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Cumplir con la patria

22 de julio de 2013

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Con gran emoción y compromiso con el futuro de la patria Ramiro Sánchez, uno de los asaltantes al Cuartel Carlos Manuel de Céspedes, recuerda aquellos sucesos. Como aseguró “fuimos fieles al juramento que le hicimos al Apóstol de cumplir en el momento en que se nos convocara”.

 


¿Cómo se involucra en las acciones del 26 de julio?
Yo me había vinculado a la ortodoxia y por mediación de un compañero que era dirigente en aquel momento de la ortodoxia  me vinculo a ellos, y el 10 de marzo salgo hacia Palacio a vivir toda esa etapa de insurrección.
Mi casa, producto de que mi hermana era, en aquella etapa era estudiante de artes plásticas, ya yo había estado en algunas huelgas que se habían hecho en el gobierno de Prío en la Escuela de San Alejandro, donde participo con una serie de compañeros. A partir de ahí ya me vinculo a lo que es la Universidad, a la Escuela de Ciencias Sociales, y como en el mes de noviembre del 52, el compañero Gerardo, que vivía en la misma barriada mía, allí en la calle Villegas, me planteó si yo estaba dispuesto a participar en una cosa seria y muy organizada que se estaba haciendo. A partir de ahí ya conozco la existencia de Fidel, Abel, Boris Luis, nos veíamos a menudo, y con otros compañeros como Gildo Fleitas, Alcalde, que estaban en la dirección de aquel movimiento.
Era un soldado de primera fila muy bueno, participaba en todo y esa fue una de las razones por las que tuviera el privilegio de que me seleccionaran. Participé en muchas prácticas que se hicieron en distintas fincas. Dimos muchos círculos de estudio sobre Martí, hacíamos grandes caminatas: la misma preparación que después Fidel hizo con los compañeros del Granma en México, pues la preparación física, la cuestión de conciencia que era estudiar mucho a Martí y el tiro eran cosas fundamentales.
Y en junio yo renuncio a mi trabajo en la Independent Electric con el propósito de obtener ese dinero para poder comprar un arma y unos zapatos carmelitas porque nosotros fuimos vestidos con ropa del Ejército. Participé en algunas otras cosas, llevando telas para casa de Melba, la mamá de Melba que creó un taller de costura allí donde las compañeras que estaban allí confeccionaban los uniformes. Y ese vínculo era prácticamente diario, yo vivía para eso. Estábamos constantemente esperando la hora cero. Habíamos hecho un compromiso, nos habíamos ido allá a la calle de Paula a hacer un juramento en la casa de nuestro Apóstol: “en cualquier momento que se nos llamara íbamos a cumplir”. Y efectivamente, ya en junio, después de la renuncia, ese mes completo  junio y los días de julio fueron dedicados completamente a la actividad. Mi familia muy preocupada que por qué yo había renunciado, enseguida se enteraron, entonces, pues, les planteé que me iba a Varadero a trabajar en un hotel. Los engañé, tuve que decir una mentira, la única que creo he dicho en mi vida.
Cogimos el tren central. Ya en el tren me doy cuenta que no vamos solos porque pude conocer a Raúl, que aunque no había tenido una actividad muy constante en las prácticas, porque había estado fuera de Cuba, pues lo vi venir en el tren y le dije a Rolando: “para allá no vamos solos, va un grupo de compañeros”, nosotros sabíamos que iba a ser la acción, pero no teníamos detalles.
Llegamos a Bayamo muy temprano en la mañana, serían las 6-7 de la mañana, no puedo precisar, y a los 15 o 20 minutos llegó Gerardo en un jeep, y nos recogió. Nos llevó a un campamento provisiona que teníamos allí: el Gran Casino, que era una especie de posada, un albergue que había allí, que estaba alquilado con la misma fachada como granja de pollos.
Además se hizo una cosa muy interesante que fue los mapas de todo el cuartel, que lo pude ver ya en la mañana y pude saber cuáles eran los objetivos, o sea, que nosotros íbamos a atacar ese cuartel de Bayamo, y que en Santiago de Cuba, otro grupo numeroso iba a atacar, el cuartel Moncada.
Ahí participaron compañeros muy valiosos, como está Ñico López, que después vino en el Granma, Darío López, Agustín Díaz Cartaya, autor del Himno del 26 de julio, que era de una cédula de Marianao. Sobre las 8 de la noche pasó Fidel por ahí a dar las orientaciones. Después supe que se había acordado que era a las 5 y 15 de la mañana y ya en la noche empezamos a vestirnos. Nos vestimos todos de militar y a las 5 y 15 salimos hacia el cuartel.
Realmente los compañeros teníamos gran desespero por la acción, deseos de hacer algo, de combatir a Batista, por las cosas que había hecho: anulado nuestra Constitución del 40, se había impuesto por la fuerza y con los antecedentes criminales que ya traía, rompió las esperanzas de unas elecciones. Entonces se decidió hacer aquella acción. Supimos luego por los campesinos de los alrededores, que allí los gritos de “abajo Batista”, “que muera el tirano”, se oían lejos.
De los 25 compañeros que participaron asesinaron a 14, que fueron los que se quedaron en el pueblo, caminando, buscando la forma de irse. Pero nosotros caminamos y fuimos a caer a una finca “El Almirante” que está muy cerca de allí, y el compañero de la finca que había estado con Guiteras, ayudándolo cuando su intento de tomar San Luis nos prestó mucha ayuda. Estuvimos caminando durante alrededor de días y en septiembre vine en un tren para La Habana y me mantuve en la clandestinidad durante un periodo. Al hacerse la amnistía ya me hago público y participé en algunas organizaciones que estaban conspirando en aquel momento allá, precisamente allí en la Habana Vieja, en la calle Obra Pía. Después estuve detenido en una oportunidad, me localizaron en una guagua, me llevaron al departamento de investigaciones que tenían ahí en la calle Reina, y de ahí volví a la clandestinidad, con contacto con los compañeros en distintos lugares, hasta el triunfo de la Revolución.

 
Muchas han sido las valoraciones sobre estas acciones de los asaltos al cuartel Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, y se dice que, aunque fueron reveses militares, constituyeron victorias políticas. ¿En aquel momento lo concientizaron ustedes de esa misma manera?
Realmente nosotros considerábamos que había que hacer algo, que había que iniciar algo. No podíamos valorarlo de esa forma porque, primero, no teníamos el nivel, el conocimiento que hoy tenemos, de la experiencia de haberlo vivido, pero sabíamos que había que hacer algo. En la misma historia nosotros sabíamos que una vez Céspedes tuvo que liberar a sus esclavos y empezar una guerra.  Que después vino Yara y la Protesta de Baraguá. Estábamos influenciados con todas aquellas cosas de nuestra juventud, que realmente era una generación que nos habíamos dedicado a eso, a estudiar y a la protesta, y una de las cosas fundamentales que es cosa de Villena que “hace falta una carga para matar bribones”, nosotros sabíamos que había que hacer algo, y que eso tenía que ser en un momento y nos tocaba a nosotros hacerlo, empezar.

 

Usted ha sido una de esas personalidades en la historia privilegiadas por poder ver la obra de la Revolución y poder ver aquello por lo que un día muchos jóvenes, de los más valiosos de la sociedad cubana dieron sus vidas. ¿Cree que la pérdida de la vida de esos jóvenes valió la pena?
Es triste, porque fueron miles los jóvenes que de una u otra forma, en aquel momento fueron asesinados. Uno lo recuerda con tristeza y cada cosa que uno hace hoy, pues la hace pensando que está cumpliendo con ellos, que el gran compromiso son ellos.

 
Entonces ¿puede afirmar que si tuviera que volver a hacerlo, lo haría?
Claro que sí, para lograr lo que tenemos, lo haría con los ojos cerrados. Si sabiendo que era esto lo que se buscaba y convencido de que esto lo que tenemos y que… lo haría miles de veces.

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