Casa de las Américas evoca a Chávez: El poder de la resurrección
27 de marzo de 2013
| |“Había que empujar el viento, había que empujar el sol…” y cuando supo que su nombre podía convertirse en un mito, quiso destruir la leyenda porque Venezuela no necesitaba un mito: “le hace falta un pueblo”. Con sus propias palabras presagiando el futuro y las confesiones sobre la herencia de los abuelos revolucionarios, la prisión como una etapa necesaria y el posterior ascenso al poder para que los sueños llegaran como la lluvia, inició en Casa de las Américas un encuentro evocador del Comandante Hugo Chávez Frías.
La voz del fundador de la República Bolivariana de Venezuela, inundó la Sala Ernesto Guevara de tan reconocida institución cultural latinoamericana, al entonar el himno de su patria junto al inmenso coro de pueblo que le sigue acompañando.
La muerte privó a esa nación de su máximo líder y – en opinión de Roberto Fernández Retamar, presidente de la Casa -, a toda Nuestra América del principal artífice de su unidad. “Cuando se cumplen veinte días de la desaparición física de Chávez” la Casa quiso ir más lejos en su gratitud al benefactor de los nuevos tiempos que vive hoy este continente, al hombre que desde muy joven estableció una relación especial con el legado de Simón Bolívar.
A Bolívar no le fue dada la culminación de su sueño pues los obstáculos a remontar rebasaban las posibilidades de la generación iniciadora de las gestas independentistas, al decir de Aurelio Alonso, filósofo y sociólogo, y segundo orador en el homenaje realizado al pie del simbólico Árbol de la vida que preside las ceremonias más significativas en la Casa de las Américas. Entonces “sobraban las ambiciones de poder, las contiendas sectarias y el caudillismo”.
Y se sucedieron según Alonso, los avatares de la historia continental, con las antiguas colonias a merced de otras apetencias imperiales y la presencia cada vez más avasalladora de los Estados Unidos. Muchos se inmolaron por la causa emancipadora, en obstinada persistencia durante dos siglos, como José Martí lo hizo por Cuba. Un siglo después, Fidel Castro transformó la desunión en un haz apretado de pueblo que ha sobrevivido al aislamiento, al bloqueo, al hostigamiento.
A fines del siglo XX -aseguró Alonso – “los aires de resistencia se convirtieron en un vendaval cuando Chávez se enfrentó en 1992 al gobierno oligárquico y entreguista” en Venezuela. Con su elección el 6 de diciembre de 1998 como presidente de esa nación, “abrió una ruta inédita y sin retorno para el pueblo venezolano” y selló el cambio para Latinoamérica. “Rompió la inercia política impuesta por los partidos tradicionales” y demostró que sí se podía gobernar desde la izquierda y en apego a la constitución, gracias al liderazgo del mandatario más legitimado de la historia, en un empeño social integrador donde la libertad se subordina al principio de la igualdad.
El gobierno chavista propaló un cambio de la correlación de fuerzas en Latinoamérica con ejemplos claros como la revitalización del MERCOSUR y el ingreso de Venezuela a ese organismo concertador; la consecución de la UNASUR y el más abarcador e integrador mecanismo para América Latina y el Caribe, la CELAC.
Para Alonso, Chávez posee otro mérito indiscutible, el haberle devuelto en catorce años al pueblo venezolano la dignidad que le había sido usurpada por siglos y el pueblo sabio, en gratitud, como afirmara Fidel Castro, lo eleva hoy a la estatura del Libertador Simón Bolívar.
Por su parte, Eusebio Leal Spengler, tercer y último orador de la tarde de lunes, recordó su primer encuentro con Chávez en el Ateneo de Caracas, tras una conferencia impartida por el Historiador de la Ciudad de La Habana sobre José Martí. Lo llamó Maisanta para asombro del entonces joven revolucionario y de inmediato se entabló una conversación animada sobre Cuba, a la cual soñaba visitar.
En abril de 1994, se produjo el viaje de Chávez a La Habana para impartir algunas conferencias en esta ciudad invitado por la Casa Simón Bolívar del Centro Histórico. Del avión comercial que se desvió sorpresivamente hacia el área de protocolo donde los esperaba Fidel para un primer encuentro, descendió un hombre delgado, enfundado en su ropa de trabajo, cuyo compañero de viajes y resistencias llevaba un pequeño maletín como único equipaje. Al final de ese diálogo inicial – confesó Leal – el líder cubano levantó las manos y en su gestualidad se leía claramente el mensaje a su equipo de trabajo: estamos ante alguien importante.
Leal revisitó las distintas ocasiones en las cuales Hugo Chávez recorrió el Centro Histórico de La Habana y el especial instante en que develó la estatua consagrada a Francisco de Miranda en las inmediaciones del antiguo Castillo de San Salvador de La Punta; para luego referirse a un elemento que le uniera profundamente al Comandante venezolano: la religiosidad y su conocimiento de las corrientes más avanzadas del pensamiento cristiano. Largas charlas sostuvieron sobre la desacralización de la conquista y colonización de América por el Padre Bartolomé de Las Casas y por Fray Antonio de Montesinos; sobre los misioneros jesuíticos y sobre quienes intentaron realizar la utopía de la evangelización a fuerza de sangre y fuego.
Conversaron Chávez y Leal acerca del Padre Pablo Vizcardo, José María Morelos, Félix Varela, Camilo Torres, Monseñor Arnulfo Romero asesinado entre el altar y el pueblo… y todos aquellos hombres del cristianismo latinoamericano convencidos de la urgencia de “poner la mano en el corazón adolorido del pueblo”; todos símbolos de una visión ecuménica de lo religioso, en su pluralidad y singularidad americanas.
“Chávez unió su fe, profundamente, a la esperanza del pueblo venezolano – enfatizó Leal -, y esa fe se manifestó rebelada contra el sistema de opresión religiosa que asumía un sector de la Iglesia”.
En los minutos finales de su intervención, el Historiador hizo públicas por primera vez sus remembranzas sobre el último encuentro que sostuviera con el presidente venezolano en La Habana, cuando le entregó su propia Biblia encuadernada en rojo en presencia de Fidel, quien aseguró: son dos cristianos que se encuentran. Leal recibió el escapulario del abuelo Maisanta con la petición de Chávez de que fuera restaurado y cuando regresó a devolverle la pieza rescatada, se tomaron de las manos y rezaron juntos.
“Me di cuenta de que él como ser humano – dijo Leal -, sentía lo mismo que Jesucristo sintió en el Huerto de los Olivos aquella noche ardua o en el Monte Tabor. Era lógico que sintiera el temor y yo también lo sentí, me lo transmitió. Pero también creo que tenía la convicción del valor regenerador del dolor y aunque él conservaba la esperanza absoluta de la vida como se la había pedido apasionada y dramáticamente al Santo Cristo de La Grita, tomando las manos de sus padres y de su hermano; él se daba cuenta de que en su caso – hombre de fe – la muerte sería ingresar en otro estado y que nuestras lágrimas serían lágrimas humanas, necesarias… un duelo que duraría horas y días y quizás sentiríamos por mucho tiempo, pero que después nos acompañaría como a él la firme esperanza; aquella que tuvo políticamente Evita Perón a la que él tanto admiraba, cuando ante el pueblo reunido – ya herida de muerte – dijo: regresaré en millones.
“Yo creo que en millones él ha regresado. Cristo, a quien estuvo aferrado según los últimos partes: el comandante Chávez está aferrado a Cristo. Fue un abrazo definitivo y un abrazo convencido del poder de la resurrección de las ideas y del espíritu. De no ser así, la muerte, como exclamó Martí, sería una mascarada bárbara”.
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