La tromba de Casablanca (1919-2019)

15 de mayo de 2019

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Luis Enrique Ramos

 

 

El 14 de mayo de 1919, hace justamente un siglo, La Habana sufrió el embate de un poderoso fenómeno meteorológico propio de esa época del año: una tormenta local severa que alcanzó el área del puerto con el máximo de su intensidad y produjo efectos destructivos de considerable magnitud.

Según aparece en los cuadernos de registro del Observatorio del Colegio de Belén, situado a unos 500 metros de la margen sudeste del canal de entrada a la bahía, el gigantesco cumulonimbus donde se generó la tempestad procedía de entre el sur-suroeste y el oeste suroeste.

Al llegar el núcleo de la tormenta, los anemómetros instalados sobre la terraza superior de la torre sur del Observatorio, en la esquina de las calles Compostela y Acosta, midieron una racha pico de 72 kilómetros por hora justo a la 1:00 pm de ese día, mientras se hacía notar una intensa actividad eléctrica sobre toda la ciudad.

Una gran alarma se generalizó en la zona de La Habana Vieja, caotizando la actividad vital de la ciudad y el ritmo del movimiento comercial propio de esa hora del día. Las gentes corrían a refugiarse en el interior de los establecimientos o en los zaguanes de las casas, mientras, en la calle, los carretones retrocedían y entrechocaban por el recular de los animales de tiro que trataban de huir.

Pero el episodio aún no había culminado. Al filo de la 1:15 pm se vislumbró entre las cerradas cortinas de lluvia una silueta pavorosa. Marinos y hombres del puerto observaron horrorizados cómo una tromba procedente del mar se aproximaba rápidamente a la zona de Casablanca. Allí, donde la compañía estadounidense Havana Coal tenía sus instalaciones, sobresalían tres grúas de izaje para el trasbordo de carbón mineral desde los barcos al muelle. En cuestión de instantes el meteoro alcanzó a una las máquinas y la derribó, transformada en un amasijo de acero retorcido. En aquel breve intervalo, las fuerzas de la naturaleza convirtieron en una maraña inútil lo que antes había sido una poderosa máquina que multiplicaba la fuerza de los hombres.

De inmediato, obreros y agentes de la policía acudieron al lugar del siniestro, seguros de hallar entre los restos del artefacto los cadáveres de sus operarios; sin embargo, por pura casualidad, la llegada del meteoro había coincidido con el horario marcado para el receso en la jornada matutina y el almuerzo de los trabajadores, por lo cual ninguno de ellos estaba en el lugar, y salvaron por milagro sus vidas.

 

Poco después la lluvia cesó, y la calma regresó a La Habana. La temperatura del aire, medida en 28,6 oC a las 10:00 am, había descendido a las 2:00 pm hasta 21,6 oC. Entonces, los reporteros salieron de sus oficinas para ir a relatar lo sucedido y correr de regreso a los Diarios para cumplir con el deber de informar.

Ni los jesuitas meteorólogos del Colegio de Belén, ni aquellos trabajadores de la prensa habanera, imaginaron que, gracias a ellos y a su labor, íbamos a saber nosotros, cien años después, de esta interesante historia la meteorología cubana.