómo la gente actúa, cómo se mueve, cómo piensa. La Habana cumplirá 500 años y ese día, si estoy todavía al pie del árbol, también los cumpliré yo. Yo represento a una multitud. Eusebio Leal es el seudónimo de una locura que se llama Cuba.

 

(Tomado de Granma Internacional)

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