55 años… y no pudieron
10 de enero de 2014
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Por Arleen Rodríguez Derivet / Tomado de Juventud Rebelde
Todo ocurrió a solo unos metros del neurálgico paradero de Playa, en naves que alguna vez cobijaron un taller de reparación de ómnibus y donde ahora el arte gobierna los espacios hasta desbordarse generoso hacia las calles de un barrio, El Romerillo, que, por su humilde origen y su escasa urbanidad, suele verse como la antítesis de Miramar, su elegante vecino.
En la esquina de 120 y 7ma., se abría el Kcho Estudio Romerillo Laboratorio para el Arte en la noche del 8 de enero de 2014, para «celebrar la entrada triunfal de Fidel a La Habana hace 55 años», según la carta del anfitrión a los más de 200 asistentes, entre amigos, colegas y periodistas.
Sobre las 9 de la noche, Kcho pidió a sus invitados salir a la calle para develar la tarja, pero demoraba en hacerlo. Hasta que por la esquina de la Avenida 9na. aparecieron las primeras señales de un visitante, seguramente inesperado para casi todo el mundo, excepto para el propio artista.
«Es Fidel, es Fidel», se oía decir en medio de los respetuosos forcejeos de algunos por alcanzar una perspectiva visual que confirmara el rumor. Después solo se escuchó el Himno Nacional y un breve fragmento grabado de las palabras del líder de la Revolución aquella noche de hace 55 años: «… es un momento decisivo de nuestra historia. La tiranía ha sido derrocada. La alegría es inmensa. Sin embargo, queda mucho por hacer todavía. No nos engañemos creyendo que en lo adelante todo será fácil, quizá en lo adelante todo será más difícil». Tras la alocución, Kcho y Eusebio Leal develaban la tarja que consigna el acontecimiento.
Posiblemente a la misma hora en que logró llegar a la tribuna de la liberada Columbia 55 años atrás, esta vez Fidel entró al taller de Kcho, asistió a su apertura oficial y luego, apoyado en un bastón y en el brazo de su terapeuta, caminó hasta la sala de arte Martha Machado, donde la exposición Lam, eres imprescindible permanecerá hasta marzo.
Desde allí, sentado en una butaca, saludó con visible alegría a Eusebio Leal, Abel Prieto, Homero Acosta, Rafael Bernal, Miguel Barnet, los generales Samuel Rodiles Planas y Álvaro López Miera, entre otros invitados y dialogó animadamente con casi todos, interrogando unas veces, comentando otras, siempre en un tono bajo, solo al alcance del interlocutor del momento.
Más de una vez habló con interés sobre el acto por los 55 años de la Revolución celebrado durante la tarde en Venezuela. Y más de una vez elogió la programación de Telesur, cuyos periodistas considera entre los mejores del mundo.
Vestía un sencillo conjunto deportivo de chaqueta oscura con una bufanda verde olivo al cuello y calzaba zapatillas negras. En las manos los espejuelos, al parecer todavía innecesarios, cuando tomó de improviso la libreta de notas de la periodista Aleyda Piñero Meneses para evaluar su letra y comentar que quizá tuvo maestros menos exigentes que quienes le enseñaron caligrafía a él.
Del equipo de colaboradores directos de Kcho, llamó la atención sobre el hecho de que todas son mujeres, a lo que el artista replicó que son el soporte de toda su obra. Y en el diálogo con los generales de las FAR, les comentó la demanda de Julio Camacho Aguilera, que ya va a cumplir 90 años, y de su esposa Gina, para que les haga el prólogo de un libro que escribieron ambos. «Yo no sé de donde sacan ustedes tanto tiempo…», decía, cuando Kcho le preguntó sus impresiones del lugar. «Si te digo lo que pienso te vas a echar a perder… porque lo que pienso es muy bueno», aseguró sonriendo.
«Es un día muy especial —dijo Kcho— y es muy especial que usted esté un día así en un barrio cubano como El Romerillo». Fidel respondió con una de sus legendarias reflexiones: «…lo importante es qué vamos a hacer dentro de cien años. Si la gente pudiera al menos estar informada de todos los problemas del mundo en que vive…».
«Yo antes leía muchos cables, recordó Fidel, ahora lo que más leo son artículos que llegan por Internet, Rebelión y otros sitios, hay sitios argentinos muy buenos. Hay sitios del mundo entero, algunos tienen un perfil político ambivalente, pero hay que pensar también en lo que les imponen las direcciones a sus periodistas.
Temas como las epidemias que debido a la interconexión del mundo contemporáneo pueden llegar a causar hoy más muertes que las guerras —el caso de la influenza— o el espionaje norteamericano a sus propios aliados, que es un verdadero escándalo mundial, estuvieron en el centro del diálogo. Fidel llamó la atención sobre el hecho de que los yanquis no han espiado a los ingleses. «Ellos colaboran, son de la misma familia». Y temen a China «por sus poderes productivos y su condición de prestamista».
Para ese momento, tanto Fidel como Kcho habían entrado a La Nave, espacio para el arte contemporáneo, según se le identifica, donde ahora está la exposición El Pensador, del propio artista. Allí Kcho explicó el plan de transformación del barrio, que ya convirtió basurales inmensos en parques con canchas deportivas, cabinas telefónicas y otros medios de servicio comunitario. Uno de los parques lleva el nombre de Hugo Chávez y otro se llama Ismaelillo. El próximo y esperanzador paso es transformar positivamente la arteria principal del Romerillo, la hoy intransitable calle 120, por donde se mueve cada día cerca de un cuarto de millón de personas. En cuanto a La Nave, en momentos difíciles, como puede ser en temporada de ciclones, podría servir como refugio: «un espacio para la vida», dijo Kcho ante una advertencia de Fidel sobre el poder de los meteoros en esta zona cercana al litoral.
Casi en la despedida, Danylo Sirio, presidente del ICRT, le saludó confirmando que ya le había enviado copia de la prestigiosa serie de televisión Duaba y Fidel se extendió en relación con la adaptación de temas históricos, comentando sobre el filme sobre Toussaint Loverture, en el que parecen haberle impresionado las caracterizaciones, tanto de Loverture como de Petion. Y se preguntó sobre Bolívar, a quien le hicieron tantas trampas, cobrándole hasta su muerte, el precio de su liderazgo rebelde. «A nosotros también —dijo con un brillo de combatiente victorioso en la mirada—… 55 años, pero no pudieron».
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