La Tormenta de San Francisco de Borja o el Gran Huracán de La Habana
7 de octubre de 2016
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Al amanecer del 10 de octubre de 1846, la Habana estaba a punto de ser aplastada por las nubes. Desde el mar Caribe, la asechaba un intenso huracán que en las próximas 48 horas iba a cruzar sobre el occidente de la Isla y dar lugar a un extraordinario desastre natural, con particular impacto en la ciudad de La Habana.
Los estudios actuales apoyan la idea de que este meteoro pudo alcanzar la actual categoría cinco de la escala Saffir-Simpson, no solo por los daños reportados tras su paso, sino por la mínima barométrica de 916 hPa, correspondiente al ojo del huracán, que cruzó directamente sobre la Capital.
La velocidad de los vientos debió superar el rango de los 250 km/h, de manera sostenida, y seguramente generó rachas de mayor velocidad que siempre conllevan enorme poder destructivo. Es indudable que el efecto dinámico del viento tuvo un papel decisivo en la magnitud de las pérdidas humanas y materiales acaecidas, pues, en la Ciudad, la mayor cantidad de víctimas se atribuyó a los numerosos derrumbes ocurridos.
Los daños humanos conocidos son considerables: 175 muertes, 57 heridos y 21 lesionados; este dato parece referirse a La Habana y sus comarcas, pues otra fuente señala que “al salir del territorio de la isla, el huracán dejaba más de 600 muertos”. El evento produjo, probablemente, unos 50 000 damnificados. Atendiendo a las características y escenarios propios de la época se trata, sin duda alguna, uno de los desastres más notables de los que se tiene referencias en Cuba.
En las poblaciones como Guanabacoa, Bejucal, San Antonio de los Baños y Güines, fuera del perímetro de la Ciudad, las muertes ascendieron a 80; más 30 heridos, seguramente datos parciales. Para tener una idea de las particularidades del contexto epocal en el que se inserta este desastre, incluimos esta cita textual tomada de la cronología citada en 1846b: “En el injenio Alejandría se desplomó un barracón, y bajo sus ruinas perecieron 57 esclavos de ambos sexos, habiéndose extraído 23 heridos”.
Esa misma fuente calculó en 786 las casas totalmente destruidas en La Habana y en 2 337 dañadas, tanto en el área de intramuros como de extramuros. Asimismo, se produjo la destrucción total de 10 edificios de piedra, considerados muy sólidos, y daños serios en otros 22. Ocho fortalezas de la ciudad recibieron daños de diferente magnitud, y en todos los hospitales (seis) se reportaron serios perjuicios. El autor del citado testimonio aduce que lo redactó seis días después del paso del huracán, por lo que parece ser resultado de sus recorridos por la Ciudad y de haber compendiado informaciones recibidas de diferentes poblaciones.
Manuel Fernández de Castro, años después, recoge en una descripción de este ciclón 1 872 casas totalmente destruidas y 5 051 dañadas, pero su estudio fue realizado mucho tiempo después del evento, y quizás tuvo en cuenta los datos de daños en toda la región y no únicamente en La Habana.
El meteoro causó la destrucción de decenas de embarcaciones en la bahía habanera. Además de ello, la Ciudad permaneció dos días completos sin agua debido a que la Zanja Real quedó ocluida por la acumulación de escombros y palizadas en varios puntos de su curso, incluyendo algunas de sus compuertas, lo que impedía el normal suministro del líquido. Por otra parte, se hizo imposible consumir el agua acumulada en los aljibes debido a que su contenido se tornó salado, obviamente por el transporte de agua de mar hacia tierra adentro, por efecto del viento.
Este desastre causó la pérdida de prácticamente todos los cultivos en el área rural azotada. Se considera que 60% de los árboles fueron derribados. Solo en la ciudad, se contaron 1 252 caídos en parques y alamedas. En el campo, el ganado porcino y las aves de corral se perdieron en casi su totalidad. Solo en El Cerro, se reportaron 68 estancias de labor destruidas.
Lou Pérez, un acucioso investigador contemporáneo, aduce que en 1846 la cifra de ingenios ascendía a 1 442, y que en 1860 esta había descendido a 1167. Asimismo, apunta que los cafetales, que en 1841 llegaban a 60 000, se redujeron a 25 942 en 1862.
Respecto de los fenómenos relacionados con el mar, las fuentes aluden únicamente a la inundación costera acaecida en San Lázaro, barrio litoral al oeste de La Habana de entonces; y a que en Surgidero de Batabanó se observó primero la retirada del mar por efecto del viento que soplaba desde tierra, con una componente del norte, seguida por el impacto de la ola de retorno que cubrió la zona litoral.
Finalmente, apuntar que desde entonces (170 años) nuestra ciudad no ha tenido que enfrentar un meteoro semejante. Por ello, toda la preparación que seamos capaces de adquirir para enfrentar casos como este, resulta un compromiso social ineludible.
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