Recordando a la tormenta de San Francisco…
4 de octubre de 2019
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Conmemoramos ahora el aniversario ciento setenta y cinco del gran huracán que golpeó al occidente de Cuba, y en particular a La Habana, entre el 4 y el 5 de octubre de 1844, que devino uno de los meteoros más intensos en Cuba durante el siglo XIX y en toda su historia. Como entonces los sistemas meteorológicos no se caracterizaban ni clasificaban sobre una base científica y metodológica, el evento fue nombrado popularmente Tormenta de San Francisco de Asís.
La intensidad del huracán al llegar a Cuba parece haber alcanzado la categoría SS-4, y de acuerdo con las descripciones de lo que ocurrió en las actuales provincias de Artemisa, La Habana, Mayabeque y Matanzas, los vientos por encima de 120 km/h se extendieron desde el oriente de Pinar del Río (Candelaria) hasta los límites entre Matanzas y Cienfuegos, sobre un área de 41 000 km2. Esa extensión del campo de vientos destructores se corresponde con las características de un “gran huracán”.
La mínima barométrica en La Habana, medida alrededor de las 8:00 am del 5 de octubre, fue de 28,45 pulgadas (963,4 hPa). La lectura se realizó tal vez con un instrumento holostérico instalado en la redacción del Diario de la Marina. En ninguna de las reseñas del evento y sus efectos sobre la Capital se alude a un intervalo de calma, por lo que resulta evidente que el ojo del sistema no cruzó sobre la Ciudad. Las crónicas señalan las sucesivas direcciones del viento: este, nordeste, norte y noroeste, e inducen a considerar que el centro se trasladó por las inmediaciones de Guiñes-Nueva Paz y Jaruco-Canasí, al este y lejos de La Habana. Es probable que la velocidad del viento en el entorno central de este intenso ciclón superara los 200 km/h, sostenidos.
El meteoro provocó grandes daños en toda la región occidental. Los textos clásicos sobre los huracanes de Cuba, firmados por Desiderio Herrera y Manuel Fernández de Castro en el siglo XIX, se refieren a la muerte de 101 personas y a la destrucción de 2 546 casas de diverso tipo, solo en La Habana; y en el puerto naufragaron 158 embarcaciones y 49 resultaron seriamente averiadas. Es obvio que los informes procedentes del siglo XIX, excepto las mediciones barométricas, tienen un carácter estrictamente subjetivo, por lo que todos los datos que se consignan deben considerarse aproximados.
Quizás lo más significativo del impacto económico en tierra estuvo en los severos daños en la agricultura, en particular la destrucción de cientos de cafetales de la provincia de La Habana (actualmente en Artemisa y Mayabeque). Ese producto, considerado por entonces entre las principales fuentes de riqueza económica de la Isla de Cuba, venía acusando una bajada de los precios, sin dar señales de recuperación. Dada la drástica reducción de sus ingresos y los efectos del huracán, muchas de aquellas espléndidas haciendas o estancias, secaderos y molinos se perdieron para siempre. Los numerosos ingenios que se hallaban en la región también fueron duramente dañados o destruidos.
El dramático impacto de viento y lluvia en las veinticuatro horas transcurridas del 4 al 5 de octubre de 1844, fue lo suficientemente aterrador para que en el Diario de La Habana, un redactor anónimo lo calificara como “un elemento que reduce á escombros una ciudad entera, que arrebata montañas, y las sepulta en los abismos…”. Otra página de la rica y aleccionadora historia meteorológica de Cuba.
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