Augusto Blanca nos incita a soñar a toda costa
27 de noviembre de 2017
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Entre los recuerdos más imperecederos que conservo figura aquella noche en el patio de la Casa Natal de El Mayor, en Camagüey cuando tuve el privilegio de admirar la magistral puesta en escena por Teatrova de “Los zapaticos de rosa”, de nuestro José Martí. La conjunción de talentos lograda por la actriz María Eugenia García y el trovador Augusto Blanca era mágica. Carlos E. León, devenido un cronista del Movimiento de la Nueva Trova, a cuyo núcleo fundacional perteneció como cantante y compositor, además de desempeñarse como guionista y director de algunos de sus primeros espectáculos, al cabo de tres décadas no permite rememorar esa experiencia a través de este documental Soñar a toda costa, con un título que adquiere la connotación de una declaración de principios. Porque se remonta a esos días en que al niño Agustico en su natal Banes le llegaron todas las vocaciones de sopetón: la música, la plástica y el teatro. Si en aquel pequeño retablo bautizado “La aurora” era su propio autor, actor y público, según confiesa a la cámara, aprendió la música en los traganíqueles mucho antes de que transformara un closet de su casa en un singular estudio de grabaciones. Una decisión señaló un antes y un después en su vida: viajar a Santiago de Cuba.
El documental entonces se convierte en una suerte de road movie que sigue el itinerario del novel cantautor, deseoso de estudiar escenografía y quien no tuvo otra alternativa al principio que integrar una orquesta juvenil, además de atravesar toda una odisea para ingresar en la escuela de artes. Para ser aceptado en la plaza de escenógrafo en el Conjunto Dramático de Oriente por el muy exigente teatrista porteño Adolfo Gutkin, tuvo que ejercer como aprendiz de tramoyista, elaborador de atrezzo y luminotécnico. Dos grandes actores, Héctor Echemendía y Enrique Molina, fueron testigos y compañeros de aventuras en esta etapa. La tentación de la música se imponía y mucho más cuando recibió el impacto del Trío Matamoros, cuyos integrantes lo adoptaron como una «mascota trovadoresca», mientras le permitían interpretar las canciones de un supuesto amigo.
Entre las entrevistas incluidas en esta coproducción del ICAIC con los Estudios Ojalá, que intentan definir la impronta de Augusto Blanca, la de Silvio Rodríguez es precisa. Bastó que Noel Nicola le enviara un cassette que por una cara contenía canciones del camagüeyano Miguel Escalona —al que Carlos León consagró su documental precedente, El último bohemio—, y por el otro de Augusto, que le maravillaron por recoger tantos aspectos de la vida del interior de la isla. Silvio califica como ninguna otra, y se refiere a su poética tan personalísima como sus puntos de vista y, en especial la mirada de este autor de canciones antológicas e incomparables, capaz incluso de poner música y voz a una singular “Misa trovera del abandonado”, original del poeta y doctor Jesús Lozada, para terminar diciendo: “Es un gran narrador de historias y de universos”.
Así como soy, Donde habita el corazón, Nos queda su canción, El último bohemio y ahora Soñar no cuesta nada, confirman esa perenne vocación de Carlos E. León de dejar testimonio sobre el quehacer de ese grupo de trovadores que marcaron toda una época por su cohesión en la diversidad. Al registro audiovisual de las andanzas de este trovador banense contribuyeron el fotógrafo Rafael Solís, la editora Kenia Velázquez, y el diseño de banda sonora a cargo de Ricardo Pérez (Tato).
La première del documental se efectuó en la noche del 22 de noviembre en un concurrido cine 23 y 12, donde fue inaugurada la exposición “Fugas raras, flores, esperpentos” que reúne un total de diecinueve obras plásticas del autor de “Caminito de la playa”. A continuación, interpretó una decena de canciones de su repertorio, acompañado unas veces por Dayron Ortega, otras por Pepe Ordaz, así como la interpretación del clásico “Longina” a dúo con Vicente Feliú, y dos números junto a Corina Mestre, muy aplaudidos por el público.
Aclamemos este nuevo aporte con igual entusiasmo con el que lo hemos hecho antes con las canciones de Augusto, el hombre de las poblinas, sea ese “Regalo No. 1”, junto a la inmensa Miriam Ramos, la “Soñar a toda costa” en compañía de la actriz Corina Mestre, su compinche en los tiempos de Teatro Estudio, “El tercer deseo”, que comparte a dos voces con Silvio Rodríguez, o las que ejecuta con Pepe Ordaz o Vicente Feliú a lo largo de estos cincuenta minutos que parecen no transcurrir gracias a la feliz comunión de tantos fervientes soñadores.
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