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Con Humberto Solás, diez años después (II)

18 de septiembre de 2018

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Humberto Solás ofrendó Miel para Oshún (2001), el primer filme digital cubano que no solo tuvo su prueba de fuego en el mercado de la Berlinale, sino que significó el regreso a la pantalla grande del notorio realizador. Era la renuncia a esos espectaculares frescos históricos de Cecilia o El Siglo de las Luces en provecho de una cinta de bajo presupuesto, con un equipo técnico y artístico reducido al mínimo. En esta road movie, el protagonista, un joven llevado forzosamente a los Estados Unidos cuando niño, recorre la isla con otros dos personajes en busca de su madre y de sus raíces, una temática que toca a muchos en Cuba.

Con el espíritu documental de esta película, en aras de procurar enfatizar la posibilidad estética que perseguía, Solás retornó a un cine que realizó treinta y cinco años atrás y con el que inició su carrera. El creador sintió que volvía a esa época, en primer lugar, porque trabajaba con no actores en su mayoría, y, en segundo lugar, por el uso de la cámara en mano, que no permite composiciones muy elaboradas. «Comprobé que era un camino adecuado, sobre todo para restituirle al cine cubano su legitimidad, el regreso a un cine absolutamente nacional –declaró– sin interferencias ni concesiones, que rescatara de alguna forma las intenciones que tenía nuestra cinematografía a finales de los años ochenta».

Solás confesó haber realizado la película que quiso con toda la independencia del mundo, «por cada dólar o euro que ahorraba de su presupuesto, ganaba esa misma suma en libertad de creación, si entendemos como libertad de creación darle una continuidad al cine cubano dentro de sus bases fundamentales y no dentro de un espíritu de sobrevivencia, en el cual hay que agradecer extremadamente el aporte de las coproducciones que en algunos casos debilitaron o limitaron la expresión de un proyecto de cine genuinamente nacional». El trabajo de cámara en mano evocaba al excepcional director de fotografía Jorge Herrera y las imágenes de Manuela y Lucía.

Animado por la experiencia, fundó el Festival Internacional de Cine Pobre de Gibara y retomaría en el 2005, el formato digital para Barrio Cuba, obra coral en la que visita locaciones habaneras vírgenes para una cámara de cine, muy alejadas de la idílica Habana Vieja remodelada o con las estructuras a flor de piel y sin atisbar siquiera el consabido malecón.  Era la segunda parte de una trilogía, lamentablemente inconclusa, llamada «del pueblo», una suerte de declaración de amor a la gente de Cuba, que incluía también la que no logró filmar. «Son cintas en las que pretendo dar una imagen honesta, sincera, del temperamento del cubano. He querido evitar la chabacanería de la que se ha abusado en algunos títulos de la producción cinematográfica de los últimos años. He procurado hacer un elogio al pueblo cubano, a su capacidad de resistencia, a su voluntad, a su tesón, a su lucha por la felicidad en un marco histórico extremadamente difícil como es el Período Especial y los años que le han sucedido».

 

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Bárbaro Humberto Solás Borrego, nacido aquel día de Santa Bárbara, desapareció físicamente el 17 de septiembre del 2008, hace ya una década. Su legado a la historia del cine cubano perdura.

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