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Bicentenario de Andrés Poey

14 de febrero de 2025

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Este sábado, 15 de febrero, es un día señalado para la ciencia cubana, pues en igual fecha de 1825 nació en La Habana Andrés Faustino Poey Aguirre, precursor de nuestra meteorología científica. Algunas publicaciones fijan su natalicio el 15 de noviembre, reproduciendo de manera mecánica un error anterior. La verdad está en el libro de bautismos de la iglesia del Santo Ángel Custodio, fuente primaria donde consta que nació el 15 de febrero y que a los once días de edad recibió el primer sacramento.

Sus padres fueron Felipe Poey —célebre naturalista— y María de Jesús Aguirre, quienes le propiciaron la sólida formación escolar de sus primeros años de vida, transcurridos entre Francia y La Habana. Vuelto a Cuba en 1845, Andrés se inclinó hacia la arqueología, la zoología y la geografía; sin embargo, fue en la meteorología tropical donde el talento del joven brilló de manera notable. Su primera publicación en la materia se titula “Meteoros luminosos”, impresa en el tomo segundo de El Artista, una revista que él mismo redactaba con textos de los más notables intelectuales y científicos cubanos de mediados del siglo XIX.

Entre las investigaciones de Andrés Poey se destacan su bibliografía y cronología de 400 ciclones tropicales del océano Atlántico; un ensayo de ordenación sistemática de los fenómenos meteorológicos; una propuesta de clasificación de las nubes; y decenas de observaciones y estudios sobre electricidad atmosférica, polarización de la luz, clima y agricultura, auroras polares, y estrellas fugaces.

Con todo, su mayor contribución a la ciencia cubana fue proyectar, fundar y dirigir un observatorio costeado con dineros del gobierno, lo que permite considerarlo el primer centro meteorológico de carácter oficial en nuestro territorio. El Observatorio Físico-Meteorológico de La Habana —establecido en 1861—, fue una concesión arrancada a las autoridades españolas por un grupo de cubanos ilustrados, miembros de la Sociedad Económica de Amigos del País, quienes vindicaron ante el mundo la capacidad de pensar y actuar con independencia, demostrando que un amplio movimiento científico e intelectual se había consolidado en el territorio insular que España mantenía como colonia, solo por la fuerza, mientras se encendía el fuego forjador de la Nación.

Poey fue miembro de instituciones y organizaciones científicas cubanas y extranjeras: fundador de la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana; miembro de la Sociedad Meteorológica de Francia; Socio Correspondiente de la Academia de Ciencias y Bellas Artes de Dijón; miembro de la Comisión Científica francesa a México; de la Sociedad Entomológica de New York y de otras que omitimos para no hacer prolija la relación. Lamentablemente, gran parte de su bibliografía activa se halla dispersa en revistas extranjeras, y nunca se difundió en Cuba.

Olvidado en su patria mientras su saber se encomiaba en Europa y Norteamérica, le tocó vivir un tiempo donde la ciencia, la educación y la cultura no eran materia de valor social para las autoridades del País. Radicado en los suburbios de París, y embargado por la decepción, se apartó de las ciencias naturales y se enfocó en la filosofía positivista del francés Auguste Comte. Sus últimas obras, “Crisis. Un mundo que se transforma” y “La paz mundial”, nos revelan el pesimismo de un intelectual enfrentado a la política y el contexto socioeconómico imperantes en Europa y América en medio de la transición de los siglos XIX al XX.

El sabio cubano terminó su vida malviviendo en un pequeño desván donde un día le hallaron muerto. Sin familiares ni allegados, fue inhumado en una fosa común del cementerio local de Vincennes, donde sus restos se perdieron para siempre. Andrés Poey vivió 94 años; y en ocasión de su bicentenario, nos corresponde como compatriotas vindicar su obra científica y hacer que su memoria se enaltezca como merece.

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